
Uno puede ser y no ser, y pasarse la vida pensando cuál de las dos es. Igual que catalogarse si se es un buen lector o un buen comprador de libros. Mejor no definirse ni clasificarse; catalogarse es solo para los libros.
Solo hay un hecho cierto: quien compra quiere leer, y quien lee quiere comprar. No es una hazaña capitalista, es un deseo adictivo, casi obsesivo. Dos técnicas de un solo cuerpo fanático. En ambos casos, los libros parecen disputarse la atención de sus futuros dueños, como perritos esperando a su nuevo amo, que en el mejor o peor de los casos, como en un juego de ruleta rusa, será un buen lector, pero solo con ese libro será un buen comprador. ¿Y quién dijo que los libros están hechos solo para leerse?
A juzgar por estas dos prácticas, podría parecer que son totalmente diferentes, aunque las librerías y ferias no estarían de acuerdo. Son de los pocos espacios en los que confluyen, así como las filas para el pago, las presentaciones de libros, las firmas, entre otros.
Pero ni hablar de los engorrosos espacios en los que no. Los espacios en los que se escucha: “Se nota que sí leyó”, y también el sarcástico: “Cómprelo, pero se lo lee”, o simplemente la rivalidad imaginaria entre los dos sujetos, que en muchas cosas puede ser el mismo y que llegan a odiarse siendo el alter ego del otro.
Lo importante es no dejarse engañar por la pila de libros que lo acompaña en la mesita de noche, en la mesa del comedor por la mañana, o en el estante de la biblioteca. Hay un lugar más sagrado donde siempre confluyen el comprador y el lector: poder leer esos libros cuando menos lo espere, en dos meses, tres años o diez años. Siempre alguien podrá leerlos y es en esa probabilidad del encuentro donde no se diferencian; son y serán uno solo.
¿Y los coleccionistas de separadores? El de la servilleta, el separador de la librería, una pluma, un pos-it, manillas… ese es otro cuento…