Maldita biología

30 de julio de 2025

Aunque Hombre no pierda nuestras citas de control, acuda a cada examen y cargue las carpetas con los resultados de estos meses de embarazo, nunca podrá hacerse a una idea de lo que implica sostener una vida en medio del cuerpo.
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Hemos llegado a casa después de un largo día. Abro la puerta y solo la oscuridad nos recibe: no salen ni mi perra ni Hombre a recibirnos. Es viernes, hay silencio y estoy sola. Hombre viajó de nuevo y yo me he quedado debajo de las cobijas, como en los últimos seis meses. Ardo en rabia.

(Hay días en que quisiera ser solo horizontal, renunciar a mis extremidades y quedarme tirada, inmóvil, sintiendo cómo crece mi feto hembra. Montserrat se mueve mientras escribo estas barbaridades. Cada vez sus movimientos son más fuertes y notorios, y se activan con cada comida que engullo. Hoy me desperté a las cuatro de la mañana con su hipo, sus piernas estirándose y sus patadas. Me levanté el pijama y me quedé observando los bultos en movimiento, supuse, simplemente porque sí, que ella estaba feliz).

Pero volvamos a la rabia, al resentimiento, a esta desazón. Cuando supe que Hombre viajaría al norte, por trabajo, mentalmente hice mi maleta y me preparé para llevar estos trece kilos con todo y feto, líquido amniótico, placenta, sangre y útero henchido, al mar. Aspiré su olor, escuché las olas y sentí el salitre. Poco duró esa ensoñación: apareció la voz: “No puedes hacer esto. Mejor quédate en casa dando vida. Sigue con tu papel y espera el regreso de Hombre. Estás demasiado embarazada como para permitirte tales aventuras”.

Qué ira. Cómo que tengo que quedarme en esta pasividad absurda, cómo que debo obedecer al médico, ser responsable y solo esperar. Nunca he sido la mujer que se queda, y ahora, es lo único que hago: esperar a que Montse termine de cocinarse en mi tripa; esperar que las horas pasen rápido para llegar a casa y poner los pies en alto; esperar a que me atienda el médico; esperar a que llamen la ficha T-105 para reclamar los medicamentos; esperar que mañana tenga más energía; esperar que el sueño profundo llegue después de horas de insomnio; esperar, esperar, esperar. Me voy a volver loca.

(Por más que Hombre me abrace con ternura y vigile mis necesidades; aunque no pierda nuestras citas de control, acuda a cada examen y cargue las carpetas con los resultados de estos meses de embarazo, nunca podrá hacerse a una idea de lo que implica sostener una vida en medio del cuerpo. Por más que lo intente, pregunte o me lea, nunca sabrá lo que eso significa. Seguro que mucho cambió con la noticia de su paternidad; sin embargo, su vida continúa mientras estamos embarazados. Sus proyectos, viajes y planes profesionales no han entrado en pausa, no hay paréntesis. Qué egoísta, qué injusta soy).

Claro que lloré y, con toda la rabia, escupí mentalmente palabrotas mientras me quejaba por ser el único cuerpo que carga con todo esto. Sigue siendo viernes, y Hombre me envió una fotografía del paisaje, le respondí desde la cama con un corazón.

Estoy tan cansada… pero no duermo. De tanto en tanto, paso la mano por mi vientre abultadísimo, sigue ahí mi feto hembra. Cené fruta, cereal sin azúcar y yogur griego y me tomé el hierro y el calcio. Con la poca lucidez que me queda, agradezco el milagro y maldigo a la biología.

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  • Ibagué, 1997. Periodista, columnista y gestora cultural en Quindío. Licenciada en Español y Literatura. Coautora de la antología "Elipsis 2020" del British Council y de la colección "Espresso Literario" de la de la Secretaría de Cultura del Quindío. Actualmente cursa una maestría en Estudios Culturales y hace parte de la Red Latinoamericana de Periodistas de Distintas Latitudes.

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