Esdras,
He sido consumida por el fuego y es la ceniza quien te habla. Mis palabras viajan entre las espinas de los Andes, deviniendo una con la wayra que reverdece con su fuerza a los apus y llena de espesor a los antiguos volcanes. El fuego me ha hecho otra, una vez más, y con ese fuego ilumino el camino para sincerar mi escritura y ser translucído prisma para ti.
Descubrí tu poesía queriendo conocer las raíces de nuestra poesía para encontrar en ti, en tu ausencia, un espejo. Te busqué reconociendo que las travas estamos desarrigadas y por eso hacemos huecos entre las rocas para encontrar una ancestralidad, un antecedente: algo que nos permita saber que siempre hemos estado aquí y, en ese pasado-futuro, decir que siempre estaremos.
Te he leído en libros digitalizados porque tu obra nadie la ha reeditado y solo hay de ti pequeños vestigios en bibliotecas y una compilación de textos póstumos publicados en el 2021, a 17 años de tu muerte. Libros que, aunque no puedo palpar, son guardianes de tu memoria que activó en mí una profunda conmoción.
Te leí por primera vez en una noche de tormenta. El libro que leía: Lo que trae el relámpago (2021). No fue casualidad, así intencioné nuestro encuentro. En el monte en que vivo no había electricidad, se la había tragado la lluvia. Encendí tres velas apuntando al suroeste y encauzando mi voz hacia adentro me acosté entre ellas.. Allí te oí en mí.
Tu silencio roto me mordió:
“He escamoteado los silencios
sobre todo
este silencio furioso de la mudez
que ya no escucho”
(Lo que trae el relámpago, p. 9)
Fue un devorarnos mutuamente, mientras el trueno más lejano describía un camino entre las nubes y el sonido antiguo del trueno remecía la tierra húmeda. Creé ese momento íntimo para las dos, rodeadas del fuego protector que guió nuestras voces sobrepuestas y acompasadas.
Imaginé tus manos dibujando letras como runas en tus cuadernos y luego me invadió el sonido de tu máquina de escribir. Palabra por palabra, con delectación y con ternura. Yo, entera fui creada en esa yuxtaposición que es la juntanza íntima de una escritora con su lectora.
Terminé el libro y la fiereza del trueno sigue habitando en mí. De allí leí todo lo demás que pude encontrar: Este suelo secreto (1995), Antigüedad del frío (2000) y Aún no (2004). Cada libro como daga y beso. Besos afilados que se incrustan en el bordo más sincero de mi húmero. He estado maravillada contigo, Esdras. Desde el día primero.
Te escribo a sabiendas de que nunca me leerás. Esta carta la lego al viento que une mi pueblo en los Andes colombianos al tuyo en los Andes venezolanos. Esta carta la tributo al fuego, para que se haga ceniza y en el interior de ella puedas regocijarte con tu lectora travesti. Una lectora que sabe leer entrelíneas esos poemas donde le revelas al mundo, sin decir lo evidente, lo mucho que se duele y se goza el hacerse un cuerpo con las manos en un mundo lleno de odio hacia las que son como nosotras.
Sin embargo, somos nosotres les travestis que escribimos, el eco de tu existencia y seremos nosotres y nuestra estirpe quienes haremos de tu voz el sonido atronador del tambor que haga vibrar la tierra para hacerla fecunda de nuevo. Somos tu semilla, Esdras y floreceremos sin temor.
Encendí una vela para escribirte esta carta. Me quedo a ratos mirando la llama en su danza en trance para invocar aquí tu presencia:
“Soy la sobreviviente, mis costillas lo saben
por esos barrancos de zábila, a medio día,
desaparecieron mis huesos
ahora camino el alba, mi quietud esclarecida,
buscando donde hundir el colmillo
buscando la línea, la madera de mis dos piernas
que nace de las ramas, en aquel naranjo seco
y hambriento que trepaba al anochecer
por orden de mi ensueño de niño”
(Antigüedad del frío, p. 26)
Te leo para recordarte y recordarle al mundo que nuestra existencia no es debatible, pero sí poetizable, que nuestras poética amplía las fronteras de lo real y que nuestra utopía presente se traza con la vulnerabilidad de nuestros poemas.
Te susurro a tu oído como una promesa y un conjuro: aunque la historia borre nuestras huellas… nuestra palabra, que es misterio, quedará impregnada en la lluvia y en cada tormenta volveremos a nacer.
Abrazo tu sombra fría, beso tus lágrimas al amanecer.
En amor,
Alma.