“El gusto evoluciona, al menos en cierta medida. Es algo que se trabaja. Tomar conciencia de que (las preferencias) no son tan personales e íntimas como uno creía también es comprender que no son inamovibles”, Mona Chollet, Reinventar el Amor.
Hace años escribí en mi cuenta de Twitter un comentario muy desafortunado sobre los procedimientos estéticos que nos hacemos las mujeres para sentirnos mejor con nosotras mismas. El problema no fue que cuestionara los procedimientos, sino que juzgara a las mujeres. Y es cierto, ya cargamos nosotras con demasiada presión para que además venga yo a decirles brutas o feas por hacerse lo que se hacen. Fue una opinión de mierda.
Yo soy la que no se hace las uñas permanentes, la que no se hace la keratina, la que no se pone bótox, no se rellena la boca, la que no se manda a "hacer" las cejas, la que espera a ver cómo les va, para después constatar que todo eso, no solamente no embellece, sino que afea.
— Ana María Mesa Villegas (@animesa) May 18, 2023
No es tan raro, todos tenemos opiniones de mierda. La mayoría de las veces nos las reservamos. Todos queremos que nos quieran. Nos las reservamos sobre todo en Twitter, donde cada vez es más difícil cualquier conversación, incluso aquellas que son irrelevantes. Sin embargo, yo he seguido dándole vueltas a estas ideas y varias veces he escrito nuevamente sobre el asunto en un tono más compasivo. He intentado explicarme qué es lo que tanto me molesta de este tema.
Ese día recibí cientos de comentarios insultándome, diciéndome que no me meta en lo que no me importa, llamándome sapa, envidiosa, creída, arrogante, vieja, fea. Con razón me señalaron el problema de andar juzgando a las otras, poniéndome yo en este pedestalito de altura moral que, como feminista que soy y que me reconocen, no me representa. Que me dé cuenta también de que las mujeres tenemos eso que hemos llamado agencia, y que bien podemos como adultas que somos, decidir qué nos hacemos.
También recibí un montón de apoyo. Gente, mujeres, diciéndome que tampoco se hacen nada de eso, que se identifican con lo que pienso, que se sintieron acompañadas por mi comentario, que creen que las mujeres somos inducidas por la industria de la belleza, que no es otra cosa que el matrimonio perfecto del patriarcado y el capitalismo, para terminar enfermas de la cabeza, sintiéndonos insuficientes y viejas.
Mi papá era dermatólogo. Recuerdo que una de las cosas que nos decía era que, si de todas maneras queríamos hacernos algo, nos sacáramos lo que quisiéramos, pero de meternos, nada de nada. Se refería al riesgo de las prótesis mamarias, los rellenos para la cara, los implantes, los líquidos y esas cosas. Mi hermana también es dermatóloga. La he oído hablar del impacto en la salud mental de las personas que insistentemente recurren a los médicos para pedirles que les quiten o que les pongan.
Yo, ya lo he dicho, no soy una mujer convencionalmente hermosa. Tengo barriga, las piernas demasiado gruesas, las tetas demasiado grandes, la cintura demasiado extensa, el culo demasiado caído. Y lo más grave, hoy cumplo 51 años. Estoy vieja. Sin embargo, nunca he considerado seriamente la idea de hacerme nada para mejorar mi cuerpo o mi cara. No lo digo desde un Himalaya moral. Lo que creo es que por la gracia de la formación que me dieron en mi casa, sobre todo mi papá, que estaba seguro de que sus hijas eran hermosas, y que nos insistió mucho en que ese tipo de vanidad no es admirable, entendí que lo que vale la pena de mi persona es primero lo que tengo en la cabeza y en el corazón, que tampoco es que sea extraordinario, pero es a lo que le presto atención.
Sé perfectamente que esto me convierte en una persona privilegiada: soy un poco más libre de esa tortura de creer que tengo que hacer miles de cosas, y gastar millones de pesos, para mejorar mi apariencia. No es porque me sienta bellísima, es porque no me importa. Casi. Lo suficiente para casi no pensar en eso. Pienso que estoy gorda, claro, pero no se me ocurre que la solución es hacerme una cirugía bariátrica. Pienso que la solución es hacer dieta, que es otro mandato, uno que sí me alcanzó, desafortunadamente.
