Una familia normal

29 de agosto de 2025

La familia cobra la factura: somete a sus integrantes a silencios que se vuelven tortura y crea retóricas necesarias para evitar enjuiciamientos sociales que hay que sostener en contra de la voluntad.
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Netflix acaba de publicar la miniserie Delirio, basada en el libro del mismo nombre de la escritora colombiana Laura Restrepo, que le recomiendo a quienes les gusta pensar y reflexionar sobre la carga que reporta tener que encajar en las dinámicas de la familia en la que se nace.

Puede que esta no sea la realidad de todas las familias, porque generalizar es peligroso. Seguramente existen familias que, bajo el manto de la solidaridad y no de la privacidad, construyen un relacionamiento en el que todas las opiniones se tienen en cuenta y se mantienen conscientes de no repetir patrones como: “lo hago por tu bien”, “lo bueno que te pasa es por la familia”, “debes perdonar”, “calladita te ves más bonita”, “mejor no digas lo que piensas, seguro vas a incomodar”, “te aguantamos por pena”, “es más importante gustar a los demás, que ser tú”, “vístete mejor”.

La familia como institución tiene una carga desde la Constitución de 1991, en la que se le nombró como núcleo esencial de la sociedad, y quizá esa responsabilidad ha llevado a construir sobre ella una fachada de perfección y paraíso en la tierra. Esa fachada puede impedir que trasciendan al espacio público errores que cometen sus integrantes, elecciones que rompen con su devenir heredado y miedos que disfrazados de ejemplo generan violencia. Esta forma de constituirse es útil para frenar a tiempo las elecciones personales que no coinciden con las costumbres de sus integrantes.

Además, la hostilidad de la vida cuando se cruza la puerta de la casa hacia afuera y hacia adentro es delirante. La familia puede ser un núcleo hostil y egoísta en el que sus integrantes se atacan como buitres, pero que por mandato social debe mostrarse fundada en el afecto, el amor y los vínculos de parentesco en los que se privilegia la sangre y el apellido. Y para lograr esto último, una imagen social familiar aceptada, hay que sacrificar todo lo que sea necesario, inclusive si se trata de libertades asociadas al desarrollo de la personalidad.

Al quedar entonces absuelta de toda consecuencia frente a la moral social (la que distingue entre el bien y el mal en el comportamiento), la familia cobra la factura. Somete a sus integrantes a silencios que se vuelven tortura y crea retóricas necesarias para evitar enjuiciamientos sociales que hay que sostener en contra de la voluntad. Se vuelve un estilo de vida ocultar robos de dinero, negocios ilegales, violencias por orientaciones sexuales diversas, discriminación por el color de piel o el tamaño del cuerpo, golpes y humillaciones por interrumpir costumbres heredadas o adoptar pensamientos que, por actuales, son inadecuados o inoportunos. Todo esto sin derecho a reclamarse o hablarse a viva voz en algún momento de la vida.

Las formas de interrelación de una ¨familia normal¨, no se compadecen con el bienestar mental y físico de quienes la componen. Silenciar, tapar, negar y ocultar es lo que enferma y ahoga a quienes desean desmontarse de prejuicios y estereotipos basados en la familia como idilio. Por eso, quienes no comulgan con la “familia normal” como la única opción que permite la realización y el éxito, por disruptivos, reciben violencia y rechazo al no continuar con el orden establecido desde las generaciones que anteceden.

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  • Mujer. Abogada. Especialista en Derecho de Familia y del Menor. Magíster en Derechos Humanos y Cultura de Paz. Trabaja por la defensa de los Derechos Humanos en la familia con un enfoque diferencial y de género con el propósito de erradicar violencias. Consultora en derechos de la mujer para erradicar la brecha desigual de género.

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