Gracias a no sé cuál revolución —debe ser mi tan querido feminismo— la menopausia pasó de tabú a spam. Si antes no se hablaba de eso, ahora el algoritmo, que sabe perfectamente que tengo 51 años, me recomienda cada dos por tres posts, pódcast, videos y textos sobre el mejor ejercicio, la mejor alimentación, la mejor compañía y el mejor sexo para menopáusicas.
Y yo estoy un poquito perdida. Siguen aquí una serie de infidencias femeninas que, si ustedes son sensibles, puede que les causen escozor.
Cuando tenía 48 años fui a cita ginecológica a consultar por unos desórdenes menstruales que se estaban volviendo un problema. Fui a un hospital universitario en donde me atendieron el médico y dos residentes de ginecobstetricia. Un poquito intimidante esto de que tres personas se paren al frente de uno a mirarle la entrepierna y a comentar todo lo que ven, pero como yo soy hija y hermana de médicos soy una persona bastante civilizada y sé que ellos tienen que estudiar en alguna parte, así que, estoica, pero con un poquito de risa, me puse al servicio de la ciencia.
Después del escrutinio del que salí con 10 exclamado, qué belleza, el grupo me sometió a un cuestionario para determinar mi grado de menopausiquez.
—¿Cambios menstruales?
—Sí, a eso venía justamente…
—¿Problemas para dormir?
—No señor, yo tomo medicamento psiquiátrico y duermo como un bebé. Un bebé que duerma muy bien porque hay bebés que no dejan dormir.
—¿Cambios en el temperamento?
—No señor. Como le digo, yo tomo medicamento psiquiátrico y me mantengo eutímica (esta es una palabra que aprendí con los psiquiatras, que significa equilibrio y que sirve para darle a entender a los médicos que yo sé de qué estoy hablando, no se crea que soy ignorante).
—¿Irascibilidad?
—De toda la vida.
—¿Se le olvidan las cosas?
—Desde que tengo uso de razón se me olvidan las cosas.
—¿Calor, sofocos?
—No, nada.
—Pérdida de la libido.
—No.
—¿Es activa sexualmente?
—Justo en este momento, no señor.
—¿Cómo sabe que no ha perdido la libido?
—Yo sé. (Uno sabe).
Terminado el cuestionario, que iba tornándose un poquito incómodo, el médico se volvió hacia los residentes y les preguntó: ¿diagnóstico, señores? Tímidamente los doctores —que estoy segura de que estaban más incómodos que yo— contestaron que probablemente perimenopáusica.
“¡Menopáusica con toda seguridad! Cualquier señora de 48 años está ya menopáusica aunque no tenga síntomas”, dijo el doctor y quedamos todos de una pieza. Sobre todo yo que iba con esta menstruación como de jovencita de 15 años.
Procedió a indicar un tratamiento, producto del cual ahora tengo, con 51 años, menos síntomas que antes.
Solo una vez, en Pereira, en un evento con políticos al que me invitaron para moderar un panel, tuve un episodio que en ese momento no supe interpretar: de pronto me subió por todo el cuerpo algo que no era exactamente calor, sino más bien tensión. La capa superficial de mi cuerpo, la dermis y la epidermis, se alertaron, y un hormigueo, un cosquilleo, me recorrió toda. Me puse como un cable de alta tensión.
“Jueputa, me voy a morir. Me voy a morir y aquí no hay nadie de confianza para morirme con tranquilidad”. Les dije a dos mujeres con las que estaba que creía que me estaba dando algo raro, quizá un mareo, quizá un infarto. Me senté, me dieron agua y se me pasó. Y se me olvidó. Unos meses después estaba contando lo mismo que estoy contándoles a ustedes, que yo nunca había tenido ningún síntoma de la menopausia, ni calores, ni sofocos, y ahí caí en la cuenta. ¡Ah!, eso era —eso es— un sofoco.
Parece que entre la ciencia, medicamentos y tratamientos, y mi personalidad ensoñada, diletante y pendenciera, me estoy saltando esta etapa tan espectacular de la vida, para la cual hoy hay una oferta tan variada de pódcast, posts, videos, ejercicio, alimentación y sexo. Gracias, pero no. Bueno, el sexo de pronto sí.
Viene a mi memoria un recuerdo de cuando tenía 15 años. Estaba con mi mamá en el patio de ropas de la casa en la que vivimos muchos años: “mami, la vida no puede ser solamente ir al colegio, ir a la universidad, trabajar, casarse, tener hijos y morirse. Yo no quiero vivir la vida como una sucesión de etapas predeterminadas”. Pues bueno, parece que he triunfado: otra etapa de la vida que parece que me perderé. Como la adultez, que también me la perdí. Aquí vamos.