Recuerdo a mi papá conversando con uno de sus mejores amigos sobre un nuevo colegio que había llegado a Manizales con la promesa de una educación fuerte en valores y personalizada. Aulas de clase con pocas niñas, menos de 20 por salón. No sé qué de todo lo que le dijo Gustavo Rivillas lo convenció de sacarnos a mi hermana y a mí del Colegio Santa Inés, regentado por monjas franciscanas, y pasarnos a Los Cerezos, el colegio cuya educación religiosa estaría en manos del Opus Dei. Lo cierto es que un año después las hijas de Rivillas ya habían regresado a Santa Inés, mientras que mi hermana y yo nos graduamos con las supernumerarias y los sacerdotes del Opus.
Cuando leo las noticias sobre los exabruptos del Opus Dei en todo el mundo, clasismo, racismo, mujeres que denuncian explotación laboral y esclavitud, abuso de poder, denuncias de carácter sexual, entre otras cosas, puedo asociarlo con lo que yo misma viví dentro del colegio. Las anécdotas son muchas. Voy a contar dos:
Cuando estábamos en 11, el último año del colegio, hicimos un viaje a Bogotá. Nos quedamos en la casa que tiene el Opus en Silvania, Cundinamarca. Una sede hermosa con varias edificaciones y, entre otros lujos, una capilla con incrustaciones de jade que escondía en su elaborada ornamentación tres o cuatro aves que me dediqué a buscar mientras nos daban la misa. En esa oportunidad nos indicaron que, mientras nosotras íbamos a Bogotá a visitar universidades, nuestras habitaciones serían aseadas por unas mujeres a las que no podíamos ver, y que nuestra comida sería preparada por otras mujeres a las que tampoco podíamos ver. Cuando pregunté por qué la rectora de mi colegio me contestó: porque no son iguales a ustedes. Yo entendí muy bien a qué se refería.

Mi salón del colegio era un grupo dispar de 15 o 16 niñas. Quizá hubo otros salones del colegio donde el grupo era más homogéneo. No era nuestro caso. Había morenas, blancas, adineradas y sin tanto dinero, evidentemente bonitas y otras con una belleza menos evidente. Creo que no me equivoco si digo que era el salón, de todos con los que nos tocó compartir, con un problema de bullying más marcado. Las directivas no solamente no intervinieron, sino que cuando lo hacían era para favorecer al grupo que discriminaba a las demás. Había una marcada preferencia por las niñas ricas, blancas y bonitas, que además eran las más problemáticas. Hay excepciones, sí, casos enredados, pero al final del día todo se podía explicar con la misma lógica.
Alguien podrá argumentar que eso ha cambiado, que la institución se ha modernizado, que los valores que se ufanan en entregarle a las estudiantes se han ajustado, pero, en una ciudad como Manizales, que tiene una herida de clase tan marcada, con gente que se siente de mejor familia que los demás, seguir creyendo en una educación que separa a la gente por castas, es la raíz del problema.
Bernardo Toro, filósofo de la Universidad Javeriana, explicaba una vez, con una metáfora sobre el agua potable, que es la misma para todos, la importancia de una educación de calidad que sea, como el agua potable, la misma para todos.
La educación de calidad que solamente recibe la gente que puede pagar por ella tiene como resultado una sociedad dividida. Eso no hace más que reproducir los círculos de pobreza y negar acceso a personas capaces a los sitios de poder. Y esto es problemático también porque cuando los ricos que solamente han estudiado con otros ricos llegan a esos lugares de poder, suelen estar desconectados de las necesidades de los más empobrecidos pues no son sus amigos, no los conocen, no se ha construido ni compasión, ni empatía.
Yo me alegro por todas las medidas que han tomado el papa Francisco y ahora el papa León XIV, que van a reconfigurar al Opus Dei y que, según parece, van a terminar por acabar con lo que hemos conocido hasta ahora. Me queda por saber qué impacto tendrá eso en las mujeres que trabajan en Silvania y en las niñas y niños que se forman en los colegios del Opus en toda Colombia. No tengo esperanza de que esto acabe con el clasismo o el racismo, pero es un mensaje.