Hace unos días me encontré explicándole a un joven lo que era una antena parabólica. “Joven”, porque, como dice mi compañera de Barequeo, Adriana Villegas, a estas alturas joven es toda persona menor que uno. Era, creo yo, un “centenial”, que es como llaman a las personas nacidas entre 1997 y el 2012. También las catalogan como Generación Z. Yo soy Generación X, o sea, hijo de los Baby Boomers. A nosotros nos tocó el sacudón fuerte de la transformación de lo análogo a lo digital, un cambio que todavía nos cuesta y que se evidencia en que muchos todavía tenemos cuenta en Hotmail o Yahoo.
El caso es que un grupo de GenX le explicamos a un GenZ lo que era una parabólica. “Eran unas antenas enormes que se instalaban sobre edificios para poder ver canales de otros lados, principalmente Perú y México”, le dijimos. “Imagínese un plato de esos de DirecTV multiplicado por cien. Así de grandes eran y estaban por toda la ciudad. Por todo el país”. El pelado no lo podía creer. Mucho menos que usáramos esa tecnología para ver Nubeluz, los reportajes de Jacobo Zabludovsky o Laura en América.
El GenZ tomó su celular… “Muéstrame imágenes de antenas parabólicas”, le ordenó a la inteligencia artificial-IA del aparato. Ni un “por favor” o “serías tan amable de”, que es como nos enseñaron nuestros abuelos a pedir las cosas y que es como yo le hablo a Alexa o Siri. En menos de tres segundos tenía decenas de fotos de parabólicas y una definición precisa de lo que eran. Si lo hubiera buscado en la enciclopedia Larousse que había en mi casa, tendría que haber comenzado por el tomo 1, el de la letra A, y buscar “antena”. Luego ir al tomo 6 ó 7, donde está la P, y buscar “parabólico”. Tras leer ambas definiciones habría de crearse una imagen mental de ello, pues no era Larousse ilustrado, y rezar para que la imaginación concordara con la realidad.
Suena rocambolesco pero así era. Después vendrían la Encarta y Wikipedia, plataformas que seguían los parámetros clásicos de la enciclopedia de Diderot, y que hubiesen sido muy útiles en la etapa escolar. Hoy los motores de búsqueda y las IA hacen —en fracciones de segundo— un compendio, edición, resumen y alternativas a la palabra o término que buscamos.
Hace un par de semanas les conté en este mismo espacio que estuve en el Museo de Antropología y Artes de Jericó (Antioquia), el MAJA. Allí tienen una sección dedicada a esos objetos de uso doméstico que hacen parte de la memoria histórica de la región y entre esas piezas de museo había un teléfono del mismo modelo y marca al que tuvimos en la casa. Uno fijo, que se conectaba a la pared con su enchufe de dos patas cilíndricas; con carcasa de plástico, dial de disco, interruptor negro (con el que se colgaba o cortaba la llamada) y el auricular unido al aparato por un cable enroscado. Su timbre, que era una campana que repiqueteaba, debía ser lo suficientemente fuerte como para escucharlo por toda la casa. La discreción no existía; si te llamaban, todos sabían quién era. Y había que colgar rápido porque de pronto alguien más necesitaba el teléfono.
Pero no solo fue el teléfono. También había una máquina de escribir, como la que usé para entregar algunos trabajos del colegio; una máquina de coser parecida a la de mi mamá y mi abuela, y herramientas que eran comunes verlas en los hogares para reparar muebles y electrodomésticos pero, como hoy todo se desecha o se reemplaza, ya nadie las usa.
Le mostré esas cosas a mi hija, que es de la Generación Alfa (nacidos entre el 2013 y el 2025). “De estos teléfonos había en la casa de mis abuelos, o sea, tus bisabuelos”, mientras le mostraba uno de esos aparatos negros, pesados, cuyo auricular puede servir de mancuerna para los gimnasios de hoy. “Y de estos había en la casa de tus abuelitos”, y le señalé el de plástico naranja (aunque el de la casa era verde aceituna); “lo poníamos encima del directorio”. “Papá, ¿qué es un directorio?”, me preguntó.
En ese momento me pudieron haber dejado exhibido en esa habitación. La nota del curador puede decir: “Homo Sapiens que data de la segunda mitad del siglo pasado y se desactualizó iniciando la segunda década del siglo XXI. Cuando vio la primera tablet se sintió como cuando Aureliano Buendía conoció el hielo. Murió de nostalgia”.