La mejor semana del año

28 de septiembre de 2025

Está bien. Siempre está bien. Seis obras, cinco obras o dos son ventanas al mundo que el Festival nos abre sin tener que salir de la ciudad. Oportunidades para conocer estéticas, para hacernos preguntas, para mirar distinto.
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Así como en Bogotá hay gente que nace, crece, se reproduce (o no) y muere sin haber subido a Monserrate, en Manizales hay gente que pasa los días que uno tras otro son la vida sin haber asistido jamás a ni una sola obra del Festival Internacional de Teatro que se celebra desde 1968 y que esta semana llega a su edición 57.

Hay gente así. Personas que dicen «no me gusta», «no me interesa», «no es lo mío», de la misma manera en la que yo no voy a cine a ver musicales y tampoco voy a toros. No me gusta. Otros paisanos no van a teatro porque “yo de eso no entiendo” o porque creen que es un plan para marihuaneros, comunistas de mochila arhuaca, bufanda y boina, o para personas a las que les gusta ir a ver gente empelota subida en un escenario. Soy muy partidaria del libre desarrollo de la personalidad, pero esa caricatura desconoce la diversidad que uno encuentra en las tablas.

Claro: en el teatro puede haber desnudos; obras que bordean la frontera entre lo político y lo panfletario; se puede salir alucinado sin saber muy bien qué fue lo que acabó de ocurrir, y a veces hay público risueño. El teatro hace parte de las artes vivas y por eso lo que ocurre en ese “aquí y ahora” tiene mucho de sorpresa, de asombro. En ocasiones se sale feliz y otras devastado. El recuerdo de una obra puede taladrar durante años. Hay noches de belleza, color y magia, como la que vivimos este viernes en la inauguración, con la obra «Pareidolia», de la compañía hispano-chilena La llave maestra, y pueden estallar carcajadas en medio de un clásico de Shakespeare, como ocurre en los montajes de la Compañía Criolla, de Argentina, que este año presentó una relectura de «Sueño de una noche de verano» y el año pasado trajo un «Romeo y Julieta» de bolsillo, en el que la gente no paró de reír.

Están entonces los manizaleños que nacen, crecen, se reproducen (o no) y mueren de espaldas al Festival, y están también los que disfrutaron el Festival en su juventud, y ahora desde las canas o la calvicie repiten cada año el mismo mantra: “El festival ya no es lo que era”. La frase tiene derivaciones: “antes traían a Neruda y a Vargas Llosa” (que ya no pueden venir, obvio), “ya no hacen desfile inaugural”, “ya no se vive igual” y un largo etcétera de quejas y lamentos por lo que fue y ya no es.

Octavio Arbeláez Tobón es el director artístico del Festival: el hombre que hace que el festival exista y que tenga calidad, porque en cualquier espacio cultural la curaduría es el filtro que garantiza una buena programación. Ante las cargas de nostalgia Octavio comenta lacónico: “todo tiempo pasado fue anterior».

El teatro no ocurre en el pasado: es el arte del puro presente. Usted puede oír hoy Yellow Submarine de los Beatles o ver La noche estrellada de Van Gogh, o leer Memorias de Adriano, de Margarite Yourcenar, pero no puede volver revivir lo que ocurrió en la obra teatral de anoche. Cada obra es distinta, de la misma manera en que cada concierto es distinto. Aunque el mismo grupo repita la misma obra cien veces, lo que ocurre en escena tiene variaciones y la reacción del público también.

Pareidolia, de la compañía hispano-chilena «La llave maestra», en la inauguración de la edición 57 del Festival. / Crédito: Andrés C Valencia / Festival Internacional de Teatro de Manizales

Asisto al Festival hace tres décadas. No todos los años, porque viví en Bogotá, en donde gocé el Iberoamericano de Fanny Mickey (todavía recuerdo el frío de ese «Infierno» helado de Tomaž Pandur). Desde que regresé a Manizales trato de abonarme y le gasto tiempo a revisar cuáles obras elegir, porque pasa que uno va a cinco y justo la que uno descartó es la que otros comentan que era la imperdible. Hay años en los que solo me alcanza para comprar dos o tres entradas, a veces alguien me regala alguna boleta, a veces yo también regalo, y hay años en los que solo puedo permitirme teatro de calle. Está bien. Siempre está bien. Seis obras, cinco obras o dos son ventanas al mundo que el Festival nos abre sin tener que salir de la ciudad. Oportunidades para conocer estéticas, para hacernos preguntas, para mirar distinto.

