Caminaba de vuelta del mercado a la casa. Paré en una puerta roja a leer información sobre una placa en el piso. Se trata de una escena común en el barrio, aunque no es nada peculiar del barrio. Es una cosa europea. A las puertas de muchas casas en Europa, en el piso, se ponen unas piedras cubiertas con latón ordinario que se marca con los nombres de personas que solían vivir en esas casas. Dicen: «AQUÍ VIVIÓ» tal y tal persona, lo cual significa la última dirección libremente escogida por la persona para vivir; y dicen cuándo nació la persona, qué le pasó, y (en la mayoría de los casos) cuándo la mataron los Nazis.
Las llaman «piedras del tropiezo». Son losas o piedras, porque las calles son adoquinadas, y cada losa de latón ocupa el lugar que de otra manera ocuparía una losa de piedra. Y las llaman «del tropiezo», porque impiden al transeúnte curioso seguir con sus vueltas y lo obligan a parar a conocer algún dato. Más coloquialmente: las calles de Europa están llenas de lápidas. Lápida aquí, lápida allá, lápida en esta y en la otra cuadra. Llenas, llenitas de lápidas. (Más de 116,000, de acuerdo con la página oficial del proyecto)
En esta específica con la que me tropecé conocí del asesinato de Annemarie Hänel, nacida en 1930 y muerta a los 10 años, en 1940, de acuerdo con la lápida. Un papel en la puerta roja contiene unas viñetas con alguna información esquemática de la vida de Annemarie Hänel. Dice que nació en 1930 en Dresden, que mostraba rasgos autistas (lo que sea que eso signifique), que debido a la tuberculosis de su padre fue trasladada en 1938 a la «mejor institución para niños con (así llamadas) discapacidades intelectuales» en el sur de Sajonia.

El papel continúa: que el doctor Karl Daniel, director de tal instituto, recibió la «sugerencia» de asesinar a los niños a su cuidado, incluyendo a Annemarie Hänel, pero que, a su negativa de hacerlo, envió información a los doctores del «T4» en Berlín. De acuerdo con el documento que creó el programa T4 (así llamado por la dirección Tiergarten 4 en Berlín, donde tenía sede), esta era una iniciativa para proporcionar una «muerte misericordiosa» a «pacientes incurables», una iniciativa que, entre otras cosas, permitió a los médicos desarrollar las infames tecnologías de muerte eficiente que más tarde serían utilizadas en los campos de exterminio Nazi.
La negativa del doctor Karl Daniel a ejecutar los asesinatos lo puso en posición de proporcionar toda la información necesaria para deferir a las autoridades del T4 la decisión sobre cómo y dónde ejecutar el asesinato de estos niños. Continúa el papel: que el destino de los niños ya había sido decidido porque eran considerados «vidas sin valor», y que fueron transferidos a un hospital al oriente de Sajonia, en Pirna-Sonnenstein, donde finalmente fueron asesinados. Annemarie Hänel fue así asesinada el 2 de octubre de 1940, en una cámara de gas, junto con otros 38 niños y adolescentes.
Es sabido que el programa T4 fue desmantelado en 1941, pero que ese no fue el final del asesinato de personas con discapacidad en la época Nazi. En semejante contexto, se antoja siempre un poco insuficiente el mero acto de conmemoración, si no se sabe la historia completa de las causas, de las condiciones, de qué hay que hacer para ver la generalidad en hechos particulares para aprender de ellos. Cuántos años han pasado, y no hemos aprendido. La conmemoración como tropiezo puede ser una entrada al intento de comprensión, pero eso es un ideal imposible. Yo paré a leer, pero sigo con el mercado para la casa y hago el almuerzo.