Suena loquísimo: Tengo una persona en el centro del cuerpo. Hay alguien que se chupa el dedo, bosteza, sonríe, respira, llora y se alimenta. Alguien que crece y adquiere forma humana debajo de mi piel. Es un parásito que me absorbe, una bola de células que se hizo un cuarto en mi tripa. Un cuerpecito que a veces se mueve, que reacciona al frío y que se estremece con la voz de S.
Desde que supe que se cocinaba en mi panza, todo gira en torno a ella. La organización de los días, la agenda en el teléfono, las conversaciones con compañeros, las citas en el médico, los consejos de las abuelas, la cotidianidad del hogar y nuestro relato de pareja. De repente dejamos de ser solo dos personas que se descubren en el mismo espacio y coinciden en el tiempo: elegimos la manada, apareció la ternura y la mirada cómplice. Empezamos a ser tres.
Con ondas sonoras de alta frecuencia penetraron mi piel. Atravesaron capas de grasa, músculos, y órganos. La sangre y el líquido amniótico aparecieron oscuros en la imagen. En una pantalla se dibujó, a blanco y negro, una bolsa gestante en la que flotaba el pequeño humano. A mí me pareció que estaba en un rodadero porque se deslizaba de arriba a abajo. La voz de la obstetra anunciaba lo que veía a través del transductor, nosotros intentamos seguirla, adivinando sus manos, piernas, pies y cerebro. Entonces supimos que era real. Entendimos el significado de la palabra “positivo”, la misma que días atrás nos hizo temblar cuando la leímos en el resultado del examen de sangre.
Con la noticia, llegaron las voces y el ruido. El jolgorio, la mirada romántica, el entusiasmo prefabricado y las palabras tan desgastadas. Dicen que fuimos bendecidos, que ahora me veo más guapa, que brillo y que mi mirada cambió. También aseguran que la llegada de este ser pondrá fin al duelo de la infancia. Algo se tensa en mis entrañas cuando escucho eso. Me recojo, me cuesta aclararme. Me reviso y soy una bolsa de líquido amniótico incapaz de dormir bien. Me inflo en las noches, y mi cuerpo es una masa indescifrable: la vejiga se comprime, el corazón se desplaza y el útero se expande. Mis pulmones, los intestinos, el hígado y el bazo se apeñuscan ante la progresiva falta de espacio. Veo borroso, tengo migrañas a diario y me inquieta la presión. Todo ha cambiado: miro con sospecha las hamburguesas y los dulces, y busco sopas, frutas y verduras cada vez que quiero comer.
Es salvaje, brutal, doloroso, sangriento y animal. Soy una bestia a punto de reventar. Una incubadora andante. La hembra que cede a la biología para prolongar la especie. Los genes que codifican toda la información para que el pequeño humano llegue mejorado. Un cuerpo sobre el que escribo y se prepara para el rito de traer una vida a la tierra. Un cuerpo que crea a otro para soltarlo, para entregarlo al mundo.