Escucho “El festival ya no es lo que era” y pienso que mi mejor semana del año ya no es la de antes. En los 90 yo hacía maratones de tres y cuatro obras en un día: Confa, Fundadores, el auditorio de la Nacional y a las 11:00 p. m. obra en El Galpón. Salíamos a las 12:30 o 1:00 a. m. a Juan Sebastián Bar, a Kien o a Ojo de Agua para comentar lo que habíamos visto y para tomar cerveza con actores y directores que llegaban a Manizales desde Uruguay, España, México o Argentina. Ya no. Ya no tengo 20 años. Soy mamá de adolescente. Mi plan favorito es estar en la casa y dormirme temprano. Ya no voy a discotecas (¡qué pereza!) y el hombre que me gusta no está en la barra del bar sino en la barra de la cocina de mi casa. Mi festival ya no es lo que era porque yo ya no soy la que fui (siquiera). Pero veo a los jóvenes que hacen fila para entrar a las obras, a los universitarios que leen el periódico Textos y preguntan si alguien tiene por ahí la programación para mirar qué dan mañana en el Parque Caldas o en El Cable y pienso que ninguno de ellos está echando de menos que al Festival ya no venga Miguel Ángel Asturias ¿¿¿¿Quién????

El festival fue un epicentro teatral y político en los años de la Guerra Fría, con Fidel Castro en Cuba, las dictaduras en el Cono Sur y las guerrillas colombianas soñando con conquistar Bogotá. Los 70 y 80 fueron años de intensa agitación en las aulas universitarias y eso, por supuesto, permeó al Festival. Pero el Muro de Berlín cayó hace 35 años, Fidel Castro va a cumplir nueve años de muerto y en este mundo cambiante el Festival sigue vivo y dando cuenta de esa transformación: la soledad de las pantallas, los desaparecidos, la memoria histórica, la esquiva paz, el poliamor, el feminismo, la emergencia climática, el suicidio, la enfermedad mental y los géneros fluidos son algunos de los tópicos que hemos visto en escena en los últimos años, con montajes que van desde el monólogo clásico hasta experiencias teatrales expansivas que mezclan danza, tecnología y performance, y desde la tragedia hasta la más pura comedia.

Esta semana llegan a Manizales más de 170 artistas y hay 60 personas que participan en el VII Congreso Iberoamericano de Teatro. Esta edición cuesta $2.500 millones y la programación incluye sedes de La Ruta del Teatro como El Escondite y Punto de Partida. Varios colectivos y artistas locales presentan sus obras en espacios abiertos. La mejor semana del año termina este domingo 5 de octubre y la programación se puede consultar en la web del Festival.

¿Cuál es mi obra favorita? Pienso en montajes de Malayerba, de Ecuador, de Rajatabla, de Venezuela, de La Zaranda, de España, de La Candelaria, Petra y Mapa, de Bogotá, del Teatro de los Andes, de Bolivia, de Rafael Spregelburd, de Argentina, de Deborah Colker, de Brasil. Pienso en obras de hace décadas, pero también en «El brote», que la Compañía Criolla, de Argentina presentó en 2024. El año pasado no vi «Negro», de La Congregación, de Bogotá, pero como tanta gente la comentó ya estoy lista para ver «El lugar del otro», que se presenta esta tarde. ¿Cuál es mi obra favorita? No sé. La lista cambia, como he cambiado yo. Mi obra favorita puede ser la que vea en estos días, en la que siempre es, para mí, la mejor semana del año en Manizales.

Zancos, patines y acrobacia en «Futurismo galáctico», de la Fundación Cultural Tchyminigagua, ayer en el Parque Ernesto Gutiérrez. / Crédito: Giovanny Gálvez- Festival Internacional de Teatro de Manizales.
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  • Manizales, 1974. Periodista, abogada y doctora en literatura. Profesora en la Universidad de Manizales. Dirige Barequeo y escribe columnas quincenales los martes en El Espectador. Ha recibido tres veces el Premio Nacional de Periodismo Simón Bolívar. Autora de la novela El oído miope (Alfaguara, 2018), el libro de cuentos El lugar de todos los muertos (Secretaría de Cultura de Caldas, 2018), el relato juvenil Sakas (Matiz, 2023) y el libro de investigación Ellas. 14 escritoras del Gran Caldas en los diarios Renacimiento, La Patria y La Voz de Caldas (1915-1939) (Editorial UTP, 2025).

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Directora Adriana Villegas Botero