Sobre la belleza y la feúra femenina todo el mundo opina. Opinan los dermatólogos, que convencen a las mujeres de que necesitan más bótox, menos arrugas, más ácido hialurónico. Opinan los cirujanos plásticos, que ofrecen menos párpados, más tetas, menos grasa, otra cintura. Opinan los señores, que nos llenan de comentarios sobre nuestra apariencia: que muy altas, que muy bajitas, que muy gordas, que muy flacas, que, en todo caso, muy viejas. Opinamos también las mujeres, que vamos señalando por el mundo, a veces con la mejor de las intenciones, y otras veces con el ánimo más destructivo, los defectos de las otras.
Y está bien que dejemos de opinar. Me llama la atención que en el mar de opiniones sobre la apariencia femenina, mi opinión sobre el casi siempre desfavorable resultado de esos procedimientos ocasione ese rechazo. La industria de la belleza opina que las mujeres siempre están incompletas, inacabadas, insuficientes, feas, para venderles unos procedimientos que van de lo inocuo a lo riesgoso y a lo desastroso. Mi opinión de fondo es que no necesitamos eso, como estamos, estamos bien, así eres linda, déjate de hacer cosas que dañan, afean o enferman. Y este es el punto que me interesa.

La keratina daña y tumba el pelo. El semipermanente de uñas las pone frágiles, las reseca y aumenta la probabilidad de desarrollar cáncer de piel. El buen resultado del bótox depende de la experta que lo ponga, y no hay bótox suficiente para alisar las arrugas que tendremos a los 60. Los rellenos deforman las caras y los culos; las tetas postizas se han visto relacionadas con síndrome de ASIA, que está ocasionando que muchas mujeres busquen retirárselas. Todos hemos visto el resultado aterrador de tantas mujeres hermosas que terminaron con la cara hinchada, deforme, estirada, brillante por lo extendida, creyendo que ese era el camino para cumplir con la obligación de mantenerse jóvenes. Para colmo las mujeres están empezando a hacerse cosas ¡antes de los 20 años! En otros 20 vamos a ver el resultado y no sabemos si habrá tratamiento para revertir el daño. ¿No es pertinente poner en cuestión unos métodos y unas ideas que nos conducen a esto?
Una de las cosas que he detectado desde que comenzó todo el movimiento anti gordofobia, body positive, etc., es que mi gusto estético sobre el cuerpo femenino ha cambiado sustancialmente. Consumo mucha información de ese tipo y noto que ahora me parecen hermosas cosas que antes me parecían feas. La gordura, las estrías, las canas, las arrugas, la flacidez, la barriga, las cicatrices, los cuerpos de mujeres de todos los tipos y formas, hoy los veo con otros ojos. Qué cansancio esta idea de que siempre nos falta hacernos algo para mejorar lo que no está mal.
Las pruebas de que el gusto puede cambiar están ahí. Una de ellas es la historia de que antes de la Segunda Guerra Mundial muy pocas mujeres se quitaban el vello corporal de la cara, las axilas, las piernas o el pubis, pero como Gillette necesitaba vender más cuchillas de afeitar comenzó a promover la historia de que a nosotras, y solamente a nosotras, se nos ve feo y sucio el pelo en el cuerpo. Y ¡pum! Se triplicaron las ventas. Ahora veo con preocupación que muchos hombres jóvenes también se depilan. Vamos a alcanzar la igualdad, pero para el otro lado.
Lo contrario es lo que normalmente sucede. Deformamos tanto la apariencia femenina que vamos perdiendo la idea de por qué somos bellas. Empezamos a necesitar vernos igual que las demás, en estándares que muy pocas pueden alcanzar, con el impacto respectivo de que no reconocemos la hermosura que hay en que seamos todas distintas, en que no tengamos todas las mismas cejas.