En enero del año entrante se cumplirían 12 años de haber empezado a trabajar como periodista en Radio Nacional de Colombia. No alcancé a llegar a esa cifra. El pasado 17 de septiembre me llamaron a las 3:00 p.m. y me explicaron que no renovarían mi contrato. A las 9:30 p.m. me informaron que había sido un error y que sí me iban a contratar. Los días pasaron y ese contrato no se materializó. Llamé, escribí correos, mandé mensajes. Después de casi 12 años de recibir siempre la mejor retroalimentación sobre mi desempeño, sin ningún aviso y sin ninguna explicación, como se dice eufemísticamente, me dejaron ir.
Es posible que esa decisión se deba a que el día anterior publiqué una columna en la que me burlaba del presidente Petro. Hubo quienes me aseguraron que era por ese texto que no me querían volver a contratar, y hubo otros a quienes ese castigo por una sátira bastante leve les parecía traído de los cabellos. Que un medio estatal acuda a la censura es tan grave que nos resistimos a pensar que estamos siendo víctimas de ello. No lo sé, no lo puedo asegurar, pero ahí queda marcada esa coincidencia.
Lo que sí es verdad es que Radio Nacional de Colombia no es hoy ni la sombra del proyecto que yo ayudé a construir. Queda en la institución muy poca gente que recuerde cómo medíamos el impacto de nuestro trabajo, cómo le apuntábamos a una línea editorial centrada en mostrar, investigar y dialogar con lo que no se cubre desde los medios privados. Es irónico que una radio enfocada en las minorías, las mujeres, los indígenas, los campesinos, las comunidades afrodescendientes, etc., no pudiera armonizarse con el primer gobierno de izquierda de nuestro país. Un proyecto por el que yo, además, voté. Pero la radio que tenía una orientación clara hacia las comunidades históricamente discriminadas se usa ahora de manera casi exclusiva para hacer propaganda.
Esta fue una discusión estéril, pero siempre me ha parecido cuestionable que el Estudio Continuo de Audiencia Radial en Colombia, ECAR, sea la herramienta para medir si un medio de comunicación, que tiene su audiencia en lugares que no son medidos por ella, sea la que indique si lo estamos haciendo bien o mal. El ECAR mide bien a ciudades grandes, como Bogotá, Medellín, Cali o Barranquilla. Mide mal a ciudades intermedias como Manizales, Bucaramanga, Quibdó o Pasto. Y no mide nada del campo colombiano.
La Radio Nacional de Colombia es una emisora con más de 70 antenas que cubren más del 90% del territorio colombiano. Es una emisora de regiones, es una emisora para todo el territorio. Su función nunca ha debido ser competir con los medios tradicionales porque esa no es su misión, porque lo que la radio estatal debe hacer está por encima de los intereses comerciales o privados. Se debe centrar en el servicio a todos los ciudadanos, en la construcción de paz, en buscar las maneras de acercarnos a los colombianos. Pero en eso estamos, en hablar de cifras de crecimiento de audiencia que son mentirosas.
Incluso la manera en la que se presentan las ventajas de ciertos gobiernos pueden tomar formas mejores. Podrían centrarse en mostrar los avances, los logros, el cumplimiento del Plan de Desarrollo, las buenas noticias de la reforma agraria, por ejemplo. De hecho la Radio Nacional de Colombia debe hacerlo como parte de su misión. Pero el estilo en el que esta administración ha decidido hacer propaganda es contribuir con el incendio del país, alarmar a los oyentes con cada una de las peleas que emprende el presidente, o con cada uno de los ataques de los que aseguran que son objeto. Mensajes llenos de incertidumbre y zozobra que nos cuidábamos de dar y que contradicen el manual periodístico con el que nos regíamos. Es una radio en campaña política.
La empresa en la que yo trabajé, bajo la batuta de tantos, pero quiero mencionar a Dora Brausin y Ángela Arboleda, estaba convencida de la importancia del buen trato, del respeto, de la horizontalidad. Había diálogo, disenso, construcción colectiva. Eso tampoco existe ahora. La administración actual es vertical, intimidante, amedrentadora. “Si no les gusta que se vayan” y “en ninguna otra parte les pagan tan bien a los periodistas” son dos de los recados que nos repetían constantemente. Me da tristeza por mis compañeros, excelentes periodistas, comprometidos y juiciosos, que continúan allí teniendo que aguantar esas violencias, trabajando en medio de la incertidumbre y los mensajes contradictorios sobre su estabilidad laboral.
