Lionel Messi, el que puede ser el mejor futbolista de la historia, jugó su último partido con la Selección Argentina, en suelo argentino, el pasado jueves. Las cerca de 85.000 almas que asistieron al estadio Monumental de Núñez para ver el partido por las eliminatorias sudamericanas lo sabían y lo alentaron hasta conmoverlo. A punta de cantos y aplausos lo hicieron llorar durante el calentamiento, los himnos y al final de ese partido donde anotó dos goles. Esa máquina autista –ese «hombre perro» detrás de una esponja, como lo describió el escritor Hernán Casciari, y que por muchos años fue reprochado y criticado por sus connacionales– “shoró, querido, shoró”.
Algo similar sucedió en el Metropolitano de Barranquilla. James Rodríguez, el 10 de la Selección Colombia desde hace más de una década, jugó su último partido de eliminatorias en territorio colombiano. E hizo gol, el primero del partido. Pero ni los aficionados ni la prensa cayeron en cuenta de lo que le sucedía por dentro: era su despedida.
Durante la previa, el protagonismo se lo arrebató Dayro Moreno, veterano y goleador histórico del fútbol nacional; convocado por méritos, sí, pero también por su popularidad entre el pueblo. Por parrandero y recochero. Estoy seguro de que si Dayro embocaba el balón en la red, las tribunas se venían abajo. Un pandemonio. Y el gol todavía haría eco por encima del último tanto de James con la Selección en el Metropolitano.
Hay que reconocer que ese también fue el último partido de Dayro con Colombia en Colombia, pero es que el delantero del Once Caldas no alcanza las dimensiones de James. Dayro puede tener 370 goles en su placard, pero nunca jugó una Copa Mundo, mucho menos salir goleador de una como sí lo fue James Rodríguez en 2014. Y entre tantas anotaciones, Dayro no tiene ninguna con el impacto que tiene la de James contra Uruguay en ese espléndido Mundial de Brasil 2014. Un golazo reconocido con el Premio Puskas de la FIFA a Mejor gol del año.

Al final del partido, a Messi no solo lo buscaron los medios para registrar sus escasas e inexpresivas palabras y sus lágrimas. Al mismísimo Charly García, una leyenda del rock latinoamericano, lo llevaron a saludar a ese otro mito argentino. En silla de ruedas, con apenas un poco de habla, García se hizo fotos con Messi. Que yo recuerde, es la primera vez que Charly pide fotos con alguien y no le piden fotos con él. Porque para ese dios del fútbol que es Messi, el rockero debió parecerle un viejo choto; un famoso de antaño que no tiene cabida en su playlist de cumbia villera y reguetón.
Quien antes lo hubiese cagado a insultos y luego saltado desde un séptimo piso para caer en una piscina de donde saldría para pedir una Coca Cola, solo dijo: “Chau, Dios te bendiga”. Messi, desde su carro, le contestó: “mmbbhhh…”, que es lo que sabe decir esa máquina que solo responde a punta de fútbol y goles.
A James, por su parte, lo buscaron algunos influencers intrascendentes, uno que otro periodista deportivo. Gagueó respuestas – “ju jugamos bien, a ahora a alegrarnos por la la clasifica cación al Mun Mundial” – y se hizo uno de esos videos ridículos bailando en el vestuario con sus compañeros para subir a Tik Tok.
Messi lloró acompañado de miles de connacionales que por años lo putearon y llamaron “pechifrío” por no haber jugado nunca en equipos argentinos. Le decían “el catalán” porque se formó e hizo casi toda su carrera en el FC Barcelona. Ganarse el cariño de esos hinchas le costó: 114 goles en 190 partidos, una Copa América y un Mundial. James, por el contrario, hizo todo el recorrido: del Envigado a Argentina y de ahí a Europa, donde jugó con el Real Madrid, el Bayern Múnich, el Oporto… y de regreso a América. Un trotamundos. Y con la Selección Colombia, 30 goles. Pocas veces se llevó la bronca de la afición.
Al final del encuentro del pasado jueves ante Bolivia, los colombianos estaban tan eufóricos por la clasificación al Mundial del 2026 que olvidaron abrazar a James y decirle “gracias por tanto, capitán”. Por ello, cuando todo se calmó, el 10 de la selección se fue al medio de la cancha de fútbol y allí, descalzo y sentado en la gramilla, se despidió del Metropolitano y los hinchas colombianos. Y lloró. Lloró solo. “Son lágrimas de macho”, como reza el meme.