Uno
Era un clon de Pamela Anderson, solo que más abundante en todo. Lucía un body en malla negra que dejaba ver su piel. Solo una diminuta tanga negra cubría su sexo. Su poderosa presencia destacaba entre las demás trans que esa noche de sábado revoloteaban en la carrera Palacé, desde Perú hasta Bolivia. De repente, una canción las atrajo, como néctar a las mariposas, hacia La Raza, esa cantina de esquina que, por décadas, las ha acogido de día y de noche en Medellín. «A quién le importa lo que yo haga, a quién le importa lo que yo diga…» La música en estéreo parecía aumentar en volumen. Se armó una coreografía improvisada, de plumas, encajes, tacones y lentejuelas, en la que ella, la Pamela criolla, era la diva. Y eufórica y consciente de ello se bajó la malla hasta la cintura. «Yo soy así, y así seguiré, nunca cambiaré» seguía aullando la española Alaska. El semáforo estaba en rojo y los taxistas y particulares no se dieron cuenta del cambio a verde por estar extasiados con tanto expuesto desparpajo. «No me importa que murmuren y que mi nombre censuren por todita la ciudad»… Al frente, en el bar de Ruby, otra canción parecía también ser parte del espectáculo. Cómo si fuera la voz de la conciencia, Raphael no paraba de gritar «escándalo, es un escándalo, escándalo, es un escándalo, escándalo, es…»
Dos
Catorce de noviembre de 1992. Un cartel en una peluquería de La 23 anuncia la celebración de Miss Colombia Transformista. Lugar: Discoteca El Burladero. ¿Eso dónde queda? pregunta el periodista recién llegado de Medellín. En la Plaza de Toros, le contestan. Se le hace difícil de creer pero no hay tiempo que perder: el show es ese mismo día. Rápidamente le cuenta a Orlando Sierra que quiere hacer una crónica de un reinado gay. Con escepticismo, el jefe de redacción le dice: «vaya cubra esa maricada». Se va temprano y toca una puerta pequeña en el lado izquierdo de La Monumental. Le abre quien parece ser el administrador. Se presenta pero el hombre no lo cree, nunca ese medio conservador se ha interesado por ese tema. El joven insiste. El otro no está seguro, no quiere cámaras que revelen los rostros de los asistentes y menos que la nota sea burlona, discriminatoria. De pronto, un brillo malévolo se asoma en sus ojos de reina sin corona. «Acepto con una condición, que usted sea juez en representación del periódico». Amazonas, Caldas, Quindío, Cundinamarca, Casanare, Boyacá, Atlántico, Chocó… ganó Antioquia. La crónica se publicó a los dos días y fue un éxito, sobre todo porque se narra la trasescena y en qué consiste el “truco” de aplanar el bulto en traje de baño. Se vendieron más ejemplares de lo habitual. Hasta el director Luis José Restrepo lo felicitó sin saber que esa noche del concurso, el animador se regodeó recalcando la presencia como miembro del jurado a un importante ejecutivo de La Patria.
Tres
En el centro de atención al menor me contaron que la mamá de David y Santiago era albañil. Un oficio tan escaso entre mujeres ameritaba una crónica para el mes de las madres en ese 1993. La busqué en decenas de edificios en construcción pero nadie conocía a una albañil llamada Alba. En el gremio del palustre en Manizales no sabían de ella ni de otra «dama dedicada a ese trabajo tan duro». Me rendí. Pasaron los meses y un día de desocupe regresé al centro de acogida a saludar a su directora. «Qué casualidad Ramón, por aquí está de visita la que tanto has buscado. Vení te la presento». Lo vi, y supe que era ella. Pelo corto, camisa leñadora, bluyin ancho, tenis blancos, actitud de machito de barrio. Entendí porque nunca lo encontré en la construcción donde laboraba y nadie daba razón de su existencia. Cómo a un parcero más, le apreté la mano de piel áspera. «Mucho gusto, soy Álvaro», me saludó sonriente.