Lo dijo bien Paul Bowles, viajero de tiempo completo y tentador del destino: “La seguridad es un Dios falso. Empieza a sacrificarte por ella y estarás perdido”. En su juventud fue compositor de música en Nueva York y traicionando la voluntad de sus padres se fue arraigando poco a poco en esa vieja Tánger del opio y la bohemia, afincado en su fama de anfitrión de primera clase para otros escritores y artistas de la época en una ciudad llena de permisos y lujos desconocidos para los occidentales.
Viajó por todos lados. Por la amazonía ecuatoriana, el sudeste asiático, frecuentemente entre Málaga y Tánger y sobre todo por su amado desierto del Sahara. Sus relatos lo reflejan y son un ícono de su culto al azar. Escenas cotidianas que terminan en tragedia, días ordinarios en los que un malestar incipiente se convierte en fiebre tifoidea, un profesor de filología que cae en manos de una tribu bereber en el desierto. Le cortan la lengua y lo convierten, por el resto de sus días, en un entretenimiento ambulante que baila ataviado con una falda llena de cascabeles.
Tal vez la mejor representación de esa desolación cósmica producto del culto a la seguridad, es la mirada de Kit, interpretada por Devra Winger, sentada en un café de Argel, sin rumbo, en la película de Benardo Bertolucci basada en la novela El Cielo Protector, de Paul Bowles. Todas las precauciones y los sacrificios al dios de lo seguro fueron inocuos para prevenir las curvas fatales del destino.
Y también lo dijo Bobby Cruz. Lo dijo claro pero en una combinación de yoruba y lenguas bantúes:
Y el niche que facha rufa
aunque diñe bien su yira
cuando va a gana a La Pira
lo atará la arache
O sea: el negro que esta en La Tierra aunque asegure bien su dinero, cuando sale a apostar, lo atrapará la noche. El dinero puede ser una alegoría de otra cosa. Una buena alegoría en todo caso. ¿Del espíritu? ¿De la energía vital que apostamos todos los días en nuestras tareas y propósitos?
¿Y la arache? Es la noche, la oscuridad, la puerta de lo desconocido.
Resguardamos esa energía vital de los potenciales ataques diarios. Como ratones. Como gacelas atentas al depredador. ¡A cuántas cábalas nos encomendamos para encaminarlo todo por la senda de la seguridad! Vigilamos nuestro destino con prudencia. Atendemos la disposición responsable de los centavos. A veces soltamos temerosos el dado. ¿Qué saldrá? Un uno, un seis, un cuatro. Una diversión o una derrota momentánea. Y un día, claro, levantaremos el vaso, miraremos el dado por una rendija y ahí estará la arache.