Los extremos y el fantasma de 1925

6 de octubre de 2025

Si las fuerzas políticas no asumen su responsabilidad con claridad en 2026, podrían terminar entregando el país a los extremos que hacen pasar por política la destrucción de la Constitución.
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Desde la derecha, el candidato a la presidencia Abelardo De La Espriella promete imponer mano dura como “nunca antes se ha visto”, mientras en su página web advierte que estamos en un “punto de no retorno”. Desde la izquierda, el precandidato Daniel Quintero afirma que, una vez sea presidente, va a “resetear la política”, porque un Congreso corrupto “nos tiene secuestrados”. Como si fuera poco, Germán Vargas Lleras —a quien algunos todavía quieren presentarlo por el centro— reapareció con una columna en la que llamó “pusilánimes” a quienes pedimos un disenso sin desconocer al otro, solo por no oponernos “de manera frontal” —la única manera que él concibe— al Gobierno Petro.

Nunca antes visto, no retorno, resetear, estamos secuestrados, pusilánimes, de manera frontal: son algunas de las palabras con las que arranca la campaña. Si las fuerzas políticas no asumen su responsabilidad con claridad en 2026, podrían terminar entregando el país a los extremos que hacen pasar por política la destrucción de la Constitución.

Estamos dejando que el dolor se nos meta en el cuerpo y nos haga creer que somos los únicos con esta historia. Entonces surgen ideas como que “las situaciones extraordinarias requieren respuestas extraordinarias”, o que “las crisis requieren salidas difíciles pero necesarias”, o que “todo se soluciona pero solo si es con mano fuerte”. Y lo más extraordinario, lo más difícil, lo más fuerte es justo el terreno de los charlatanes extremos, que solo prosperan entre este tipo de símbolos e hipérboles.

Pero llega la historia y nos rescata. Solo la memoria permite ver que no somos únicos y que entre nuestros tiempos no vive lo extraordinario, al menos no en las proporciones que quisieran estas campañas presidenciales. Esta situación se parece a la que vivió Alemania en la elección de Paul von Hindenburg como presidente de Alemania, hace cien años, en 1925.

En El fracaso de la República de Weimar (2025), el historiador Volker Ullrich recuerda cómo en la campaña de Hindenburg se repetía el lenguaje del “salvador”. Un cartel con su rostro proclamaba en rojo sangre: “¡El salvador!”. El periódico Vossische Zeitung se preguntaba entonces de qué debía salvar el mariscal al país, si Alemania ya se recuperaba con la moderación de sus políticos tras la Primera Guerra Mundial. La inflación de 1923, a pesar de haberse superado, se había hecho calar hondo en la memoria colectiva del pueblo alemán, afirma Ullrich. Rescata una cita de Stefan Zweig sobre este trauma: «nunca produjo otros tiempos de locura similares, de proporciones tan gigantescas»; nada había vuelto al pueblo alemán un pueblo «tan amargado, tan lleno de odio, tan listo para Hitler como lo volvió la inflación».

En Colombia, cuando se agitan discursos de refundación o de purga, la pregunta vuelve: ¿de qué nos rescatarán estos nuevos salvadores, si lo que necesitamos es apenas un cambio y no una cruzada? Podríamos ver que estamos con indicadores económicos en recuperación o al menos lejos de la catástrofe que anuncian los extremos. También podríamos ver que atravesamos un déficit fiscal al alza, un sistema de salud al borde del colapso y una violencia que recupera terreno en las regiones. Nada, sin embargo, parece muy distinto a otros tiempos de los que ya salimos con trabajo, tiempo, instituciones y Constitución, no con golpes mágicos.

“La campaña electoral se desarrolló con una pasión que la República no había experimentado hasta entonces… se enfrentaron con una enemistad encarnizada.” Así describe Ullrich la elección de Hindenburg. La frase podría parecer escrita para Colombia en vísperas de 2026: la política convertida en tribuna de eliminación del otro, la razón sustituida por la furia de los extremos. La elección de Hindenburg no era inevitable. Bastaba, como hoy, que en la derecha y la izquierda contuvieran a sus cruzados; y que el centro se jugara más por la Constitución que por arrasar con el extremo “más malo”.

Aunque exmilitar y monárquico, Hindenburg no se presentó como un extremo. Antes de su elección, el filósofo Theodor Lessing escribió en el Prager Tageblatt: «Más bien sería solo un símbolo representativo, un signo de interrogación, un cero. Uno podría decir: ‘Mejor un cero que un Nerón’. La historia muestra, por desgracia, que siempre detrás de un cero se oculta un Nerón.» En Colombia, el riesgo tampoco reside solo en las figuras que pueden parecer moderadas o razonables, un “cero”. El riesgo son las huestes que las siguen con odio ciego, dispuestas a reemplazar las instituciones por lealtades personales. Pero esa es una historia de la que podemos hablar luego.

Lo cierto es que en Alemania el “cero” fue la fachada de un poder más oscuro. Hindenburg, el extremo menos extremo, permitió el paso al nazismo, convencido de que podría controlarlo. No era el Nerón, pero le abrió la puerta. Pero esta es una historia de la que no quisiéramos tener que hablar después.

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  • Abogado y periodista. Director de Manizales Cómo Vamos. Profesor de periodismo en la Universidad de Manizales. Ganador en una ocasión con el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Codirector de Barequeo.

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