La nobelería

15 de octubre de 2025

Esos 11 millones de coronas que se ganan los premiados son una especie de migaja, comparadas con la fortuna de la Fundación Nobel.
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Por la columna de Adriana Villegas del domingo pasado, “Montar en cable”, recordé el término “novelería” y revisé su significado. Según el cementerio de palabras también llamado diccionario, significa “Afición o inclinación a novedades”, “Afición o inclinación a fábulas, fantasías y novelas” y “Chisme o novedad superficial”. Entonces, como esta semana se terminaron de otorgar los premios Nobel, y como pasaron las apuestas y las indignaciones por los ganadores de este año, pensé que la palabra también debería ser con be, y debería recibir la siguiente acepción: “Afición o inclinación a crear fantasías y a discutir sobre los ganadores de los Premios Nobel como el chisme más esperado del año”.

La nobelería es solo una novelería: una afición a lo que digan unos señores muy blancos, la mayoría muy rubios y muy ricos sobre qué es lo mejorcito de este mundo; una prueba de nuestra xenofilia y de nuestro eurocentrismo: todo lo que digan ellos es más importante que lo que podamos decir de nosotros mismos: palabra de escandinavos, palabra de Dios. Como dice mi mamá: “Hasta San Pedro baja a la nobelería” (ella lo dice con uve, pero yo lo pongo con be; creo que me entendieron el punto). Me imagino a los señores de las academias suecas y del Comité Noruego como supuestos ángeles venidos de las tierras de los vikingos para indicarnos con su beneplácito la verdad revelada.

Pero es irónico: cada tanto nos recuerdan que no son ángeles, empezando porque Álfred Nobel fue el inventor de la dinamita y porque el dinero que su fundación se gasta en otorgar los premios viene de los intereses de su fortuna —una parte pequeña—, que crece y crece por inversiones diversas, con el fin de que las 11 millones de coronas que se gastan en cada ganador no perjudiquen la herencia, tal como lo expuso en su testamento.

(Esa plata es la módica suma de 4.500 millones de pesos colombianos. Si Dayro Moreno se gana en un año 4.200 millones de pesos colombianos —350 millones al mes—, estamos equivocados de carrera los escritores, físicos, químicos, médicos y economistas y deberíamos ser futbolistas. Aunque, al final, tiene la misma probabilidad que un físico colombiano se vuelva Nobel a que se convierta en jugador profesional de fútbol).

Y ya que estamos tirando cuentas, no estaría de más decir que esos 11 millones de coronas que se ganan los premiados son una especie de migaja, comparadas con la fortuna de la Fundación Nobel: a finales de 2024, era de 6.800 millones de coronas suecas (más de 2,5 billones de pesos colombianos). Para los que dicen que el altruismo no requiere plata, están equivocados.

Tan equivocados como decir que el Premio Nobel de la Paz no es político. Solo bastaría para debatir esa ficción el hecho de que se lo hubieran dado este año a una política como María Corina Machado, que no escatimó en dedicarle el premio a Donald Trump y en decir, como lo ha dicho el presidente gringo, que él se lo merece más que nadie por supuestamente haber detenido ocho guerras (cosa que se inventó Trump y, como todas sus mentiras, las replican sus seguidores como si hablara el mesías). Ha sido por lo demás gracioso cómo Trump no deja de hacer berrinches de niño chiquito porque no le dan el premio a él, como se lo dieron a Barack Obama; y ha sido por lo menos contradictorio que Machado sea Nobel, cuando no ha condenado una intervención militar gringa en Venezuela ni los bombardeos de Trump en el Caribe, y más bien parece apoyarlos. Ante una pregunta por la posible invasión gringa, respondió: “La única invasión que hay en Venezuela es la que hemos tenido de las guerrillas, de los carteles de los agentes cubanos, rusos e iraníes, Hezbolá, Hamás y demás organizaciones”. Unas palabras muy pacíficas.

El Comité Noruego —cinco miembros designados por el Parlamento Noruego— nos puso a tragarnos ese sapo, si de lo que se trata es de quitarle legitimidad —la poca que le queda— a Maduro y darle un contentillo ideológico a Trump y a sus secuaces.

Y sobre el de literatura, es más prestigiosa la lista de escritores que debieron haberse ganado el Nobel y que nunca se lo ganaron que la lista de los ganadores. Ya es conocido el chiste de que el Nobel no fue merecedor de Borges. Cada que pasa un octubre, sin embargo, me queda la sensación de que a lo máximo que puede aspirar un escritor de habla hispana es a escritor novel. Será esperar al próximo octubre a que San Pedro baje a la nobelería y a que los Comités escandinavos tengan la decencia de recordarnos que somo noveleros y nobeleros y que no tenemos ni idea de literatura ni de física ni de medicina ni de química ni de economía, mucho menos de paz.

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  • Manizales, 1993. Es escritor, editor, periodista y politólogo. Autor de los libros ‘Donde el eco dijo’, ‘De noche alumbran los huesos’ y ‘Como un volcán entre los huesos’. Ha publicado textos de periodismo narrativo en revistas como El Malpensante, Vorágine, Universo Centro, Late, Literariedad, La Cola de Rata, entre otros. Algunos de sus textos de ficción han recibido reconocimientos. Trabaja como editor en Jaravela Editores.

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