No es vida la que deshonra el miedo

26 de agosto de 2025

Fue inevitable asociar a las monjas cantando sus oraciones en latín con las viejas imágenes de noticieros gringos en la que aparecen las asesinas de la secta de Charles Manson, cantando también, mientras van al juicio.
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Por segunda vez he leído la novela de Gertrud von Le Fort (1876-1971), La última del cadalso. Esta vez, además, como cierre, he visto la adaptación cinematográfica Diálogo de Carmelitas, dirigida por Philipe Agostini y Raymond Leopold Bruckberger. Estuve a poco de ver la ópera, con guion de Georges Bernanos, pero creo que ese placer lo dejaré para después, una vez haya digerido mejor lo que hay entre la narración de la alemana, publicada en 1931, y la película, estrenada en 1960.

No puedo alejar estas dos producciones artísticas de la Segunda Guerra Mundial. No sólo por la fecha de su producción: Gertrud anticipa unos siete años los excesos de un grupo que en el poder se enceguece por extirpar todo aquello que le es distinto. Bernanos y los cineastas franceses, al volcar su talento sobre el texto, detienen la mirada sobre lo frágil para advertirnos de lo que una ideología destruye cuando se le deja avanzar sin ningún control.

¿De qué van pues novela, ópera y film? Es una ficción histórica que pretende aproximarnos al martirio de dieciséis monjas carmelitas, en los inicios de la Revolución Francesa, julio 17 de 1789. Por esa antítesis que representa la fragilidad de una tosca túnica frente al uniforme impoluto del soldado, no puedo evitar pensar en cómo el escenario se puede estar repitiendo en la cercana Nicaragua y lo que han sufrido, entre otras, las Misioneras de la Caridad, las Clarisas y de manera más reciente, las Josefinas.

Hacia el final de la película, cuando la madre superiora, antes de que llegue el carruaje que las llevará a la plaza de la revolución, les pide, por la santa obediencia, que sean fieles hasta el final, me pregunté hasta qué punto los revolucionarios tendrían razón y si aquella fe que admiramos no es producto de una estrategia psicológica en la que se despoja a la persona de subjetividad y se le reemplaza por una doctrina desprovista de humanidad.

Para alimentar esa inquietud fue inevitable asociar a las monjas cantando sus oraciones en latín con las viejas imágenes de noticieros gringos en la que aparecen las asesinas de la secta de Charles Manson, cantando también, mientras van al juicio.

Detuve la película para meditarlo mejor. Pensé en el propósito de Gertrud. Es una de las novelas que escribe después de su conversión al catolicismo. Había estudiado teología protestante, historia y filosofía en Heidelberg y Roma. Así pues, la recreación histórica de aquel evento no puede ser tomado a la ligera, como una suerte de fábula devocional. Además, en la construcción psicológica de Blanca de la Force no dejan de aparecer los afectos del miedo, la angustia, la duda. ¿Expuso la madre superiora la vida de sus monjas por orgullo, arrogancia religiosa?, me pregunté de nuevo.

Y no, no obtuve una respuesta a ese interrogante, pero sí una nueva interpelación: acéptalo, sin entender muy bien, Jáiber. Apuesto a que tú estarías dispuesto a morir con ellas. Mi querido amigo, tú no serías el sacerdote disimulado en la esquina, tú te arrojarías al paso de la carretilla para morir con ellas.

Entonces pude seguir con la magia del blanco y negro, y pronto, la duda racional sucumbió ante las lágrimas cuando llamaron a sor Juana de la Divina Infancia. Por su edad, esta monja no escucha cuando leen su nombre para que suba a la guillotina. Viene la madre superiora hasta ella y entonces la anciana comprende, se postra, recibe el beso de paz y despedida, y camina hacia el cadalso. Seguramente su vejez me remitió a mi abuela. Entonces pedí al cielo que así mismo la Virgen a la que tanto oró ella, mi abuela, hubiese venido a llevarla consigo en aquel amanecer. Añadí que me importa menos ser digno de él, con tal de que allí se alojen tantas personas de buen corazón que he conocido a lo largo de estos años. Esas personas generosas ya me dieron el cielo aquí en la tierra.

Entonces fui Blanca, la protagonista. Y caminé, con mis dudas, mi infatigable lista de reparos, el inventario ahogado de amarguras y la protesta por la incapacidad de experimentar el perdón. Caminé desprovisto de cualquier riqueza. Avancé con Blanca, por la única razón de que donde está mi corazón, está mi tesoro. La gran derrota solo me ha dejado ese granito de fe.

La paradoja es que sor Blanca de La Force es un invento de von Le Fort. Es el catalizador ficcional que introduce en aquella novelita histórica que no llega a las cien páginas. Ese personaje imaginario es su forma de explorar el miedo y la angustia en la psique humana, así como la integridad y la paz interior. Es la forma de visitar un momento en el que quizá no se entendía muy bien aquella consigna de Igualdad, fraternidad y libertad. De igual manera, es una forma de que el pasado venga a alertar en este presente, los comportamientosfascistas y nazistas que minan nuestros ideales.

Hoy, esas monjitas, las reales y las inventadas, las de papel, celulosa y pixel, han venido a sentarse conmigo en el suelo y a recordarme que el camino de la paz necesita de mis dudas. Que demasiadas certezas pesan y desfondan. Que lo importante es liviano y no rompe el saco.

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  • Licenciado y Magíster en Literatura de la Universidad Tecnológica de Pereira. Docente en la IE Miracampos de Quinchía (Risaralda). Ha cultivado la narrativa en cuentos y novelas, así como la reseña de libros en prensa.

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