Uno de los relatos fundacionales de Manizales, que subyace a la idea de la colonización de las 10 familias antioqueñas que llegaron a lomo de mula con sus cosas, cargados por esclavos indígenas y negros, es el que cuenta que al principio fue un mercado. Ese primer mercado, dicen, estuvo ubicado donde hoy queda la Plaza de Bolívar y desde allí lo movieron solo unas cuadras a medida que el mercado crecía, que el pueblo crecía, que la ciudad crecía, hasta convertirse en la mancha urbana que es hoy.
Era un mercado de tránsito y trueque de productos, entre lo que es ahora Villamaría y Neira, gentes y alimentos, caminando de la tierra caliente a la tierra fría, y viceversa. Quiero hacer un paréntesis para fabular, e imaginar un mercado anterior que seguro recorrió las mismas cuchillas y se asentó en los mismos valles con otros nombres. Un mercado Kimbaya de Irrúas y Carrapas que venían a lo mismo que ahora vamos nosotros a ese mercado, y dejaron el rastro de los caminos a los mulerxs, antes de ser arrasados, casi extinguidos. Ese mercado es lo que hoy llamamos Galería Plaza de Mercado.
Ni más ni menos que el ombligo y la placenta de la génesis de la ciudad. La memoria más antigua y profunda está escrita en lo que hoy son esas manzanas y calles. Por esto, con declaratoria, o sin ella, la Galería es y será un patrimonio cultural inmaterial de Manizales. Como lo son hoy todas las plazas de mercado, populares, campesinas, indígenas, etcétera, que se siguen conservando. Y para lo cual se ha legislado a nivel local, nacional e internacional ampliamente (dejo links por si todavía lo dudan).
No es que me guste la carreta del patrimonio, pero creo que es una buena manera de explicar lo que me motiva a escribir este texto, entonces voy a usarla. Cuando se está hablando específicamente de patrimonio inmaterial, se habla de todo lo que es valioso e intangible, no lo vemos, no es concreto, ni cemento, ni pared, ni local. Cuando hablamos de la Galería Plaza de Mercado y cada uno de sus pabellones, esto se refiere, entre otras cosas, a un entramado invisible, a veces, microscópico de relaciones humanas que allí se vienen sucediendo hace décadas, siglos, y en nuestro caso, de ciudad-embrión-mercado, desde siempre.
Un día hice la tarea de contarlas, narrarlas, desde mi banca en la Choza Hechiza, el puesto de economías propias y populares en reexistencia que tenemos hace un año en el Pabellón de Ramas de la Galería, junto a la Universidad de la Tierra, y resultaba algo más o menos así. Escucho a doña Cleo cantando detrás de mí, no la veo, nos separan unas tablas pero sé que está cortando las hojas de Congo que vende para los tamales, porque suena el cuchillo golpear contra el madero grande.
Oigo la música en los parlantes “Ella, ella ya me olvidó. Yo, yo no puedo olvidarla” que seguro me iré cantando el resto del día cuando salga en medio de la muchedumbre del cambalache antecitos de las cuatro de la tarde. Es una música popular de otra generación, que es aquí la mayoría. Veo a una mujer pelando cebolla, de pie toda la mañana, en el puesto de Faber, que a esta hora ya debe haber entregado unos 20 mercados, y estará tomando el segundo desayuno al tropel, porque no tiene un minuto de descanso. Pasan por mi frente uno, dos, tres, hombres, cuatro, una mujer, llevan carga, traen mandados, son como ríos de gente que nunca paran de moverse. La plaza está viva. Se cotea, se carga, se vende, se revende.
Pasa un abuelo (hoy no trae a su nieta), me saluda. Hoy tenía colegio, me grita. Sigo moviendo la cabeza, que aún no da ni medía vuelta. Veo a barbas dormitando, mientras charla con gente que siempre viene a visitarlo, se ríen a carcajadas. En la puerta están los loteros, y la virgen, 7 velas encendidas y un monedero. Más afuera algunos habitantes conversando. En la esquina el tinto, la torta de chócolo y al fondo los empaques. Sigo girando hasta cruzar la mirada con la Mona que me sonríe. Me quedo pensando si almorzaré arepa, o caldo, o huevos, o pescado o… Porque en 3 metros cuadrados tienen la carta de varios restaurantes.
Al fin llego a la pared de ramas, que me recuerda los pasillos de atrás que no veo y en los que se comparten memorias de recetas y remedios, para males físicos y espirituales. Se oyen los gallos al fondo. Todo eso sin pararme de la banca y haciendo a penas el esfuerzo de separarlo, de percibir ese todo en sus minúsculas partes.
Y es por eso, que me parece absurdo que una “administración”, en este caso compartida entre la Alcaldía de Manizales e Infimanizales, pueda siquiera considerar la posibilidad de trasladar “temporalmente”, por un periodo que podría abarcar dos años, en sus propias cuentas alegres, el pabellón entero.
No entienden lo que allí pasa, no entienden que eso que se busca preservar es inmaterial e intangible, que está hecho de gestos entre vecinxs y caminos de abuelxs. Que es una suma de memorias en curso, como un río. ¿Qué le pasaría a un río si lo mueven temporalmente dos años a unos 30 metros de su cauce? La Galería está viva, es pura vida. Está en nosotros, en ustedes, por eso dicen quienes con justicia la defienden: Yo también soy Galería.
No es posible que un traslado para el mejoramiento, borre de un tajo décadas de memorias, frágiles, inmateriales.
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Plan Nacional de Cultura
Proyecto de Ley 94 – 2024 – Plazas de Mercado
https://www.camara.gov.co/sites/default/files/2025-05/PL%20194-24%20PLAZAS%20DE%20MERCADO.pdf
LEY 2046 DE 2020 (agosto 06)
Por la cual se establecen mecanismos para promover la participación de pequeños productores locales agropecuarios y de la agricultura campesina, familiar y comunitaria en los mercados de compras públicas de alimentos.
https://www.suin-juriscol.gov.co/viewDocument.asp?ruta=Leyes/30039692