El pasado domingo hacia las 4:00 p. m. se formó una larga fila de gente que esperaba su turno en la estación El Cable, de Manizales, para estrenar la línea 3 del cable aéreo que inauguraron el 29 de septiembre.
El pasaje vale $2.900, que es muy poquito para toda la belleza que se ve en el recorrido, aunque, como siempre, es mucho dinero para quien no lo tiene y necesita transportarse. Por eso es muy positivo que por fin se esté avanzando en la idea de garantizar transporte público gratuito (por ahora solo en cable) para los estudiantes de la ciudad, y que el cable y la buseta cuesten prácticamente lo mismo. Según el gerente del Cable Aéreo, Andrés Felipe Ortiz, el costo real del pasaje saldría a $3.900 por trayecto, pero en cada viaje el Estado, en este caso el municipio, subsidia $1.000. Habrá quien piense que ese subsidio le sale muy costoso a la ciudad. El cable aéreo no es rentable porque no tiene la cantidad de pasajeros que requiere para que sea autosostenible y esa es otra razón para insistir en la urgencia de un sistema integrado de transporte. Sin embargo, subsidiar el pasaje no está mal: transporte público de buena calidad y gratuito o a costos razonables es lo que tiene que ofrecer un Estado que invierte en la calidad de vida de las personas.

La larga cola para estrenar el cable aéreo trajo a mi memoria las filas de una cuadra que se vieron en octubre de 2003 en la Avenida del Centro, cerca de la Galería, cuando el Supermercado El Ahorro se le adelantó por dos meses a la inauguración del Centro Comercial Cable Plaza y puso en servicio las primeras escaleras eléctricas de Manizales. Las escaleras eléctricas dejaron de ser novedad en muchas ciudades del país desde los años 70 y 80, pero Manizales terminó el siglo XX sin conocerlas. Recuerdo a una señora, muy nerviosa, lista para subirse, preguntando si había que meter alguna moneda y por dónde. Lo sé porque lo vi, como vi las filas del pasado domingo, porque fui una de las noveleras que eligió estrenar el nuevo cable como plan dominguero.
Montar en cable nos convierte en turistas dentro de nuestra propia ciudad. No es lo mismo ver un gol del Once Caldas desde la tribuna del Palogrande, que ganarse la loteria de verlo desde el cable, como le ocurrió a una familia que grabó un vídeo que se volvió viral en TikTok. Ver a Manizales desde arriba permite asombrarnos con el milagro de vivir entre una cadena de montañas tan verdes, de las que emergen edificios hermosos como el Centro Cultural Rogelio Salmona (qué pesar que no se haya vuelto a hablar de la construcción del teatro que se previó en el proyecto original), o moles enormes como la Iglesia de Fátima, que quedó además con estación de cable propia, por ahora en construcción, porque eso de inaugurar obras sin concluir es también muy propio de nuestro paisaje.

Luego de sobrevolar Fátima la cabina del cable inicia una descolgada vertiginosa hacia la estación Cámbulos, en el Terminal de Transportes y en ese trayecto también aparece la mirada turística sobre nuestra propia ciudad: la pobreza que crece a tan poca distancia del estrato 6, las muchas escaleras que cruzan los barrios, las casas a las que les nacen pisos superiores cada cierto tiempo, las viviendas con solar, gallinas y cultivos, en medio de la ciudad, y la frustración que debe significar ver pasar todos los días un cable sobre las casas sin poder usarlo, porque la gente de Malhabar, Pio XII e incluso Aranjuez quedó cerca de la línea del cable, pero no tan cerca de alguna estación.
Si el problema de la rentabilidad de los cables es el poco flujo de gente, valdría la pena pensar mejor en dónde se ubican las estaciones. El criterio no puede ser elegir el lote que le salga más barato al municipio.

En una ciudad con tan pocos parques públicos, el plan de esparcimiento de muchas personas consiste en pasar la tarde en centros comerciales o en “dar vueltas”. La vuelta tradicional ha sido el circuito “Chipre-CocaCola”, que seguimos llamando así aunque la embotelladora de CocaCola se haya ido hace ya varias décadas de Milán. La vuelta de moda ahora es la línea 3 del Cable, pero pasada la novelería se sabrá cuál es el flujo real de pasajeros que va a usar este cable de manera habitual cada mes. Seguramente la cifra será exigua, y se usará para reforzar la idea de que éste es un transporte público costoso que mueve a pocas personas. En vez de acabarlo, sueño con que se potencie, para que le sirva a más gente, y la manera de fortalecerlo es generar nuevas líneas que permitan más conexiones con otras zonas de la ciudad: una que vaya desde Fundadores hasta Bosques del Norte; de Cámbulos a La Enea, con estación en el Bosque Popular/Expoferias, y en la Universidad Nacional de la sede de La Nubia; otra que conecte a El Cable con La Cumbre, y una más para San José y Villapilar.

Hace no mucho un político en campaña propuso un sistema de cables que conectara a Manizales con Chinchiná, Pereira y Armenia. Me sonó excesivo, como las grandilocuencias que les oímos a los políticos que están en la tarea de buscar votos, pero luego pensé en James Lindsay, el neozelandés que hace más de un siglo atravesó medio planeta para iniciar la construcción del cable de Mariquita a Herveo, que inauguraron en 1914, y que llegó hasta Manizales en 1922. Ese cable, que redujo a 10 horas el viaje que antes se hacía en varios días, motivó la idea de construir un cable hasta Aguadas y otro hacia el Valle, para llegar al Pacífico. Aunque esos proyectos finalmente no prosperaron, dan cuenta del tamaño de los sueños y la ambición con la que se pensaba lo público en otras épocas.
Distinto a ahora, cuando alcaldes y exalcaldes debaten de quién fue la idea, quién firmó el primer contrato, quién hizo la primera embarrada, quién enredó todo, quién lo desenredó, quien inauguró y quién invitó a quién a la foto oficial. Los oigo y pienso en un jueguito infantil que se hace con las manos: “este dedo se encontró un huevito, este lo cocinó, este lo peló, este le echó la sal y este pícaro gordo se lo comió”.
Pícaros gordos: dejen sus peleas infantiles y sus egos y déjennos disfrutar el cable en paz. Al fin y al cabo no es de ustedes: es de nosotros.
