“El caso de Pablo Laurta es el ejemplo más representativo de lo que los feminismos venimos denunciando hace años: militar en contra de los derechos humanos de las mujeres es bastante evidente de varones que son abusadores (como mínimo), es realmente algo muy claro. El antifeminismo no es una opinión o un punto de vista, es una declaración de principios”, Sol Ferreyra, feminista argentina.
Una cosa es ser machista y otra muy diferente es ser antifeminista.
He repetido esto muchas veces pero vale la pena decir una vez más que machistas somos todos. Lo son los hombres cuando, por ejemplo, interrumpen repetidamente a una mujer que está hablando, o cuando repiten con la voz más fuerte una idea que acaba de proponer una mujer sin darle el crédito. O cuando le explican cómo funciona la religión católica a una mujer que se declara atea como si ella desconociera la existencia de Moisés. O peor, cuando maltratan, gritan o matan. Las manifestaciones masculinas del machismo van desde la negligencia hasta el feminicidio.
Y somos machistas las mujeres cuando, por ejemplo, repetimos como loras que nosotras somos malas manejando, o cuando criticamos a otra por andar mostrándose todos los días en vestido de baño en Instagram, o cuando decimos que Sutana es loba y Mengana una quitamaridos.
El machismo es una cultura y nos rodea, nos baña, nos impregna, nos empegota, nos mancha, y por más que uno restriegue y restriegue no es fácil dejar de ser lo que uno aprendió a ser, lo que tiene por todos lados, lo que se espera que seamos, etc. Una es feminista en la voluntad y machista en el piloto automático. Cuesta, pero esa es la tarea.
Y se puede estar en esa búsqueda sin declararse feminista. Algunos hombres que conozco son más o menos conscientes de su machismo y están en ese desaprender. Se esculcan, se escuchan primero en la cabeza antes de repetir una idea o antes de actuar de cierta manera, y logran frenar el impulso aprendido. No los oigo decir que son feministas, y eso está bien.
El antifeminismo, por otro lado, es un movimiento frontal de rechazo a las ideas feministas y vale la pena decir que la idea central del feminismo es que las mujeres somos seres humanos. Que los hombres y las mujeres tenemos los mismos derechos. Esto, que parece una obviedad, no se comprende íntegramente en el marco del patriarcado. En ese lugar las mujeres tenemos unos roles limitados (hija, madre, esposa), y las que se han atrevido a salir de ahí han sido juzgadas, maltratadas, asesinadas. Es juzgada la mujer que no tiene hijos, la que no se casa, la que privilegia su carrera profesional, la que tiene una moral similar a la que han tenido los hombres, la que no cree en Dios, las que hablan de política, las que escriben, las que piensan diferente, etc.
Que las mujeres somos seres humanos implica una complejidad y un mundo interior que algunos señores no ven y no creen que tengamos. Para algunos nuestra complejidad consiste en que somos histéricas, o muy emocionales, y nuestro mundo interior son las bacterias que nos habitan. No exagero.
El machismo es una cultura. El patriarcado es un sistema de valores. El feminismo es una conversación en curso, un movimiento social y un campo de estudio académico. ¿Qué es el antifeminismo, entonces?
Pablo Rodríguez Laurta es el uruguayo que mató a su ex pareja y a su ex suegra el pasado 11 de octubre en Gualeguaychú, Argentina. Tenía orden de alejamiento, pero Luna Giardina, su hijo de cinco años y su madre, Zoraida Zamudio, estaban huyendo de él porque Pablo las persiguió y las acosó, hasta que las encontró y las mató. Además, secuestró al menor que fue rescatado 24 horas después.
Un feminicida más, ningún monstruo. Un “hijo sano del patriarcado”, como decimos las feministas. Solo que este era el creador y coordinador de un portal antifeminista llamado Varones Unidos, en el que se dedicaba a: “difundir la supremacía del hombre sobre la mujer, cómo tratarlas, cómo educarlas, cómo someterlas, cómo seducirlas”, según dice el periodista y escritor español Manuel Jabois, y a: “arremeter contra las políticas de género y poner en dudas las denuncias por violencia interpuestas por mujeres como su expareja”, como señala la periodista Mar Centenera.
Vimos a comienzos de este año la premiada miniserie de Netflix, Adolescence, que retrata el escenario de radicalización en el que están cayendo muchos jóvenes. Un mundo en donde los hombres valen por lo machos y las mujeres por lo santas. Una tendencia más o menos reciente de los jóvenes de hoy es ser más conservadores que sus padres. Qué desconsuelo.
En Adolescence algunos padres de familia escucharon por primera vez términos como machósfera, red pill, la regla del 80/20 y el uso que los jóvenes le dan a ciertos emojis. La serie no es ciencia ficción, esto ocurre todos los días a nuestro alrededor. Pablo Rodríguez Laurta regentaba un portal en América Latina para difundir estas ideas.
Y yo a veces leo a conocidos publicar en redes sociales mensajes pidiendo que moderemos el discurso, que de todas maneras sonríamos más y le bajemos a la rabia, indicaciones sobre cómo ser unas feministas femeninas, señores criticando “feminazis”. O mensajes preocupantes rechazando de plano al feminismo, diciendo que no tenemos razón, que el patriarcado no existe, que es todo un invento para oprimir y emascular a los señores. Quisiera pensar que es pura ignorancia, pero también es posible que sean amenazas. Hay que estar atentas.