Hace unos 20 años que soy testigo del surgimiento de una forma de pensar, ser y hacer otras educaciones. Ese es quizás el motivo de este texto. Celebrar dos décadas de estarnos juntando a apostarle a otra cosa: a la educación popular. Y no es ahora la de Freire “La educación como práctica de la libertad”, es más bien la práctica de la libertad como educación, como educaciones, como caminos. El nombre se lo pone Gil, que cuando me presenta habla de las escuelas que caminan y me suena bello.
Apostarle a otra cosa, ¿por qué? Ensayo algunas respuestas destiladas de estos largos trayectos. Porque la educación formal no cambia. O cambia en su contenido, pero no en su forma, que es donde está el problema más grave. En 20 años no ha avanzado casi nada en deconstruir la relación profe-estudiante. En la que uno sabe y el otro aprende. Para nosotros nadie sabe y todos aprendemos, y así caminamos juntxs, así camina la escuela.
Porque no cambian los lugares de la educación formal, sus escenarios: el salón, el aula, el tablero, la guía, el cuaderno. Y en eso cae todavía la Universidad como escuela. La escuela otra, camina la calle, el barrio, la huerta, el río y la cuenca. Es una escuela de la experiencia, que necesita dejar una impronta profunda, pero esto no se aprende leyendo y repitiendo. Tiene que traducirse al cuerpo y al espíritu. La escuela camina un cuerpo-territorio.
Porque necesitamos habitarnos. Enraizarnos y territorializarnos. La educación formal es genérica: no le duele el barrio, ni la esquina. Enseña o repite el contenido, como en la ilustración, como hace tres siglos, separando contenido de contexto. Separando sujeto de objeto. Separando la fruta del árbol y la semilla de la planta. Dejando al objeto semilla, árbol, fruta, sin una historia. La escuela camina una historia, la escribe, dicta una narrativa propia, a partir de fragmentos, pegando relatos, imágenes, muros, fotos, canciones, una narrativa por saturación, que inunda diversidades.
Porque la escuela formal no aprende. Y aquí me pego de una larga discusión de hace más de 10 años: la calidad de la educación. Al fin esa conversación se reduce a la deserción, a la alimentación escolar, a los dispositivos tecnológicos y didácticos. Abandonando la pregunta misma por la calidad, que está en el doble fondo de su propósito, ¿para qué sirve una educación como la que tenemos en sistema formal hoy en día? ¿Sirve para transformar visiones territoriales, éticas y políticas? ¿Sirve para alimentar un entorno laboral de informalidad y formalidad digital precarizada?
La educación popular ha transitado el camino de la integralidad. En respuesta a sus propias dinámicas se alimenta de eso que le duele a la comunidad, al tejido social, al mundo y busca aprender de ello. No en vano es hoy: educación popular ambiental, que será sin duda el lugar hacia el que caminen o regresen todos los aprendizajes humanos en una crisis global, que es civilizatoria, política y epistémica (de las formas en cómo nos imaginamos). La escuela camina la vida, hacia la vida, por la vida.
Porque no hay alternativas. Porque en una “ciudad universitaria” “en una ciudad educada” “capital del afecto” “bio-diver-ciudad” y con tantos otros remoquetes que ha tenido en estos 20 años, no ha sido posible darle un contenido de vida a otro proyecto educativo, más allá del vacío del discurso político, o el vacío de la manifestación artística, que al de las escuelas populares. Sostenidas, narradas, contextualizadas y en constante emergencia. La escuela popular camina las alternativas, se equivoca, se accidenta, se cierra, surge: está viva.
Porque han sido alternativas a la formación artística. Han transformado paulatinamente una práctica artística académica y elitista en otra cosa. Las grandes apuestas por sostener procesos de formación artística (casas de cultura, bibliotecas) acaso se preguntan ¿para qué sirven?, ¿cómo deben desarrollarse?, ¿a través de qué enfoques filtrar o complejizar un taller de danza, de rap o de teatro?
Finalmente, porque a pesar de 20 años, siguen siendo estigmatizadas, escasamente reconocidas y muy poco apoyadas. Tanto que no sabemos cuánto más puedan sostenerse. El relevo está hecho. La escuela seguirá caminando.