Cuando era niña, mi hermana siempre tuvo problemas de desnutrición. Entre tantas y tantas citas con médicos especialistas, una vez una pediatra le dijo a mi mamá: “los alimentos que debe darle a su hija son estos…” a lo que mi mamá ya histérica, frustrada, casi que rendida le respondió: “dejen de decirme qué le tengo que dar de comer a mi hija, ESO YA LO SÉ, ¡díganme CÓMO HAGO PARA QUE SE LO COMA!”. Cuenta mi madre que la pediatra no supo qué responderle.
Siempre recuerdo esta historia cuando conocidos, amigos o familiares plantean, de manera generosa, soluciones a situaciones en las que me veo hundido, chapaleando sin poder salir. Y aunque a veces guardo silencio y con mi cabeza afirmo que estoy de acuerdo con su discurso, por dentro quisiera decirles: ESO YA LO SÉ, DÍGANME EL CÓMO, ¡NO EL QUÉ!
Y cuando hablo del cómo me refiero a algo mucho más que el planteamiento de un método, me refiero a la solución para un grito que ocupa mi garganta y no puedo sacar. Al cómo los pájaros se siguen revolcando en un nido y no han podido abandonarlo para salir a volar, me refiero al nido que no está hecho de paja, sino de espinas y se entierra en medio de mis costillas. Porque queridos, yo sé que las respuestas las tiene uno, que hay que escarbar en uno mismo para saber qué pasa, que uno es capaz de mirarse al espejo y reconocer que está en la mierda, y que, claro, existen mecanismos para salir de ahí, pero ese “cómo” no se construye solo con palabras, sino que hace falta una acción para explicarles que hay una fuerza interior que está vencida y no encuentra manera de levantarse a dar la batalla.
Agradezco profundamente el reconocimiento de cualidades mías que yo muchas veces ignoro, o que, de hecho, ni siquiera sabía que existían, valoro el amor con el que me protegen y me ayudan a caminar por espacios que parecen obvios; pero, como mi mamá, yo ya sé qué tengo que comer, lo que no he podido entender es cómo comerlo sin vomitar. Y muy bien sabemos que no hablo de alimentos.
—Deja ese novio que no te hace bien.
¿Cómo lo hago desde un apego ansioso?
—Deja de fumar.
¿Cómo lo hago sin comerme las uñas?
—Deja ese trabajo
¿Cómo lo hago si…?
Grito. Pausa. Grito. Grito.
Organizar la vida de otros es tan sencillo como hacerse el pendejo con uno mismo.
Hay una estructura de carácter que está formada desde la niñez. A mí me gusta verlo como un ejército que a uno se le entregó cuando bebé y que con las luchas diarias va perdiendo soldados dejando al descubierto mecanismos de defensa para sobrevivir al mundo. No son mis caprichos, no es mi egoísmo, es la manera en cómo sostengo todavía a unos cuantos soldados para no morir en la pelea.
Ahora, también pienso, qué sería de la vida sin esos amigos que le reafirman a uno el amor que despierta en otros. Qué sería de la vida sin esos amigos que le abren una caja de herramientas, así uno no sepa ni siquiera clavar una puntilla. Qué sería de la vida sin la psicóloga que edifica con cimientos basados en la responsabilidad y el autocuidado. Qué sería de la vida si uno supiera cómo comerse eso que está servido sobre la mesa sin temor a que algo pueda darle alergia.