La tibieza y la zozobra

15 de junio de 2025

Cualquiera que pida mesura es “tibio”, quien diga que hay ideas buenas en ambos bandos, es “tibio”. Quien no se moje con insultos o calumnias, es “tibio”
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El ataque contra el senador Miguel Uribe Turbay, precandidato presidencial por el partido Centro Democrático, nos trajo ecos de lo que fue Colombia entre 1984 y el 2005. Dos décadas de terror que comenzaron con el asesinato del ministro de Justicia, Rodrigo Lara Bonilla, el 30 de abril de 1984, y cuyo rastro se puede seguir hasta el carro bomba que le pusieron al entonces senador Germán Vargas Lleras, el 10 de octubre de 2005.

Entre 1989 y 1990 asesinaron a tres candidatos a la presidencia: Luis Carlos Galán Sarmiento, Bernardo Jaramillo Ossa y Carlos Pizarro Leongómez. Al liberal César Gaviria Trujillo, quien finalmente ganó la presidencia en 1990, intentaron matarlo en 1989 cuando se suponía debía abordar el vuelo 203 de Avianca rumbo a Cali; un acto terrorista que dejó 110 personas muertas. Al conservador Álvaro Gómez Hurtado lo secuestraron en 1988; años después, en 1995, lo asesinaron cuando salía de dictar clase en la Universidad Sergio Arboleda de Bogotá. Al expresidente Andrés Pastrana Arango lo secuestraron en 1988, cuando era alcalde de Bogotá. Ernesto Samper Pizano, quien sería presidente en 1994, caería herido en el ataque sicarial que cobró la vida del dirigente de la Unión Patriótica, José Antequera, en 1989.

A ellos se suman los cerca de 6 mil 200 militantes de la Unión Patriótica que asesinaron entre 1984 y el 2002. Jaime Pardo Leal, en 1987; Teófilo Forero, en 1989, y los ya mencionados Antequera y Jaramillo Ossa, son sus mártires. También están los secuestros y asesinatos de varios periodistas, como Guillermo Cano Isaza, director del periódico El Espectador, en 1986; y Diana Turbay Quintero, madre del senador Uribe Turbay. Los magistrados asesinados por el M-19 en el Palacio de Justicia en 1985. Los carros bomba al DAS, en 1989; en el Parque la 93 de Bogotá, en 1993; en el Club El Nogal, en 2003. El secuestro y asesinato del gobernador de Antioquia, Guillermo Gaviria Correa, y su asesor de paz, Gilberto Echeverri Mejía, en 2003. Y ese mismo año asesinaron a Eudaldo Díaz Salgado, alcalde de El Roble (Sucre), a manos del paramilitarismo aliado con el Estado.

Son miles de víctimas que dejaron en esos años los secuestros, atentados terroristas, masacres y tomas a poblaciones de guerrilla, narcos y paracos. Hoy regresa esa zozobra. No sólo por lo que le sucedió al senador Uribe, sino por las explosiones que sufrieron el Valle del Cauca y Cauca, el pasado martes, con un saldo de siete muertos. Y los ataques de francotiradores a la fuerza pública. Y el secuestro de niños. Y el segundo aire (o ya tercero, o cuarto) que tomaron las disidencias de las Farc, el ELN y las nuevas mafias que, según el presidente Gustavo Petro, operan desde Dubái.

Todo esto estalla en medio de un gobierno sin brújula ni disciplina. Que funciona con demagogia y que está convencido de que se avanza, así sea a trompicones, a punta de convocar marchas y decretos forzados. Una administración aupada por bodegueros e influenciadores de verbo y teclado incendiario, cuya mayoría no había nacido o eran muy pequeños para recordar esos años de terror. Que crecieron viendo unas guerrillas sometidas y mafias desarticuladas (años de Álvaro Uribe), y los años de relativa paz de los gobiernos de Juan Manuel Santos. La violencia se había vuelto a replegar al monte, a zonas fronterizas, a locaciones distantes a las capitales, como en los años 70 y 60 del siglo pasado.

Ahora, tras el atentado a Uribe Turbay, les piden a estos bodegueros —y a sus opositores, igual de viperinos— que le bajen el tono al discurso. Que se moderen e incluso proponen una reunión para que la contienda política sea de ideas y no de ataques personales o bulos. Algo que se viene pidiendo desde hace años, pero que en medio de toda esta polarización se satanizó bajo el término de “tibio”. Cualquiera que pida mesura es “tibio”, quien diga que hay ideas buenas en ambos bandos, es “tibio”. Quien no se moje con insultos o calumnias, es “tibio”.

Ya hay suficiente violencia ahí afuera. A lo mejor en este momento de ebullición, de calentura emocional y fanatismo, debamos bajar la temperatura y ser más tibios. Lo último que necesitamos es iniciar otras dos décadas de miedo.

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Autor

  • Periodista y diseñador industrial. Profesor en la Universidad de Manizales. Ganador del Premio Nacional de Periodismo “Orlando Sierra Hernández” 2024.

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