Hablar con mi papá sobre la forma en la que bebía no era fácil. Se sentía señalado, atacado. Culpable. En una oportunidad, con mucho cuidado, pude plantearle la pregunta sobre por qué bebía hasta perder el sentido, de tal manera que pudimos conversar.
Jairo Mesa Cock tenía 28 años cuando llegó a Manizales en 1965, hace 60 años, a estudiar dermatología como el primer residente de la Universidad de Caldas. Según me dijo, bebía muy ocasionalmente. Venía de estudiar medicina en la Universidad de Antioquia y tenía la cabeza revuelta de ideas revolucionarias.
Que haya terminado en Manizales fue la consecuencia de esas ideas: a pesar de tener excelentes calificaciones, el decano de Medicina, que lo apreciaba, le consiguió la residencia en Manizales porque en la Universidad de Antioquia le cerraron las puertas por su forma de pensar. Al llegar se encontró con una ciudad conservadora, llena de gente amable que lo recibió con cariño. Él quería encajar. Creo, quizá me equivoque, que estaba cansado de pelear.
Mi papá hizo amigos a dos manos. Era mamagallista, inteligente, carismático y un bizcocho. Terminó dermatología y junto con otros médicos, incluido su profesor, montaron un centro médico a dos cuadras del Club Manizales. Todos los días, de lunes a viernes, a las 6 de la tarde, se iban juntos al club a jugar billar y a tomar aguardiente.
Mi papá me contó que llegaba a las 8 de la mañana a su consultorio y a esa hora empezaba a pensar en el aguardiente que se iba a tomar a las 6 de la tarde. La idea fija de esa copa lo acompañaba durante toda la jornada y solo cesaba cuando por fin se la bebía. El aguardiente —y el ron, el whisky, el vino— se convirtieron en el aceite de sus relaciones sociales, en su forma de evadir las ideas que le impedían apreciar sinceramente a los demás.
En mi casa siempre tuvimos claro que mi papá estaba enfermo de alcoholismo, y que su enfermedad era también un síntoma de algo más.
He pensado mucho en esto a raíz de la muerte en Cali de María José Ardila, quien cayó en un coma etílico tras participar en un reto con licor. He conversado con varias personas y sigo pensando que mucha gente no sabe que hay una dosis de alcohol que es letal. Que vivimos en una cultura en la que bebemos como si esa dosis no existiera. Que falta información sobre los peligros del exceso de licor.
No para que no volvamos a beber, no se me ocurriría proponer algo así. Pero sí creo que, al igual que con mi papá, esta forma de beber, hasta perder el sentido, que tenemos en Colombia, es un síntoma de algo más.