Llega el “parón FIFA”, que es como se le dice a esas fechas donde se convocan a los jugadores de las diferentes ligas del mundo a sus selecciones nacionales. En Latinoamérica se jugarán partidos amistosos pues ya están definidos los países que irán a la próxima Copa Mundo 2026. Colombia se enfrentará ante México y Canadá; la actual campeona del mundo, Argentina, saldrá a la cancha con un equipo mixto ante Venezuela y Puerto Rico; y Bolivia, cuya clasificación al Mundial depende de un repechaje aún sin fecha, se preparará contra Jordania y Rusia. Brasil, Uruguay y Paraguay también tendrán sus encuentros.
No es mucho lo que se juega. Tal vez sumar —o restar— algunos puntos para mejorar en el escalafón FIFA y foguear jugadores para ver su rendimiento. Pero para los sudamericanos estos encuentros, sean recochas o amistosos, son importantes porque los ciudadanos de cada país se unen en una sola causa: ver ganar a su selección. Y nos ponemos las camisetas y organizamos encuentros con los familiares y amigos. Y en la calle se habla de fútbol, y en la televisión hay tipos calvos y mujeres de lenguas afiladas que hacen sesudos análisis de las nóminas y el estilo de juego de cada equipo. Todo es muy lindo.
Pero en Europa la cosa es diferente. Allí, donde todavía se juegan las eliminatorias, no existe esa pasión porque para el europeo la selección nacional está por debajo del equipo local por el que hincha. En España, por ejemplo, se armó un debate porque el técnico español, Luis de la Fuente, convocó a Lamine Yamal para los juegos ante Georgia y Bulgaria, pero los seguidores del FC Barcelona están furiosos porque quieren a su joven estrella concentrada en La Liga y la Champions League. Entonces Yamal se muestra displicente y los hinchas del Real Madrid lo critican y le sacan su ascendencia africana; le dicen que se vaya a jugar a Marruecos o a Guinea Ecuatorial (de donde es su familia). Por su parte, quienes lo defienden y quieren protegerlo (o sea, Hansi Flick, técnico del Barça y otros culés) dicen que el desgaste de los viajes en primera clase en avión, las reuniones en los hoteles cinco estrellas, los entrenamientos que terminan con masajes, visita al kinesiólogo y dieta adecuada… que todo eso le pasará factura al joven de 18 años.
A los 18 años uno rebosa de energía; más si eres atleta. A esa edad te haces tres pajas al hilo y después te vas de joda con los amigos. Incluso te juegas un partido de fútbol, descalzo, en algún potrero y con cerveza para hidratarse. ¡Por favor! Más desgaste tiene Lamal en las piernas durante las fiestas con su novia Nicki Nicole, que yendo por la banda derecha para luego encarar al defensa georgiano Otar Kakabadze.
Eso aquí, en Sudamérica, es raro que se vea. En Bolivia no están pensando en el desgaste de Miguel Terceros, joven promesa que juega en el Santos de Brasil, o en si debe viajar unos 14 mil kilómetros para llegar a Rusia. Allá están pensando en que vaya con el cuchillo entre los dientes, que tenga sangre en el ojo para cuando les toque el repechaje en marzo del 2026. Que sude la camiseta y la lleve con orgullo.
Para muchos futbolistas europeos el ser convocados a la selección se les convirtió en una carga. Como esas actividades extracurriculares de los colegios. Porque en vez de poder estar descansando durante el parón FIFA o siendo la imagen de algún producto que les pagará miles de euros por ello, deben ir a encontrarse con otros futbolistas que están igual o más aburridos que él. “¿En serio debemos concentrar ante San Marino, Andorra o Liechtenstein?”, se deben preguntar.
En Sudamérica y África las selecciones nacionales son importantísimas. En estas naciones jóvenes —adolescentes quizás—, donde imperan el caos, la corrupción y la falta de unidad, once tipos moviéndose de manera coordinada sobre ese rectángulo verde y trabajando con el mismo objetivo, son esa ilusión de que puede haber orden. Y cuando ganan todo es más lindo.