Mucho de lo que dicen públicamente quienes están ahora al frente de la emisora me parecen imprecisiones. Por ejemplo, que la emisora tiene más audiencia es discutible: el paso de las frecuencias de Radiónica en Medellín y Cali pueden haber inflado las cifras de la Radio Nacional. Mientras tanto la promesa de que Radiónica volvería al dial en FM no se ha cristalizado. Que a los periodistas les paguen mejor que en otras empresas tampoco es preciso: con contratos de tres meses y “vacaciones forzadas”, no remuneradas, que van desde 15 días hasta mes y medio se equilibra cualquier honorario.
El Subgerente de Radio ha dicho también que él es libre de contratar a quien quiera, y de trabajar con quien quiera, como una manera de justificar el despido o la exclusión de tanta gente, y eso es verdad. Pero también es cierto que solamente le sirve que la gente trabaje sin opinar, y esto es completamente contradictorio en cualquier lugar, pero especialmente en un medio de comunicación que es además público. Asegura que la línea editorial gira alrededor de la Constitución del 91, del Plan de Desarrollo y de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, pero son constantes las indicaciones sobre los invitados que podemos o no entrevistar, lo que buscamos que nos digan los espontáneos seleccionados a dedo en la calle, o los mensajes y etiquetas a favor del presidente Petro que nos piden compartir en nuestras redes sociales personales.
Que un Subgerente haga cambios es esperable. Es normal que un líder quiera darle su toque personal a la empresa que tiene a cargo, pero que esos cambios ocurran sin ningún tipo de orientación estratégica, sin discusión, sin conversación, sin atender a la misión para la que fueron creados, es cuestionable. Programas arraigados en la parrilla de la radio cambiaron de nombre a gusto del subgerente: El Atardecer pasó a llamarse Atardecer de Sol y de Luna, El Campo en la Radio cambió a Del Campo y Otros Amores, el espacio para hablar de mujeres se llama Hoy es Domingo con Esencia de Mujer. La Radio Pública más empalagosa por decisión unipersonal del subgerente.
Me parece perfectamente entendible que un gobierno de izquierda quiera trabajar con personas que se alineen con un proyecto orientado a mejorar las condiciones generales de los ciudadanos, y por eso es tan contradictorio que los líderes que dirigen las entidades del Estado sean déspotas explotadores laborales.
Me demoré un poco más de un mes en salir de todos los grupos de WhatsApp en los que estaba, porque conservaba la esperanza de que los gobiernos pasan y las instituciones quedan. Ni siquiera ahora descarto la posibilidad de que en un futuro, cuando pase este temporal, pueda volver allí al servicio de mi ciudad y mi región. Estaba, como muchos que continúan, resistiendo, porque creo en el poder de los medios públicos. Y soy una más, de muchas y muchos, calculo que somos alrededor de 50 personas, excelentes periodistas y personas a quienes esta administración ha despedido o dejado ir, sin siquiera una nota de agradecimiento.
Por otro lado, han sido unos días difíciles muy felices. Después de 20 años dedicados a trabajar en medios de comunicación radiales, primero en Radio Cóndor y luego en la Radio Nacional, no esperaba cambiar de rumbo a los 51 años. Pero soy como el campesino al que le matan la vaca que le daba la leche y al buscar otras formas de subsistencia encuentra oro. Estoy barequeando con Adriana Villegas Botero, Camilo Vallejo Giraldo y Alejandro Samper Arango, y esto me llena de ilusión. Tengo un proyecto personal en el que oriento talleres sobre violencias de género que me emociona. Tengo mi capacidad de trabajo para poner al servicio de los asuntos que me interesan en mi ciudad, y pronto podré darles noticias buenas. He construido una red de amigos, aliados y conocidos que han estado prestos a ayudarme y que me han alentado. Espero que todo eso se materialice y que yo esté a la altura del reto que vivo en este momento.