«Un actor de niebla y río», de Jaiber Ladino Guapacha (Fragmento)

11 de octubre de 2025

León, teólogo y dramaturgo, rehace Chaikos, su primera obra de teatro, a partir de las memorias y el viaje. En ese camino reconstruye al hombre que amó y que sigue presente en sus búsquedas. Publicamos el capítulo XII de esta primera novela de Jaiber Ladino Guapacha.
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Un siervo, muy querido

(Cap. Xii)

Siempre he dicho que el nombre de Chaikos se debe al perro que tuve durante el último año de colegio. Y es cierto, pero hay algo que no me he atrevido a confesar hasta ahora que creo oportuno contarlo.

La primera vez que escribí y monté Chaikos, el centurión fue para una tarea. Con la idea de que los días no festivos de la semana santa tuviesen un sabor a actividades lúdicas y recreativas y no a las clases habituales, al equipo de docentes del Colegio de Nazareth se le ocurrió montar un festival estudiantil de teatro religioso. La idea era representar las distintas parábolas de Jesús. El premio para la mejor propuesta: un cachorro Husky Siberiano, donación del profesor de física y matemáticas.

—Si nos ganamos el animalito, lo llamaremos Chaikos, por Tchaikovski, ¿te parece? —me preguntó mi hermano Pablo. Aunque no me gustaba del todo, esa vez no quise llevarle la contraria. ¿Puede dudarse de lo que somos antes y después de la existencia noble de un cachorro? No me importaba el nombre, anhelaba tener uno para jugar en las tardes que se me iban eternas si Héctor no aparecía para patear el balón.

Ya en el salón de clase, Serafín, el estudiante mayor en el aula, dejó al azar el pasaje a recrear. Abrió las Escrituras, puso el dedo en cualquier página y el relato seleccionado fue del evangelio según san Lucas, capítulo 7, versículos del 1 al 10: “Una vez concluidas todas estas palabras al pueblo, entró en Cafarnaúm. Se encontraba enfermo y a punto de morir un siervo de un centurión, muy querido de éste. Habiendo oído hablar de Jesús, le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera y salvara a su siervo”.

Al terminar su lectura y, mirando que nuestras niñas no tendrían un papel importante con el cual presentarse, Serafín volvió a hacer el ejercicio y encontró la parte de la samaritana. Propuse entonces que hiciéramos la obra juntando las dos piezas, como si después del diálogo con aquella mujer, Jesús hubiese sanado al chico del romano. Héctor sería el esclavo, yo el centurión y Pablo haría de Jesús para que tuviese todo el control. Les pareció buena idea y mientras los demás montaban la escena del pozo de Siquem, Héctor y yo salimos a la cancha de baloncesto con nuestras biblias.

—Yo pensaba que era el soldado el que había ido hasta Jesús. Aquí dice que “le envió unos ancianos de los judíos para rogarle que viniera y salvara a su siervo” —advirtió Héctor al repasar el pasaje con calma.

—No se quería separar de la cama del enfermo, para que no se le muriera y él lejos —aventuré una conjetura.

—Puede ser. Mire, es curioso que después le mande unos amigos a que le digan: “Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres bajo mi techo”. ¿De qué se avergonzaba? ¿De querer demasiado al esclavo? ¿Me entiende…? O sea…

—Sí, que los dos fueran pareja. El centurión, lejos de su esposa y su familia, lo toma, luego se “encula” y ya lo quiere de otra manera, pero le da pena que, a Jesús, al que le tienen ganas para hacerlo quedar mal, lo involucren también en el tema.

—Espere, va muy rápido. Ese capitán había mandado antes a los viejitos sabios, luego, si ellos no lo condenaban, Jesús menos que lo haría.

—No, no creo. Mire que dice que él les había edificado la sinagoga y por eso le estaban agradecidos.

Nos tiramos bocarriba a imaginar lo qué íbamos a hacer.

—¿Qué motivos tendría Chaikos para querer al siervo?

—¿Chaikos? ¿Quién es ese?

—Si nos ganamos el cachorrillo, así lo llamará mi hermano por el músico del Cascanueces. Quiero que el centurión se llamé así. Es una suerte de conjuro.

—No se me ocurre ninguna razón, Leo. A ver, si yo voy a ser el esclavo, ¿qué motivos tendría usted para quererme?

—¿Qué motivos tendría el centurión para querer al siervo?

—Si no encuentra razones, no debe ser el soldado sino el muchacho.

—¿Y es que usted sí las tienes?

—Es que yo también soy un legionario, estoy en campaña, lejos de mi familia. Usted es lo que yo puedo acariciar, besar, poseer.

 —¿Sí? ¿Y por qué no me ha usado entonces?

—No quiero que se enamore de mí si le doy un beso.

—¿En la obra? Jamás. Nos matan.

—¿Y aquí? Nada más de ensayo.

—Pilas, no nos puede quedar gustando.

Que mi obra de teatro se llama así por el labrador que Papá nos hizo llegar por nuestro segundo puesto, es cierto. Y que fue la excusa del primer beso entre Héctor y yo, es algo que hasta ahora ha permanecido en secreto. El prólogo será el momento preciso de desvelar este secreto.

Muchos han creído que la escribí para mostrar que Jesús no se escandalizó de una relación homoerótica posible entre los gentiles de su tiempo. Otros creen que fue la experiencia con las monjas y los pacientes de VIH. Tienen razón ambos grupos. Solo que les hace falta saber que, ante todo, es mi declaración de amor por un joven guerrillo que conocí en estas montañas, hace muchísimos años.

Mañana comenzaré a escribir y seguro que los recuerdos vendrán en mi auxilio.


Jaiber Ladino Guapacha es docente en Quinchía, Risaralda.

Un actor de niebla y río

Jaiber Ladino Guapacha

Caza de Libros Editores

Ibagué

Mayo de 2025

94 páginas

ISBN: 978-628-7643-89-5

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  • Licenciado y Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Docente en la IE Miracampos de Quinchía (Risaralda). Ha cultivado la narrativa en cuentos y novelas, así como la reseña de libros en prensa.

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