El escritor Miguel Ángel Manrique me recomendó hace una década “84, Charing Cross Road”, un libro de Helene Hanff. Habló con tanto entusiasmo que lo busqué y luego de leerlo entendí su emoción. Consiste en un intercambio de cartas entre una lectora de Nueva York y su librero en Londres. Conversan sobre libros, pero también sobre los hijos, las vacaciones, el salario escaso, el tiempo libre, la incertidumbre por el futuro y todo aquello que zigzaguea entre lo vivido y lo leído, que es la síntesis de lo que somos.
Alguna vez comenté ese libro con Leo. “84, Charing Cross Road” equivale para mí a “Avenida Santander, 57-62”, la dirección de Leo Libros en Manizales. Leonel Orozco Botero nació hace 64 años con nombre de librero, pero ese destino no se le apareció en la dura niñez que vivió, sino en su primera juventud, como lo recuerda su hijo Cristian: “arrancó en El Nuevo Libro en Pereira vendiendo revistas chinas. Gustavo, el jefe, lo mandó a Manizales a la sede de El Nuevo Libro en el centro. De ahí pasó a El Zancudo, por el Parque Caldas. Luego estuvo en la Librería Académica con Germán Velásquez y en 1989 se independizó y con su maletica visitaba universidades y profesores. Montó un stand en el hall de la Universidad Nacional sede Palogrande, en donde se graduó en la nocturna de administración de empresas. Octavio Escobar le dijo que montara un local enseguida de donde estamos hoy, ahí duramos 6 años y luego nos pasamos para la sede actual”.
Leo Libros abrió el 27 de octubre de 1992 y desde entonces varias generaciones han quedado enganchadas de sus estanterías, en donde siempre hay buenas lecturas y amena conversación.
—Leo: vamos a hacer un concurso entre los estudiantes y necesitamos premios. ¿Nos puedes ayudar con algún libro?
—Cuenta con eso, Adrianita.
—Leo: tengo unos libros míos para vender ¿Los podemos ofrecer aquí?
—Cuenta con eso, Adrianita.
—Leo: viene Laura Ardila a presentar La Costa Nostra y quisiéramos que los asistentes puedan comprar su libro a la salida de la charla.
—Cuenta con eso, Adrianita.
—Leo: ¿me avisas cuando te llegue el nuevo libro de Pilar Quintana?
—Cuenta con eso, Adrianita.
En un país en el que pululan los carteles de “Hoy no fío, mañana sí”, Leo siempre fio sin más trámite que una sonrisa para cerrar el pacto. La puntualidad en los pagos la premió con descuentos para clientes fieles, entregas a domicilio y alertas oportunas ante la llegada de novedades.
Este año Fernando Alonso Ramírez, con quien hablamos de libros, me prestó “La librería en la colina”, de Alba Donati, y también la comenté con Leo. Narra su experiencia librera en Lucignana, un pueblo al norte de Italia que tiene solo 180 habitantes y sin embargo la librería vive, la gente la reconoce como lugar de encuentro cultural y atrae a personas de los pueblos vecinos.
El directorio de librerías de la Cámara del Libro indica que en Colombia hay 515 librerías en 53 municipios. 13 están en Manizales. No somos Italia. Faltan estímulos para la cadena del libro y hay acciones concretas que atentan contra su supervivencia: desde la decisión de promover bibliotecas virtuales en vez de bibliotecas físicas, hasta planes de lectura de colegios, que se desarrollan de espaldas a la industria local.
Leo sabía todo eso y sin embargo persistía. En 2018 presenté mi novela en Pereira y me propuso llevarme para ofrecer mis libros. Una cosa es que la gente vaya a oír una charla y otra distinta que se anime a comprar. Lo que Leo vendió no alcanzó para cubrir peajes, gasolina y parqueadero, pero él, animado, nos invitó a comer chuzos en Chinchiná para celebrar esa jornada feliz. Así fue siempre: cálido, alegre, sencillo y generoso. Un hombre bueno.
Este martes muchos de los contertulios habituales de Leo Libros nos reunimos para despedir a Leo, quien falleció el domingo. El estupor por su muerte repentina se parece a cuando uno pasa la página de un libro y resulta que no hay más, que ahí terminó. La cuestión es que ya no podremos comentar con él el desconcierto ante ese súbito final.