Visité Jericó, ¡y que envidia tan berraca la que me dio! No solo por lo bonito y pintoresco de las calles y balcones de este pueblo antioqueño, sino por sus museos. La Casa Ateneo, que contiene el Museo de la Música, es una maravilla por su colección de instrumentos musicales traídos de diferentes lugares del mundo y por la manera en que están exhibidos. Además, la sola estructura, con su patio interior y habitaciones en galería, invita a la contemplación.
Unas cuadras más abajo, y cruzando el parque principal lleno de árboles y jardines, está el Museo de Antropología y Artes de Jericó —MAJA. Si la Casa Ateneo atrae por su arquitectura colonial antioqueña, este combina lo clásico con lo moderno en una armonía muy bien lograda. Basta pisar el área de las entradas e información para ver esa mezcla: el techo en madera del que cuelga una lámpara del siglo XIX y al fondo un mural en tonos grises que representa —por su forma y textura— las siluetas de unos troncos y ramas de árboles, pero al acercarnos vemos que están hechas con placas base (motherboards) de computadores desechados. Todo enmarcado en un arco que seguramente conducía a la habitación contigua.
El primer piso tiene la parte arqueológica e histórica de la región, con unas 2 mil piezas bien documentadas y expuestas. Luego vienen las amplias e iluminadas salas para las exhibiciones temporales y su almacén. Pero la casa, construida en tapia pisada con bahareque, muy tradicional en Antioquia y el Viejo Caldas, tuvo unas remodelaciones que se extendieron por dos años. Excavaron su patio interior y sus bases para crear un nivel nuevo donde, además de más salas para exhibiciones, tienen una cafetería, hemeroteca y auditorio para unas 120 personas. Sobre la tarima hay un piano y del salón sale la música clásica que acompaña los espacios abiertos del MAJA sin contaminar.
Y me faltaron por visitar el Museo del Carriel (aunque en la visita a la guarnielería, de don Darío Agudelo, tuve toda la historia de este accesorio tradicional paisa), la Casa Museo de la santa Laura Montoya (mucho camandulero haciendo fila), el de Arte Religioso (en la parte baja de la catedral), el Museo José Tomás Uribe Abad que, según Nelson Restrepo, secretario de Educación, Cultura y Turismo de este municipio, es una colección que combina mobiliario europeo en una casa tradicional antioqueña, y el Centro de Historia, con su archivo histórico. También el Teatro Santa María, con más de 100 años de historia y cuya arquitectura está inspirada en el Teatro Colón de Bogotá.

Todo esta riqueza cultural, de arte e historia, en un municipio de 14.576 habitantes. La mitad del aforo del Estadio Palogrande de Manizales. Una ciudad capital cuya administración pública lleva décadas en deuda con el Museo de Arte de Caldas para darle un espacio digno. Desde los años 90 lo han paseado de un lado para otro (del Fondo Cultural del Café a su actual sede en los bajos del Centro de Convenciones Teatro Los Fundadores), y le han prometido sedes (desde el antiguo y demolido edificio de la Alcaldía, donde hoy está la Plaza Alfonso López, al edificio de la Juan XXIII que están recuperando), pero nunca cumplen. Y cada año es la paridera para que les vuelvan a dar un espacio, un rinconcito, donde se puedan hacer exhibiciones; donde al menos se puedan exhibir algunas de sus 320 piezas de su colección.
¿Hasta cuándo habrá que mendigarle a la Secretaría de Cultura y al alcalde y gobernador de turno; a las empresas que se quedan en simples patrocinios? Manizales —y el departamento de Caldas— se merece una estructura digna y robusta para el arte. Una que vaya más allá de la identidad de fondas y arrierías que de unos años para acá se fortaleció y apropió del discurso político regional (ese sí, de pueblito chiquito y montañero). A esto se suma que las fuerzas ciudadanas que están detrás del Museo de Arte de Caldas no son eternas y el recambio es urgente.
Sueño con un Museo de Arte de Caldas a la altura de una ciudad como Manizales. Con identidad y estética como los de Jericó. De verdad, ¡qué envidia tan berraca!
