Durante el embarazo, mi cerebro se encogió: disminuyó el volumen de mi materia gris y se podaron conexiones neuronales innecesarias y débiles. En mi cabeza hubo una reorganización. Se modificó la estructura de mi cerebro para especializar regiones relacionadas con la percepción, la empatía, la sensibilidad y la vigilancia. En otras palabras, se adaptó para afrontar las demandas que traía la llegada de Bebé.
En el puerperio, la remodelación continúa: la amígdala y el hipotálamo aumentan su volumen para facilitar el apego, la empatía, la regulación emocional y las respuestas rápidas a las necesidades de mi cría. Esa plasticidad cerebral me permitirá sobrevivir a 700 horas menos de sueño durante el primer año; ser multitarea: escribir, comer o bañarme mientras pienso en los pendientes y estoy vigilante, alerta a los peligros que amenazan la vida de mi pequeña humana.
Esas transformaciones en mi cerebro amplifican mis respuestas emocionales. Cuando Bebé tenía apenas unas semanas y ocupaba el centro de mi cuerpo, me sentía segura, porque creía que allí la protegía del mundo y que cuidarme a mí misma era cuidar de ella. Sin embargo, hacia el tercer mes surgieron dudas respecto a su bienestar: temía que se enredara en el cordón umbilical, que no le llegaran nutrientes suficientes, que hubiese un error en su desarrollo, que tuviese alguna enfermedad incurable y que sucediese un óbito fetal.
Una vez que salió de mi tripa y su cuerpo se convirtió en uno distinto del mío, el miedo aumentó. Se manifestó como un vértigo en la boca y tensión en las entrañas ante cualquier posibilidad de peligros y amenazas externas. Llevo tres meses rumiando un miedo que no cesa: miedo a las caídas, al vómito nocturno, a la fiebre sin razón aparente, a las alergias, virus y bacterias, a los temblores, a los desconocidos que llaman a la puerta, a los hombres, a las enfermedades no diagnosticadas, a los tomacorrientes, a las pastillas del botiquín, a perderla de vista en un parque, a su muerte y a la mía.
“Desde que nació ella, nunca dejé de tener miedo”, escribió Didion en el libro que dedicó a su hija. El miedo se filtra por todos lados y yo solo escribo este cuerpo.