Uno escucha a esos analistas deportivos de la televisión y hablan de la globalización del fútbol. Del esfuerzo que hace la Fifa para llevar el fútbol a todos los rincones de los cinco continentes. Es más, si Infantino pudiese montar un estadio con un par de gradas en Bellinghausen, la base de investigaciones rusa que hay en la Antártica, y otra igual en la Estación Nord, en el Ártico, armaría una liga de pingüinos contra inuits.
Pero nada de globalización. Eso es una paparrucha. Lo que hay son procesos migratorios y necesidad. Bastó ver el torneo de la UEFA Nations League, de hace unas semanas, y que ganó Portugal, para darse cuenta. Mire el partido de semifinales entre España y Francia… ¡un partidazo! 5 – 4 ganaron los españoles… pero qué digo “españoles”; “españoles de primera generación” tal vez. Lamine Yamal, por ejemplo, es de padres nacidos en Guinea Ecuatorial y Marruecos. Nico Williams, que tiene nombre anglo, pero es de ascendencia ghanesa. Cucurella, italiano. Balde, de Guinea Bissau. Le Normand, francés. Huijsen, neerlandés.
¡Ni hablar de Francia! Su alineación principal contó con Mbappe, Dembelé, Kalulu, Kone, Tchouameni, Olise… Todas sus familias vienen de África. Uno se pone a investigar la vida de estos futbolistas y la mayoría viene de esos distritos parisinos que no te muestran en los planes turísticos. De La Chapelle, Pigalle o Saint – Denis. Y esto genera roncha en esos radicales de derecha, que unos inmigrantes los estén representando.
Pero esto no es porque el fútbol se haya globalizado. Es porque las políticas globales —violentas y con ese aire colonialista— cambian esas sociedades. Obligan a muchas personas a abandonar sus tierras para buscar un mejor futuro en otro lado. Y se migra donde se puede estar mejor.
Esto no es nuevo. Siempre se ha dado. Colombia, a finales de los años 40 del siglo XX, acogió a los mejores futbolistas del continente. Fue la época de El Dorado y todavía se recitan las alineaciones: Rossi, Di Stéfano y Pedernera; argentinos de ascendencia italiana que jugaron en Millonarios. López, Mosquera y Barbadillo; los peruanos del Rodillo Negro, del Deportivo Cali. El Cúcuta Deportivo se armó con uruguayos y el Junior de Barranquilla importó a cuatro húngaros para que hicieran combo con el brasileño Heleno de Freitas. Y el Deportes Caldas tuvo al arquero lituano Vitatutas y al peruano Villalba; ambos dirigidos por el argentino Alfredo Cuezzo. Fue el único equipo que doblegó al entonces imbatible Ballet Azul, quedándose con el título en 1950.
Todos llegaron al país porque ganaban y vivían mejor que en sus tierras. El uruguayo Shubert Gambetta, quien estuvo en el mítico Maracanazo de 1950, dijo que de no haber venido a Colombia no hubiera podido comprarse una casita. Pero una vez se acabó la bonanza, migraron.
A lo que voy es que hoy es difícil reconocer el origen de un equipo leyendo las alineaciones. Nada que ver la Francia del Mundial de México 1986 —con Bats, Amoros, Le Roux, Platini, Vercruysse, Papin y Rocheteau— con la de hoy. ¡Esos eran nombres con identidad francesa! Es como dijo Roberto Fontanarrosa en su cuento Los nombres: “Tienen que llenar la boca, atragantarla, que se los pueda masticar, escupir, como puede ser digamos Marrapodi (…)”.
Extraño, por ejemplo, los apellidos de esos jugadores españoles de mediados de la primera década de este siglo. Estaban Silva, Baraja, Gavilán, Albelda, Mata, Vicente, Joaquín, Moriente y Villa; todos del Valencia FC. En el Osasuna estaba Puñal. En el Real Madrid estaban Casillas, Hierro, Ramos y Raúl. Y en el FC Barcelona Xavi, Iniesta y Puyol. Y técnicos como Vicente Del Bosque. Uno podía hacer una alineación con apellidos que parecen como de un cuento de García Lorca. Eso es identidad.
Hoy no. Ya todos los equipos en Europa son un crisol de culturas, como lo son los de nuestro continente. Aquí, en un equipo de segunda división puedes encontrar un polaco jugando con alguien de Buenaventura; o un hondureño alineado con un coreano, como sucede en algunos equipos de la MLS gringa.
Podrán pensar que soy xenófobo, pero lo que soy es un romántico. Sí, es raro, pero son las dinámicas globales. En un futuro, interplanetarias. Como Lacus Vendelinus, el primer venusino que jugó en Rosario Central.