Por qué leo mujeres

29 de octubre de 2025

A menudo los hombres se creen mejores artistas de lo que son; y las mujeres se creen peores artistas de lo que son. Leo mujeres porque es mi modo de recordarles que su escritura es tan válida como la de los hombres.
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Leo mujeres por deseo. Me gustan sus historias porque logran eso que decía Virginia Woolf sobre meter el cuchillo entre junturas de cuero. Me ayudan a entender lo que significa ser mujer y las diosas saben bien que necesito entenderlo. Sus textos transpiran ciclicidad, me seducen sus espirales narrativas y sus engranajes poéticos. Me introduzco mejor en sus ficciones, disfruto más su mirada de la sexualidad, percibo mejor el pulso de sus personajes, me sorprende lo que ellas saben que yo debería saber y no sé sobre la vida. Leo mujeres porque me dan felicidad.

Leo mujeres porque son buenas escritoras. Lo que hacen me rompe los huesos de lo que creo, me electriza la mente o me lleva a lugares desconocidos. Cuando las leo corre en mis venas sangre feminista renovada, crece mi rabia bonita o florecen las raíces muertas de mis jardines mentales. Quiero cargar con su amor y con su dolor dentro de mi espíritu. Cuando me muera, quiero llevarlas conmigo en la memoria inconsciente de mi alma. Leo mujeres porque estimulan mi inteligencia.

Leo mujeres porque hoy en día escriben mejor que los hombres. Hasta lo dice Margarita Valencia en Ellas editan: «Creo que una de las características de la literatura latinoamericana hoy es que las mujeres son de lejos mucho mejores escritoras que ellos por una sencilla razón: porque son más literarias y están menos sometidas a formalidades establecidas».

El año pasado fui jurado del Premio Nacional de Novela y el único libro realmente bueno para mí, entre los escritos por hombres que debí leer, fue El medidor de tierras, de Esteban Duperly (¡qué tesoro esa novela!). En cambio, casi todos los libros hechos por mujeres me parecieron mejor logrados, hechos con mayor consciencia, profundidad y recursos narrativos: Sonido seco, de Diana Ospina Obando; Verdades a medias, de Mónica Acebedo; Diario de una cabra, de Karim Quiroga; Antes de que el mar cierre los caminos, de Andrea Mejía; El movimiento en la crisálida, de Catalina Navas. Y claro, el ganador: Solo un poco aquí, de María Ospina Pizano, donde los animales por fin dejan de comportarse como humanos. Leo mujeres porque son más creativas.

Leo mujeres porque a menudo son mejores maestras para mí en el arte literario. Aprendí más de Clarice Lispector que de Mario Vargas Llosa; más de Elisa Mújica que de Jorge Isaacs; más de Vivian Gornick que de William Faulkner y la lista puede seguir. Las focalizaciones que usan ellas me resultan más interesantes; sus voces narradoras, más genuinas. Su trabajo narrativo contiene un delirio y una fuerza que no he podido hallar en el trabajo de muchos señoros. Hay excepciones, obvio, J. M. Coetzee es una de ellas. Y aclaro que no me ocurre lo mismo con la poesía. Admiro a María Mercedes Carranza tanto como admiro a Aurelio Arturo; a Fadir Delgado Acosta tanto como a Henry Alexander Gómez; y para mí, Alejandra Pizarnik está a la altura de Rainer María Rilke.

Leo mujeres porque puedo. En el pasado las mujeres escribían y publicaban poco. Quienes publicaban no recibían mérito por su trabajo, aunque su calidad fuera tan buena o superior a la de los hombres. Tampoco eran libres para elegir lo que leían: hasta mediados del siglo XX en Colombia solo se les permitía leer libros de religión o de cocina. Leo mujeres porque gracias al feminismo puedo leer y puedo elegir leerlas.

No leo mujeres solo porque sean mujeres; hago curaduría. Hay escritoras que la gente admira, pero a mí no me gustan, no conecto con sus libros, no me inspiran como creadoras o profesan ideas racistas u homofóbicas y, por ende, no las leo, por más bien que escriban porque sí, leer es una apreciación estética, un acto político, y cada cual tiene sus estándares y pasiones. Leo mujeres y las leo críticamente.

No dejo de leer hombres solo porque sean hombres, los dejo de leer porque no escriben bien, porque publican sus libros demasiado rápido y no les dan la gestación debida, acuden a soluciones artificiosas o a finales rebuscados, sus temas son aburridos o sus visiones machistas, no manejan apropiadamente la psicología de sus personajes y casi nunca un personaje femenino les sale realmente bien. Leo hombres cuando escriben bien o cuando pertenecen a minorías oprimidas, porque eso también es feminismo.

Creo que escribían mejor los hombres del pasado que los del presente y que actualmente los narradores gay escriben mejor que los hetero. Leer gays, para mí, ha sido una experiencia espiritual, no solo artística: Tubo a tórax de Juan Camilo Morales; Nadamos en el mismo mar, de David Escobar de la Valle; El desbarrancadero, de Fernando Vallejo o esa novela hermosa que está haciendo Brandon Garzón, librero del FCE.

Los hombres a quienes les molesta que leamos más mujeres están asustados porque creen que están perdiendo lectores. Debe ser difícil nacer en un mundo donde se supone que por ser hombre ya eres privilegiado, y que de golpe «te cambien las condiciones», y descubras que ahora hay gente que se está cuestionando lo que lee o a quiénes lee y por qué les lee. Leo mujeres porque por fin estamos rescatando sus voces, sus libros y sus vidas.

La mayoría lee más libros escritos por hombres que por mujeres. En colegios, universidades, librerías, ferias, festivales, existen más referentes masculinos. En mi caso pasaron muchos años antes de que me diera cuenta de ello, y cuando fui consciente decidí equilibrar la balanza. Leo mujeres porque es un acto de justicia.

Tal vez esa resistencia de los hombres a lo que hacen las mujeres o a que las leamos con más interés sea envidia, arrogancia o baja autoestima. ¿Por qué no dejan de patalear y más bien van a escribir una buena obra? A menudo los hombres se creen mejores artistas de lo que son; y las mujeres se creen peores artistas de lo que son. Leo mujeres porque es mi modo de recordarles que su escritura es tan válida como la de los hombres.

Tal vez la inseguridad creciente de los hombres podría explicar la respuesta de Paco Ignacio Taibo II, cuando le preguntaron por qué en una colección que distribuirá 2,5 millones de libros en América Latina (hecha porque, según él, ya no leemos a los autores del Boom), incluyó 20 hombres y 7 mujeres: «Un poemario escrito por una mujer, horriblemente asqueroso de malo, no merece mandarlo a una biblioteca». Con ese argumento se queja de las cuotas de género. Leo mujeres porque el patriarcado nos miente: ellas sí escriben muy bien.

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  • Feminista decolonial, escritora y editora. Autora de las obras Las ballenas son más sutiles (FCE, 2024), El oráculo térmico (Seix Barral, 2023) y El aparato que late (Domingo Atrasado, 2021). Ha ganado dos premios nacionales de narrativa. Es comunicadora social y magíster en Escrituras Creativas. Dirige la escuela La Maletra.

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