La muerte de las manos humanas, piezas de museo. Para el amor, para el adiós, para la oración. Apología y vituperio de las manos.
Siento misericordia, congoja, nostalgia, por el destino de las manos humanas, enfrentadas a un definitivo proceso de insubsistencia, de decadencia laboral, de parásita inutilidad. Pobres manos del hombre que, dentro de poco, merced al acaecimiento irresistible de la técnica, ya no servirán más que para faenas tan inútiles como acariciar en la media hora del amor la carne adorada, saludar, o tal vez, unirlas en atrición para orar por el destino del resto del cuerpo, que quizá, dentro de poco, tampoco tendrá razón de ser…
La herramienta mató la mano, así como el libro mató la catedral y la catedral el abstracto pensamiento de los hombres sagaces. Un registro inmenso, gigantesco de aparatos subsidiarios, hace inútil la labor de las manos. Ya no son precisas para nada, fuera de las mencionadas y poéticas actividades que, tal vez encontrarán subsidios diferentes para aflorar, buscar, tergiversar y eclosionar. Pero esa extremidad, tantas veces confundida con una flor, con un pañuelo, con cinco lágrimas surgiendo de un párpado inmenso, será ya pieza de museo, guante inerte, colgante sin oficio, caldo sobre el cuerpo del cual fue indicativo, sin porvenir, sin esperanza, sin fugitivo ímpetu, definitivamente extinta. Pobres manos humanas que desde el principio del mundo constituyeron la gran curiosidad de los hombres, la sinigual herramienta que ayudó a conquistar al universo, al cuerpo gemelo, las distancias, la escritura, las primeras y últimas apetencias artísticas. Las que descubrieron el fuego y el agua, las que recamaron de cuidados la piel tribeña, hosca, sucia, correosa. Las que intentaron todos los milagros del amor y del odio. Las que supieron matar y perdonar, bendecir y despedir. Pobres manos humanas, sacrificadas inútilmente, lacias, temblorosas, artísticamente petrificadas.
La invención de máquinas que sustituyen todas las normales actividades de las manos humanas, acabará, dentro de pocos siglos, con todas las actividades contingentes de éstas. Mientras, se necesitarán para fabricar esas industrias que habrán de desplazarlas. Máquinas de escribir, de afeitar, de moler, de sembrar, de peinar, de volar, de pintar, de imprimir, de levantar, de caer, de subir, de cocinar, de recolectar, de arar, de distribuir, de seleccionar. Para las manos, solo botones que reducen, que reducirán su vigor, y su iniciativa. Y pronto, en vez de botones, una simple orden oral, una elocución, que, por medio de vibraciones conmoverá el mundo, abrirá la ventana a la vorágine, al ruido insistente de miríadas de tornillos y de gases, que hará posible la guerra, la conquista de nuevos mundos, el entierro definitivo de todas las esperanzas sencillas.
Y para las manos qué el amor, el saludo, la oración cuando la mano izquierda quiera saber lo que hace la derecha. Nada más. Actividades de jubilado, de impotente, de ser al borde de la ataraxia, casi de la parálisis, de la ataxia locomotriz. Pobres manos fugitivas que crearon el mundo sucedáneo, que supieron roturar la tierra y tocar el piano, conmover los espacios, fijar sobre el papel las grandes puntualizaciones universales, alimentarse y alimentar, caer sobre el regazo de la tierra, o levantar sobre el pavés al más grande, sobre el lecho a la más hermosa. Pobres manos humanas, definitivamente proscritas, caídas sobre la base del cosmos, legendariamente ausentes de todo lo presente.
El hombre ha sido infiel a la concomitancia adicta de sus manos perdidas. Las ha dejado atrás en su camino de sueños y de frustraciones, ha caído, sin ellas, en la trampa de lo exacto, de lo demostrable, en la honda encrucijada de lo experimental, de lo fríamente empírico. Dejó atrás sus manos, lacias cortadas, que durante miles y miles de siglos tuvieron siempre la iniciativa poética, el lírico estremecimiento del viaje hacia lo desconocido.
Alguien, alguien muy grande, debería cantar a las manos del hombre, antes de que haya que cortarlas y meterlas en una vitrina, entre algodones, para asombro de los mortales de dentro de un millón de años. Alguien muy grande, muy poético, muy amoroso debería describir, para los próximos milenios ardientes e insistentes, la perdida virtud de las manos de los hombres, claves para la vida y para la muerte. Alguien debería describir su aurora, su apogeo, y su ocaso, decir de su fuerza, de una imantada fiereza, de su tacto, de su lascivia, de su odio y de su consumación, de su gesto, de su arrogancia, de su castigo y de su muerte. Sobre todo, de la muerte de esas manos inútiles, cargadas de pecados y de sueños. De caricias y de adioses. De estas manos que supieron el misterio de la vida y lo olvidaron, que no supieron abrirse en amor, cerrarse en unión, elevarse a los cielos para pedir el gran seguro de esperanza.

Pablo Santander Mejía y Julián Bernal Ospina conversarán sobre el libro Subrayados, de Jorge Santander Arias el miércoles 3 de septiembre a las 5:00 p. m. en el auditorio del Centro Cultural Rogelio Salmona, en el marco de la 16° Feria del Libro de Manizales.
Subrayados
Jorge Santander Arias
Editorial Universidad de Caldas
Manizales
Septiembre de 2024
228 paginas