Deliciosa falibilidad moral

21 de julio de 2025

Aspirar a ser un santo moral es en parte importante aspirar a una vida insípida. El Deber se sobrepondría a (casi) todas las cosas en la lista de las cosas buenas de la vida.
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Una frijolada (casi) se interpuso entre este texto y yo. A veces cedo a la tentación de una comida buena, y no hago lo que sé que tengo que hacer. Calculé mal mis tiempos, y dos cosas incompatibles chocaron. ¿Hice mal? Sí. Y cocinar una frijolada, procediendo luego a engullirla con amigos, también fue valioso. El disfrute de incumplir un deber.

De pronto hay gente que solo piensa en ser buena, en el sentido moral de la palabra. Gente a la que le gusta ver deportes, pero solo para aprovechar y recaudar para causas caritativas; gente a la que no le da rabia mojarse cuando llueve, porque quizás mojarse inoportunamente sea una manera de practicar la virtud de la paciencia; gente ecuánime que no te juzga cuando hablas mal de otros, pero que virtuosamente evita esa chismoseadera. Pero hay cosas buenas en la vida que uno decide hacer sin pensar si son moralmente buenas o no. Uno decide ceder a una obsesión por la excelencia atlética, sufriendo en el camino y haciendo sufrir a otros con uno; o uno decide ceder al gusto de los fríjoles con pezuña, sin tomar en consideración deberes incompatibles o la ética de la cadena de suministros; o uno decide explorar la profundidad psicológica de un duelo y desatiende como consecuencia la lucha contra la injusticia.

Uno decide, con buena razón, disfrutar de las cosas buenas de la vida independientemente de si hay alguna razón moral para disfrutarlas. La filósofa norteamericana Susan Wolf argumentó hace poco más de 40 años en contra de la santidad moral. Un santo moral es, según la definición de Wolf, «aquel cuyas acciones son todas tan moralmente buenas como es posible, esto es, una persona que es tan moralmente valiosa como es posible serlo». Ni perder tiempo haciendo el duelo necesario para el balance psicológico, ni reírse de chistes crueles, ni gastar el tiempo libre esforzándose en el deporte, ni disfrutar de un taco con doble carne y triple queso son cosas que un santo moral haría.

Contra la santidad moral está, primero, que ser un santo moral es muy aburridor. Los santos morales no tienen tiempo para el merengue; no eligen gastar tiempo escribiendo textos difíciles cuando pueden en lugar de eso donar su tiempo a la caridad; no chismosean sobre las malas intenciones de los colegas del trabajo; porque interfiere con sus deberes, no se dejan sobrepasar por la tristeza causada por el duelo. ¿Quién invita a esa gente a algo? Literalmente: ¡ni a un velorio! Segundo, no resulta claro que aspirar a ser un santo moral resulte en tener cosas buenas en la vida. Aspirar a ser un santo moral es en parte importante aspirar a una vida insípida. El Deber se sobrepondría a (casi) todas las cosas en la lista de las cosas buenas de la vida; o, peor, si uno decidiera hacerlas, tendría que mirar con sospecha el disfrute de estar haciéndolas, porque lo que importa no es disfrutarlas, sino la contribución al Bien Mayor. Adquirir la aspiración de la santidad moral restaría casi todo del disfrute que los moralmente falibles sacamos de vivir el momento sin pensar en todo lo demás.

Ser un santo moral no tiene nada de moralmente malo. Todo lo contrario. De haberlos, nada de lo anterior es una crítica a los santos morales; es solo una crítica al ideal de ser uno, una crítica que pueden adoptar quienes, como yo, son moralmente falibles. La aspiración lleva a una vida insípida, aislada de los demás e incluso hasta perniciosa para la salud física y psicológica.

Si hay algo moralmente correcto en la vida es cumplir las promesas. Si uno promete hacer algo, uno adquiere El Deber de cumplir la promesa. Si un santo moral prometiera entregar un texto, no cedería a la tentación de la comida, que interfiere con el deber de cumplir la promesa. ¿Pero por qué delimitar las decisiones en el contexto de El Deber? Yo prometí entregar a tiempo este texto, pero se me atravesó una frijolada festiva. Al entregarme a la frijolada, en lugar de escribir, incumplí El Deber que yo mismo adquirí. Hice algo mal, en el sentido moral de la palabra. Pero para evidencia de la fuerza de la tentación dejo la foto de referencia.

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