Advertencia: este texto contiene información y opiniones relacionadas con el suicidio. Si usted o alguien que conoce necesita ayuda en Manizales, puede comunicarse con la línea 123 opción 3, que atiende consultas sobre salud mental. Así mismo, la línea nacional de teleorientación en Salud Mental es 106. Si da clic aquí podrá encontrar otros canales de atención.
Recibí la llamada de un funcionario de una organización que me invitaba a ser la imagen principal de una campaña de prevención del suicidio. La propuesta incluía no solo un trasfondo social importante debido a la alta tasa de muertes de este tipo en el mundo—más de 800 mil personas cada año— sino un pago monetario bastante elevado que, en este momento de mi vida, me caería como anillo al dedo. Escuché con atención la propuesta y siguiendo mi modo de pensar y sobre todo de sentir, la rechacé casi que de inmediato.
El hombre quien todo el tiempo se oyó muy animado, esperanzado y casi convencido de que mi respuesta sería afirmativa, quedó envuelto en un silencio incómodo después de que yo le dijera que no me interesaba ser parte. A continuación, estalló…
—¿Cómo?- me dijo notablemente sorprendido.
—Como lo oyes, no me interesa, no lo comparto.
—¡Madre mía! ¿Pero qué corazón tienes?
—Uno que todavía está latiendo.
—Mira, eres un sin vergüenza, ¡qué fuerte, tío! Qué poca empatía…
Cuando colgué la llamada, un sentimiento de culpa me invadió, por un momento pensé en volver a contactarme con él para explicarle más detalladamente mis razones, justificarme, tal vez, pero después regresó la tranquilidad y me reafirmé porqué estoy de acuerdo con que cada persona debería poseer el beneficio de terminar su vida cuando quiera, poder decidir sobre su “final” cuando sienta que así debe ser, eso sí, acudiendo a métodos que no resulten agresivos, violentos, sino dignos. Sí, no importa si ante esta decisión se antepone una enfermedad o no, de hecho, estando “bien”, uno debería decidir hasta dónde llega, defender la propia lectura del tiempo y del pertenecer en el que uno cree, y lanzarse sin ataduras a la tan rechazada muerte.
Tengo personas muy cercanas que han decidido terminar con su vida, y aunque el dolor que han dejado en sus familias y amigos ha sido casi que incurable, hay algo en mí que siempre me ha dado vergüenza admitir y es que aplaudo este tipo de decisiones, no porque lo relacione con valentía, sino porque creo que han podido abandonar este plano terrenal cuando ellos mismos, examinando su camino, saben que quizás el cansancio ya merece parar.
Creo que aferrarse a una persona también es un acto de egoísmo, tratar de sostenerlo en la tierra prometiendo un mejor futuro en un escenario donde nada es garantía de nada, es una muestra de egocentrismo y a la vez cobardía porque hay un miedo, que no se sabe gestionar, por “perder” a ese ser, como si se tratara de una batalla por poseer a quien realmente pertenece solo a sí mismo, como si pudiéramos realmente entrar dentro de su pensamiento, dentro de sus tripas, para que entienda que “vale la pena vivir”, cuando en realidad cada ser humano tiene un corazón que late de manera diferente, con un ritmo distinto y que funciona como una huella dactilar que nos hace únicos.
Sé que este texto puede resultar algo irresponsable porque claramente los suicidios están relacionados directamente con problemáticas de salud mental graves, con ciclos de depresión que alguien está atravesando, y que prevenir este tipo de muertes puede significar una manera nueva de estar en el mundo, pero sigo pensando en que hay sangre, mentes, cuerpos, dinámicas internas que no nos pertenecen y que asegurar que nosotros desde afuera tenemos soluciones, que por nuestra felicidad, estas personas pueden ser felices, también es ser irresponsable.
La vida, el tiempo y el amor son cosas que yo sé qué son, pero si ustedes me preguntan por ellas, no sé cómo explicarles qué son. Asimismo, me pasa con quienes han decidido poner un final a su estadía física en este lugar, sé que sus conflictos internos y batallas desde afuera pudieron tener una amplia gama de soluciones, pero si me preguntan, no sé cómo explicarles que sí, que esa persona alzó la mano y decidió no continuar aquí y que no está bien, ni mal, solo fue su decisión.
No estoy a favor de la muerte, pero tampoco de la vida, estoy dispuesto a acompañar el silencio de quien se cansó de seguir gritando.
Nota adjunta.
Querido Samuel, hoy te pienso con mucho dolor porque te extraño profundamente. Tu vida aún anida en mis pensamientos, pero tu muerte, la que tú elegiste, a la que tú llamaste, no deja de ser eso, tuya. Quizás ambos estemos muertos, solo que en otros contextos. Quizás tú sigas más vivo que nunca. Sé que hubieras aplaudido mi decisión de no ser parte de esa campaña. Tú sí que sabías eso de hacerle caso al corazón.
Nota editorial: En nuestra declaración sobre quiénes somos decimos que con Barequeo «proponemos un medio de comunicación para fortalecer la deliberación pública desde nuestro territorio. Creemos en la veracidad, la argumentación, el disenso y el valor de la escritura para la construcción de memoria histórica». El diálogo público incluye, por supuesto, la conversación sobre temas sensibles. Esta columna propuesta por Alejandro Jaos nos invita a pensar y a conversar sobre el suicidio, uno de los temas más sensibles en nuestra región, que requiere diálogos públicos informados, incluyentes y con miradas que no estigmaticen y que aborden este fenómeno desde su profunda complejidad.