La importancia de llamarse Ernesto

23 de noviembre de 2025

Mi tío Neto fue tocayo de dos personajes que no gozan de mucha popularidad, por lo que es inevitable evocar la obra satírica de Oscar Wilde.
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El 7 agosto de 1994 el político liberal Ernesto Samper Pizano se posesionó como presidente de Colombia, bajo la promesa de hacer una gran inversión social. 3 millones 733 mil 366 colombianos votaron por él en la segunda vuelta, derrotando por un escaso margen al conservador Andrés Pastrana Arango. Sin embargo, más tardó en jurarse en el cargo que su rival en destapar que a la campaña de Samper habían entrado $5 mil millones aportados por el Cartel de Cali.

Por esos días, la revista Cromos publicó un artículo sobre cómo vivía Ernesto Samper, pero no del día a día del Palacio de Nariño y su versión de lo que se conocería como el Proceso 8.000, sino de lo que ocurría en un apartamento de un primer piso del barrio bogotano Nicolás de Federmán. De un tipo al que la política le interesaba lo mismo que le puede interesar a cualquier colombiano de clase media, al que no le interesaba ganar popularidad con promesas vacías de progreso y que nunca vio semejante suma de dinero entrar a una cuenta suya, ni en 1994 ni a fecha de hoy, que equivaldría a unos $37 mil millones.

Se trató de un breve perfil a Ernesto Samper Olaya, mi tío, y la verdad es que no recuerdo detalles específicos del documento. Por ahí una foto suya con su esposa y mis primos, que decía que había votado por su tocayo y que le deseaba suerte. Luego, de un noticiero también fueron hasta su casa y lo entrevistaron por esa curiosa homonimia. Igual habrá dicho que no tenía nada que ver con política, que no es pariente del mandatario; que él era un veterinario que trabaja en la industria cárnica y que ojalá al presidente le vaya bien. Porque así era mi tío: una buena persona que no le deseaba mal a nadie.

De mi tío Neto conservo el cariño que sentía por toda su familia; una con la que se sentaba a jugar cartas y parqués a una velocidad vertiginosa. Le gustaban los deportes, especialmente el fútbol. En su casa vimos la final de la Copa del Mundo 1986 y recuerdo que en pleno juego tembló en Bogotá y se cortó la señal. Él me regaló mi primer balón, hecho en cuero, que cuando se humedecía pesaba una tonelada. También me dio el primer detalle antes de nacer: un carrito Mini Ha-Ha de la marca Matchbox, de 1975, que todavía conservo. Y este año me envió su tocadiscos y su colección de LP de música clásica porque el sitio al cual se mudó ya no tenía tanto espacio.

Carrito Mini Ha-Ha de la marca Matchbox, de 1975. / Foto: Alejandro Samper Arango

Uno pensará que alguien cuyas cualidades como persona y sencillez eran reconocidas por quienes lo conocimos debería llevar una vida bendecida. Sin embargo, la fortuna que abrazó a Ernesto Samper Pizano, no la tuvo Ernesto Samper Olaya. Mientras que el presidente seguía en su cargo a pesar las evidencias en su contra (grabaciones comprometedoras, sus alfiles Fernando Botero Zea y Santiago Medina fueron detenidos por enriquecimiento ilícito y hasta los hermanos Rodríguez Orejuela reconocieron que dieron dinero a la campaña), la vida de mi tío Neto se volvió un calvario.

Por un lado hablaban de los millones de dólares que el narcotráfico invertía en política, pero por otro las finanzas se apretaban y los bancos no daban créditos. Si el gobierno estadounidense descertificaba a Colombia, era como si a mi tío le cerraran las puertas de todo lado. Si a uno le quitaban la visa a los Estados Unidos pero podía irse de tour por Europa, el otro escasamente podía ir a Fresno (Tolima) o a Anapoima (Cundinamarca). Si el tesorero de la campaña Santiago Medina hacía una entrevista donde mostraba su lujosa casa anticuario que tenía por cárcel, a mi tío se le inundaba y llenaba de lodo el apartamento tras un aguacero que desbordó las alcantarillas y el caño de la carrera 30.

Era un extraño efecto rebote: lo malo que debía sucederle al político, le caía al veterinario. Incluso después de que Ernesto Samper Pizano dejó la presidencia, la mala racha continuaba. A uno, a pesar de sus antecedentes, lo nombraron secretario general de UNASUR; el otro estaba desempleado. Pero nunca lo vi quejarse y si sabía de sus afugias era porque papá me las contaba. Mi tío Neto siempre tuvo el apoyo de la familia en esos momentos duros. Y, como no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista, después de muchas trabas pudo viajar a EE.UU. a visitar a sus nietos. Incluso mejoró su calidad de vida cuando ya el físico se deterioraba. Finalmente, mi tío Neto falleció esta semana.

Mi tío compartió nombre con dos personajes que hacen parte de la historia triste de Colombia: el piloto Ernesto Samper Mendoza, a quien responsabilizan del accidente aéreo en el que murió Carlos Gardel; y Ernesto Samper Pizano, expresidente colombiano que llegó al poder gracias al dinero del narcotráfico.

Cuando pienso en él es inevitable no evocar esa obra satírica de Oscar Wilde, La importancia de llamarse Ernesto, donde el conflicto está en una confusión de identidades. Porque el nombre no solo lo compartía con el expresidente sino con otro tocayo que también está en la historia de la infamia nacional: Ernesto Samper Mendoza, el piloto borracho y altanero del avión en el que murió el cantante de tangos Carlos Gardel. Y, como si la homonimia no fuese suficiente, el accidente aéreo ocurrió en el aeropuerto Olaya Herrera de Medellín. ¡Háganme el favor!

Mi tío, ni piloto ni político. Mucho menos escandaloso o buscador de popularidad. Sin embargo, los avatares lo llevaron a situaciones que no le correspondían. Hechos de una comedia que bien pudo haber escrito Wilde. Una en la que este Ernesto, a pesar de las dificultades, siempre supo quién era, mientras que el tocayo político debe estar reinventándose constantemente y comprometiendo sus principios para sentirse vigente. Uno busca huir de una sombra corrupta que nunca podrá abandonar; el otro siempre cargó su luz interna, una que hoy es eterna.

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  • Periodista y diseñador industrial. Profesor en la Universidad de Manizales. Ganador del Premio Nacional de Periodismo “Orlando Sierra Hernández” 2024.

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