Estamos llegando a unos límites ridículos. Esta semana, gracias a la dudosa maravilla de las redes sociales, pudimos ver la gravísima denuncia de una mujer que hizo popó en un baño de niños. La denunciante, una madre de familia, echando mano del tan manido argumento simpsoniano “¡alguien quiere pensar en los niños!”, expuso a la mujer que se encontraba en un momento de afugia. El video fue descolgado de X, pero la imagen y un fragmento del registro todavía aparece en otras redes, exponiendo la intimidad de una persona que seguramente estaba pasando por un momento difícil de su vida.
Nos hemos ido acostumbrando a que el derecho a la intimidad es una pendejada que a nadie le importa. Tanto que valoramos el derecho a amar a quien queramos, el derecho al descanso, el derecho al libre desarrollo de la personalidad, el derecho a creer o no creer en el más allá, tanto que ha costado conquistar cada cosa que merecemos, para ir cediendo como si nada el derecho a que nadie sepa más de nosotros de lo que consideremos necesario y absolutamente nada, si no nos da la gana.
La sobreexposición voluntaria de información personal en Internet (mea culpa), la falta de atención a las configuraciones de privacidad de cuanta aplicación descargamos en el celular, el computador, la tablet, etc., los robos de identidad, la suplantación, los grupos de WhatsApp en donde miles de hombres comparten imágenes de mujeres, la recopilación masiva de datos por cuanta plataforma existe, la exposición de menores y esta costumbre horrorosa de andar grabando o tomándole fotos a desconocidos en la calle para exponerlos en redes sociales, con excusas pésimas que solo esconden el deseo individual de la viralidad.
En los años que he estado en Internet he visto desde las fotos para burlarse de un desconocido porque tiene unos zapatos particulares, pasando por la mofa a alguien que almuerza tranquilo y solo en un restaurante, hasta la exposición de material sexual explícito de figuras públicas, o de perfectos desconocidos, para ganar relevancia. Bien sea que se haya hecho o no con su consentimiento. A nadie parece que le importe mucho el derecho a permanecer anónimo.
Quizá de todo eso lo que más me molesta ahora es la manía de sacar un celular como si fuera un arma cuando hay una discusión o una pelea. Como la de la señora que hace popó en un baño, como si eso fuera tan raro. O la mujer que hizo unos comentarios xenófobos durante el Festival Cordillera y que terminó por perder el trabajo. O el caso de Luz Fabiola Rubiano, la señora absolutamente ignorante que insultó a la vicepresidenta Francia Márquez y que fue sancionada con 17 meses de prisión (sanción excarcelable). Son casos incomparables, pero permítanme compararlos: ninguna de esas personas se merecía esa exposición innecesaria. Pueden ser cosas reprochables, pero es una forma de justicia tan desproporcionada que termina por ser injusta.
El celular como arma de exposición merece un estudio sociológico. Alguien no recogió el popó del perro en el parque: video. Una persona se cuela en una fila: video. Una madre de familia impaciente regaña a un niño: video. Una pareja discute en la calle: video. Una persona gorda come: video. Una persona flaca come: video. Una persona graba a otra para burlarse: video del video. Una persona hace popó en un baño: video. Hoy eres quien graba, mañana eres el sujeto grabado. ¿Qué consecuencia tiene eso en lo que los sociólogos llaman tejido social?, no creo que sea nada bueno. Vivir en medio de la desconfianza perpetua de que el prójimo pueda, si le caes mal, acabar con tu reputación, con tu intimidad y por ahí derecho con tu salud mental.
Lo peor es que nadie parece recordar que hay un derecho que nos protege de que nos ocurran esas cosas. El derecho a la intimidad es fundamental. En conjunto con el gobierno de las corporaciones, que requieren toda la información que puedan recopilar de nosotros, sus consumidores, y la importancia que le damos a otro derecho, la seguridad, hemos claudicado en defender nuestra propia persona de que los demás se nos metan del rancho hasta el alma y nos permitan hacer popó en paz.