Perdió la selección italiana 1 – 4 contra la de Noruega y sentí esa sensación de plenitud y satisfacción que sentimos los futboleros cuando un equipo que no nos gusta cae derrotado. La azzurra, que ha ganado cuatro Mundiales (1934, 1938, 1982 y 2006), siempre me ha parecido un conjunto mezquino. Ojo, eso no significa que no reconozca que ha tenido unos futbolistas maravillosos como Buffon, Vialli, Baggio, Rossi, Cannavaro o Totti, pero el mero hecho de haber desarrollado ese estilo cerrado y poco vistoso – ese catenaccio inventado por Nereo Rocco a mediados de los años 40 del siglo XX – merece el desprecio por aburrido.
La derrota italiana, sin embargo, vino por querer salir a jugar abierto, por proponer fútbol, por traicionar su esencia catenaccio. Y eso me dio más placer. Y más gusto me dio ver al técnico Gennaro Gattuso sacar disculpas por el mal juego de la selección que hoy la tiene en el repechaje. “Tenemos muchas presiones. No nos clasificamos para las dos últimas ediciones de la Copa del Mundo y no podemos subestimar eso”, dijo. Y ya antes había criticado las eliminatorias de la CONMEBOL dando a entender de que eran fáciles, mientras que las de la UEFA eran complicadas: “No se puede comparar con un continente donde varios equipos llegan la Mundial sin haber enfrentado el mismo nivel de exigencia”. Una afirmación temeraria de alguien que para clasificar debía derrotar a Noruega (puesto 29 en el escalafón FIFA), Israel (78), Estonia (130) y Moldavia (156), siendo Italia – hasta la pasada fecha de eliminatorias – noveno en el ranking global. Bolivia, la peor clasificada de Sudamérica, es 76. Y tenemos a dos en el top diez (Argentina, 2; Brasil, 7) y dos más en los primeros 20 (Colombia, 13; Uruguay 15).
Las lágrimas de Gattuso son mi schadenfreude; esa palabra alemana que describe el “sentimiento de alegría o satisfacción generado por el sufrimiento, infelicidad o humillación de otro”. Una emoción frecuente entre quienes hinchamos por un equipo y al rival inmediato le va mal. Nos alimentamos de ello.

Hace unos días fueron los hinchas de Boca Juniors quienes tuvieron su schadenfreude tras vencer a River Plate 2-0. Y los bosteros les sacaron fantasmas con la B, recordándoles que en el 2011 descendieron a la Primera B Nacional. Pero los gallinas les cantaban que siguen dolidos después de la final de la Copa Libertadores del 2018, donde se impusieron con un Juan Fernando Quintero monumental en el estadio Santiago Bernabeu. Porque el hincha vive de recuerdos.
La B. El descenso de categoría. Nada que genere más schadenfreude a un hincha que recordarle a su rival cercano que anduvo por ese infierno. Los del Deportivo Cali, Millonarios y Santa Fe se lo recuerdan al América cada vez que se enfrentan. En lo local, los hinchas del Once Caldas se lo hacemos saber a los del Deportivo Pereira; por la vía Panamericana, saliendo de Manizales, hay una señalización que indica la ruta a la capital de Risaralda y alguien transformó la P en una B. El ‘Bereira’. Y los matecañas nos cantan la estrella que ganaron en el 2022, su único trofeo, y se hacen llamar Supercampeones. Pero los de Holocausto Norte les sacan tifos con Oliver Atom (el de la serie animada Supercampeones) con las piernas amputadas, y luego otro con los Cazafantasmas. Imágenes que marcaron un antes y un después en esa guerra de trapos. Porque los albos tenemos cuatro estrellas por torneos locales y una dorada por la Copa Libertadores del 2004. Sí, fue hace 20 años, y nos alimentaremos de ese título por siglos porque es bien difícil que se conjure otra fantasía igual, que se alineen los astros, que el mundo se ponga de cabeza.
Una estrella que le genera rencor extremo a más de un hincha contrario. Los alemanes, que parece que tienen palabras para todo, llaman a ese resentimiento profundo: groll. Y se pronuncia como un gol gutural. Como ese que se le canta al rival de patio cuando se le marca en los minutos de descuento y de visitante. Y con un remate desde fuera del área. Como el tanto de Mateo García, el 4 de septiembre de 2024, al minuto 90 + 4. Inolvidable.