De todo el mundo, el equipo de fútbol con la indumentaria más fea es el Inter de Miami. De lejos. Es un rosado lavado, como cuando uno mete una camisa blanca con una prenda roja a la lavadora. Es tono “palo de rosa”, como las medias de los toreros. Es un “rosado Soacha”, color distintivo de ese municipio cundiboyacense. Es del tinte de la túnica de la imagen del Divino Niño, de la parroquia del Veinte de Julio de Bogotá. Cuando veo ese figurín con sus bracitos alzados al cielo, no puedo evitar pensar en Lionel Messi, ese fenómeno que celebra sus goles apuntando sus índices al cielo en memoria de su abuela Celia, y que juega en el Inter de Miami. Igual, cuando veo a Messi en esa camiseta imagino que hay devotos que le rezan para que les obre algún milagro. Sobre todo los dueños de la Major League Soccer – MLS y Gianni Infantino, presidente de la FIFA.
La camiseta rosada está bien en algunos deportes como el ciclismo, donde la “maglia rosa” destaca al líder del Giro de Italia. Pero no en el fútbol. No es cosa de masculinidad frágil, es porque soy un convencido de que hay colores y diseños que, en la indumentaria de un club, le restan carácter al equipo. Porque en este deporte la camiseta pesa. Hay equipos que ganan partidos con su mera presencia; jugadores que se cagan con solo ver la ‘verdeamarela’ de Brasil o la celeste argentina. Salir a la cancha con un diseño feo es comenzar el partido perdiendo por un gol. O por ocho, como le sucedió a Millonarios que en el 2012 incluyó un dorado horrible en sus prendas y ese año el Real Madrid les encajó una goleada histórica.
Camisetas feas hay en todo el mundo. La del Manchester City, con ese azul claro que evoca productos de aseo para el hogar. La crema que sacaron en 2024 de la Selección Colombia dizque para conmemorar el centenario de la Federación Colombiana de Fútbol. Fue un fenómeno en ventas gracias al mercadeo y a que se inventaron que esa institución cumplía 100 años, a pesar de que se fundó en 1971. Miles de colombianos la lucieron en las calles, pero es fea. Sin embargo, la peor debe ser la del del desaparecido Palencia español que una vez lució una con estampado de tejido muscular.
Me gustan las camisetas de tonos oscuros. El blaugrana del FC Barcelona (no el de la senyera catalana, porque parecen el Deportivo Pereira), el borgoña de la selección lusa, o la segunda indumentaria que usan clubes como el Once Caldas, el Colo Colo chileno o el Borussia Dortmund alemán. Van de negro. Un tono serio, que mete miedo. Los rivales los ven y piensan que están en un funeral, que los van a enterrar.
La selección alemana usa blanco y negro en su uniforme, pero es el negro el que predomina. Lo mismo sucede con la Juventus de Turín o el Santos del mítico Pelé. Y Colombia, en 2024, llevó una oscura con detalles naranja; mucho más impresionante que la cremita esa.
Brasil, Argentina, Portugal, Austria, EE.UU., México, Perú, Países Bajos y España también han portado uniformes negros. A pesar de distanciarse de sus colores tradicionales, al usar negro infunden respeto. Muy distinto al que luce Messi por estos días, un color que no se puede tomar en serio y que opaca su magia. Estoy casi seguro de que detrás de ese rosa Barbie hay una estrategia de mercadeo. Seguramente una empresa de telas deportivas se encartó con la producción de ese tono y se la vendió a saldo a la firma Adidas, que viste al Inter de Miami. Y no falta el pelotudo —o el daltónico— que la luzca tras pagar 150 dólares solo porque lleva en la espalda el nombre de Luis Suárez, Jordi Alba, Sergio Busquets o Rodrigo De Paul.
Ojo, esto de las camisetas no es un tema menor. El FC Barcelona tuvo ingresos por 179 millones de euros en el 2023 en venta de esta prenda, según un informe financiero de la UEFA. A esto hay que sumarles los 105 millones que recibieron de sus patrocinadores por llevar sus logos estampados en la ropa. Eso es un billón 359 mil millones de pesos colombianos; un billón de pesos menos que lo que destinará el gobierno de Gustavo Petro para deporte y recreación en el 2026. A los deportistas colombianos que inician ciclo olímpico queda decirles: récenle al Divino Niño y su bata rosa suachuno. O, en su defecto, a Messi.