Llegué al parqueadero de un centro comercial de Manizales y me sorprendió ver tanta camioneta de lo que hoy llaman “alta gama”. Hice el ejercicio: De una hilera de 15 vehículos, ocho eran Toyota y una BMW. Había un carro Mercedes y el resto eran gama media, lo que llamamos “normalitos”. Inicialmente pensé que se trataba del esquema de seguridad de algún político hasta que una mujer cargó el mercado en una de ellas y se fue. Me fijé en las placas, la mayoría de la ciudad y un par de municipios antioqueños; y revisé la lista de precios de estas máquinas en la revista Motor y ninguna cuesta menos de $300 millones.
Sucede igual en el sitio donde trabajo. Enormes y costosas camionetas de las que descienden universitarios y empleados (curiosamente ningún docente). Antenoche presencié la carrera de tres de estos vehículos de alta gama subiendo por la Avenida Alberto Mendoza, casi llevándose por delante a un motociclista y chocar contra un Chevrolet Spark. Vas por El Cable, Chipre o Milán y las ves estacionadas —mal estacionadas— ocupando uno de los carriles de las avenidas. Las ves en las mañanas, antes del mediodía, obstaculizando el tránsito de la carrera 20, en pleno Centro de la ciudad, al frente de las prenderías y las joyerías. Las ves en La Enea, en La Sultana y en San Sebastián, junto alguna de las muchas barberías que hay en estos barrios. Ningún guardia de tránsito o policía las toca. Voy al mercado y es lo mismo: camionetas costosísimas en el estacionamiento como si se tratara de un concesionario de Toyota, Mercedes y BMW. También hay unas Ford tan grandes que ocupan más de un puesto o se salen del área designada para parquear.
Hay una rara ‘toyotalización’ en la ciudad; qué digo “ciudad”, en todo el país, y no soy el único en notarlo. El empresario de conciertos y celebridad farandulera, Julio Correal, también trinó sobre el asunto: “Oigan veo camionetas Toyota de 600 millones por todo lado… y como lo hacen? Dice la canción…”(sic). Si se le hace extraño a este tipo que ha trabajado con megaestrellas globales de la música —de Guns N’ Roses a Marc Anthony, pasando por Aterciopelados y Metallica— y que conoce sus excentricidades, ¿cómo será para el resto de mortales?

Pero no es solo percepción. La Asociación Nacional de Movilidad Sostenible presentó en agosto un informe sobre el primer semestre del 2025 en el que registran un incremento del 16,6% en ventas de vehículos de alta gama, en comparación con el mismo periodo del año anterior. Se vendieron 3.780 carros de alta gama entre enero y julio de este año, entre los que están 983 Mercedes-Benz y 955 BMW.
Por su parte, Fenalco y la Andi reportaron un incremento de venta de automóviles en todo el país durante el primer semestre del 2025: 23,2% frente al mismo periodo de 2024. La revista Motor publicó que el auto más vendido en este lapso fue la Toyota Corolla Cross, con 6.385 unidades, y de esta marca también se vendieron 2.670 Land Cruiser y 2.634 Hilux. Y, para terminar este análisis, Manizales fue la ciudad con mayor número de placas matriculadas en lo que va del 2025, con un crecimiento del 109%.
Esto sucede en un país que tiene al 40% de la población fuera del sistema financiero formal, según reportó la firma Credicorp, y en vísperas de una Reforma Tributaria que, de acuerdo a los analistas de economía, afectará de manera directa a la clase media y a los hogares de menores ingresos. Y pasa en una ciudad que el DANE ubica por encima de la inflación nacional, convirtiéndola en una de las capitales más costosas para vivir en Colombia.
Por todo lo anterior, me cuesta creer que el 0,01% de la población colombiana, que equivale a 3.530 personas, que tiene un patrimonio superior a los $9.800 millones estrenó carro de alta gama este año. Y que la mayoría de ellos los matricularon en Manizales. ¿Acaso hubo una rifa nacional de vehículos de lujo de la que no me enteré? ¿Acaso somos Julio Correal y yo los únicos que no participamos? Pero ni Correal ni yo somos pelotudos. Intuimos, porque no hay certezas, lo que está sucediendo y, para quienes crecimos en la Colombia de los 80 y los 90, es una historia ya vivida.
Hubo un momento, a finales del siglo XX, en el que por las carreteras del país y en algunas ciudades comenzaron a circular las “Burbuja”, que eran unas camionetas Toyota muy populares entre los narcotraficantes y paramilitares. Hubo un momento donde los traquetos y lavaperros ostentaban sus riquezas sin pudor en fiestas populares, estadios, plazas de toros y corralejas; y hacían zoológicos, centros de eventos con estatuas de John Lennon y eran socios de equipos de fútbol y tenían cadenas de farmacias por todo el país. Hubo un momento en el que estos personajes se ennoviaban y casaban con reinas de belleza, modelos y actrices. Hubo un momento donde la narcoestética y la narcocultura lo permearon todo. Hubo un momento donde nos hicieron creer que ese era el camino y muchos se asociaron con los narcos y les pidieron invertir en sus proyectos con el fin de lavar dinero (como en la película Sumas y Restas de Víctor Gaviria).
Todo eso marchó hasta que las autoridades internacionales le metieron presión al gobierno. La ostentación desapareció, el dinero que antes circulaba y activaba la economía nacional se ocultó en caletas enterradas en potreros o emparedadas en edificios abandonados. Hubo terror, no solo económico sino social.

Hoy tenemos a mujeres como Karina García, que de auxiliar de enfermería en Yolombó (Antioquia), pasó a ser influenciadora (todavía no sé de qué) de redes sociales y operada bajo el canon de la narcobelleza contemporánea. Ella, sin pudor alguno, reconoció en una entrevista que cobra $50 o $100 millones de pesos por cita, que le gustan los lujos y andar en camionetas de alta gama. Por eso sale con “empresarios de alto riesgo”, que es como hoy llaman a los narcotraficantes. ¿Acaso eso no es reconocer que lava activos? Y tenemos a una serie de celebridades locales de redes sociales que ostentan estilos de vida lujosos sin que sepamos cómo monetizan, sobre todo cuando la mayoría de sus seguidores son tanto o más arrancados que uno. Y tenemos un auge de artistas populares y reguetoneros, que brotan del suelo como hongos tras la lluvia, de los que no hay claridad de cómo es la relación de sus contratos por concierto o grabación. Y hay un boom de modelos que se van a Guadalajara o Dubái, como quien dice que va a Melgar o Santágueda. Y empresarios que hasta hace unos meses apretaban los dientes para pagar nómina, hoy tienen su BMW.
Quisiera equivocarme y creer que todo está cambiando para bien. Que de verdad hay una derrama económica sustancial y que pronto nos tocará a Julio Correal y a mí esa lotería. Pero tengo por experiencia que la ‘toyotalización’ nacional es un síntoma de una enfermedad que pronto va a estallar y que los anuncios de una posible descertificación de los Estados Unidos a Colombia puede acelerar.