Manizales se ha forjado bajo la idea de la «familiaridad». Esta traspasa cualquier entorno donde podamos habitar y permea hasta la más sencilla diligencia, como ir a almorzar.
Los restaurantes son espacios dispuestos para recibir un número masivo de personas por cada mesa. Cualquier establecimiento cuya misión es ofrecer un plato para almorzar o cenar está configurado para atender a grupos, sobre todo a las familias extensas por el número de integrantes; o a las muy reducidas, como es el caso de las parejas. Pero nunca para una persona sola.
Por esto cuando llego al restaurante no me atienden hasta que hago una señal. ¿Por qué? Estaban esperando a que llegaran los demás. Pero no fue así y para reafirmarlo la mesera a cargo de tomar mi pedido pregunta: ¿llegará alguien más…? Silencio incómodo, seguido de un no rotundo. Mi respuesta asusta un poco a la mesera, da un paso atrás y se marcha a la cocina. No quería hacerlo pero me salió de lo más profundo del tórax dicha negativa.
Mientras esperaba la llegada del plato, de fondo escucho a un cantante aficionado de música popular, que entre su desafinado canto nos hace un recorrido por el Caballero Gaucho, Julio Jaramillo, Armando Moreno y otros más. Me hace recordar que somos una tierra atravesada por una vena aguardientera más allá del café, el sancocho o la bandeja paisa.
Pero no desviemos la atención de lo familiar. Mientras como, llegan y llegan familias que muestran lo vociferado en el mundo demográfico: descenso de infantes y crecimiento de personas mayores: aquello parecía un geriátrico. Apenas hace algunos años eran los gritos, lloriqueos y pataletas de los niños y niñas.
Lo familiar a su vez atraviesa la misma forma de administrar el chuzo. Mientras quienes atienden son nueve mujeres, quien administra y maneja la caja es un hombre. Hasta en eso se ve lo “funcional” de la familia de nuestra tierra.
Ya para cerrar la parada alimenticia, llega una mujer de mediana edad pidiendo monedas para sus gaticos. Seguramente no fue a la universidad para saber que hoy es más simpático pedir dinero para una mascota que para un niño o una niña. Sin duda las decisiones de consumo de las personas que dan una limosna también cambian, porque hoy hemos dado el paso de la familia humana a una supuesta familia multiespecie, aunque como humanos no hemos llegado a comprender el significado de la palabra “familia”.
Hasta aquí llega este relato, me despido con unas palabras de la mujer limosnera: Dios me los bendiga, aunque la bendición duró hasta cuando la vi en la tienda bien sentada fumando su pucho, y contando las monedas logradas en su recorrido…