Al nacer nos asignan un sexo, masculino o femenino, y desde esa limitada ordenación, a mi juicio, se desprende una realidad para cada sujeto respecto al ejercicio de sus derechos fundamentales. Los hombres nacen para crecer profesionalmente, ocupar cargos importantes y devengar salarios altos, manejar las finanzas del hogar, elegir a la mujer con la que se quieren casar y el número de hijos que quieren tener. Las mujeres, a diferencia de los hombres, no nacen para gozar de esas virtudes, sino que deben emprender incansables luchas para conseguirlas.
Henrietta Moore afirma que el género es una construcción social, y la menciono para reaccionar respecto a lo injusto que ha resultado para nosotras las mujeres esa construcción, puesto que de ella surgen dinámicas relacionales que violentan, discriminan, deshabilitan, incapacitan e invisibilizan lo femenino en espacios públicos y privados. Entonces, desde el nacimiento, el destino de la mujer está plagado de barreras que indiscutiblemente la ubican en una lucha por poder ejercer su derecho al libre desarrollo de la personalidad, y esto no es justo.
Y aquí es precisamente donde quiero incluir la justicia como valor que debe permear el género. No me refiero a la justicia como servicio público estatal, sino como valor que entrega a cada persona lo que le corresponde. Esto para afirmar que desde allí fracasamos como estructura social, ya que nos fue asignado por el género: el hogar y sus desavenencias como destino, la educación de los hijos como tarea principal, la satisfacción y atención al hombre como deber, la emocionalidad como debilidad. Esto a los hombres no les correspondió, y ese es el origen de muchas relaciones humanas desiguales y conflictivas.
A su vez, Simone de Beauvoir ha llamado “el segundo sexo” a la forma como históricamente hemos sido definidas las mujeres, y al mismo tiempo, limitadas por las dinámicas sociales, por las relaciones jerárquicas de poder, por las actitudes patriarcales y creencias de “dueñez” que sólo generan más violencia y discriminación. Esta interpretación, muy acertada y con la cual coincido, revela una parte del camino que debemos transitar por el simple hecho de ser mujer en una sociedad que legitima desigualdades, a pesar de existir un marco jurídico robusto que las prohíbe.
Quiero precisar que mi intención no es instalar la idea de que la vida de los hombres sea más fácil que la de las mujeres, porque esa es otra discusión. Mi escrito está orientado a generar una reflexión acerca de la justicia como valor imprescindible del género, al cual le falta mucho por reivindicar. Y esto me permite reflexionar sobre el hecho de que hombres y mujeres no nacemos iguales. Partimos de lugares y recorremos caminos diferentes que, definidos por el sexo, no le hacen honor a la justicia como valor inescindible del género. De algo sí estoy segura: así me tilden de pesimista, no alcanzaré a ver un planeta menos irascible e indiferente con las mujeres y sus derechos humanos y fundamentales.