Muchos mueren demasiado tarde, y algunos mueren demasiado pronto.
Todavía suena extraña esta doctrina: “¡Muere a tiempo!”.
Morir a tiempo: eso es lo que Zaratustra enseña.
Paul Wittgenstein
No sé qué tan común sea el deseo de morar en otras casas a través de los libros que se obsequian. Y es que no es lo mismo regalar un libro para halagar el intelecto de las personas con las que uno se encuentra en la vida, que hacer del libro un “burrito” de Troya para invadir un anaquel en la biblioteca de los amigos.
Para el fin primero del que he hablado, pienso en tres opciones. Como agua para chocolate de Laura Esquivel: la historia atrapa y abre el apetito para más libros y enseña a disfrutar nuestros propios manteles. Dulce compañía de Laura Restrepo: la capacidad de advertir, con Álvaro Mutis, que en la esquina hay un ángel que nos espera, justifica la aventura de no quedarse en casa. Siddhartha de Hermann Hesse: aunque la conozco de hace más de veinte años, sólo ahora es que entreveo mejor su profundidad para asumir la propia existencia.
Sobre el otro objetivo, el de entregar un libro para apropiarse de un lugar, escribiré de lo que me pasa con Felipe.
Hace cerca de un año, nos vimos en la Universidad. Él y Camilo me esperaron después de una reunión cargada de entusiasmo y proyectos. Por eso, cuando nos vimos, comprendiendo mi emoción, me dejaron hablar todo el tiempo. Sin embargo, lo que Felipe tenía para decirme lo guardó como zarpazo final. Cuando nos despedimos me entregó un souvenir para el viaje de regreso a casa. Del otro lado del jardín de Carlos Framb.

El libro duele por el contenido y duele como objeto. Como cosa de papel, recoge la eutanasia de Vincent, su perro, y la muerte de Pepe, su gato, ambas con días de diferencia. ¡Mi amigo necesitaba que yo escuchara su duelo y yo le negué mis oídos! Ese reclamo callado hiere entre las manos. Como una venganza por no ser el amigo que él necesitaba aquella tarde, soporté las 200 páginas en las que el autor antioqueño relata y medita el acompañamiento que hizo a su madre, durante toda la vida hasta ayudarla a atravesar ese límite del jardín que es la vida.
Sufrí cada renglón, cada párrafo. Por la belleza, sin lugar a duda. ¡Qué testimonio tan conmovedor! ¿Qué queda en su sitio después de retar los afectos como lo hace Framb? ¿Qué tanto te ama un amigo para entregar un puñal de esta naturaleza? ¿Es consciente de que esa arma que te entrega para protegerte de la desesperanza también puede enterrarse ante el desespero?
No sé cuántas veces lo cerré de golpe para pensar en lo que estaba viendo de mí mismo allí. Me aterrorizaba acariciar el pelaje de la bestia más íntima que me habita. El apartado en que prepara los argumentos de la eutanasia para mentes cristianas, removió algunas de mis inquietudes anteriores, presentidas ante alguna camilla y el grito de dolor que emana de allí.
Para salirle al paso, le recomendé la novela Cien cuyes de Gustavo Rodríguez (Premio Alfaguara 2023). Eufrasia, la protagonista, es un personaje hermoso, cercano, íntimo, noble. El conflicto radica cuando acepta anticipar la muerte de los ancianos a los que cuida en una Lima que va atomizando sus existencias.

Del testimonio a la ficción, los dos libros ofrecen un pretexto para dialogar sobre un tema complejo y difícil como lo es la decisión de poner punto a la existencia. Sin embargo, meditando un poco más el asunto, me di cuenta de que tenía entre mis lecturas, una para terciar en esta conversación animada, sosegada, íntima y llena de palabras. Así que necesité desesperadamente visitar a Felipe, con la urgencia de quien despierta y está desesperado por aprovechar su última oportunidad sobre la tierra.
No más fue que me llegara de España, por tercera vez, Jantipa o del morir de Ernesto Castro, para obligarlo a recibirme en su apartamento, cinco minutos, en los que le entregué, además, café de Quinchía, un destapador y un llavero.

Bajo un pretexto histórico, Jantipa vuelve sobre una de las filósofas cristianas del siglo XX: Edith Stein. La joven judía fue discípula y asistente de Husserl, luego maestra de profesoras y, por último, monja carmelita. Después de la noche de los cristales rotos y temiendo por sus hermanas en el convento de Colonia, viaja a Echt, en Holanda, donde es apresada y enviada al campo de concentración de Auschwitz. Allí, en la cámara de gas, muere el nueve de agosto de 1942. La obra de Castro le da más tiempo a Edith, para plantear, la noche antes de su ejecución, un debate filosófico sobre quién puede decidir sobre la vida y la muerte.
Si Del otro lado del jardín y Cien cuyes nos llevan a empatizar con la dignidad del que pide celeridad en la partida, la tercera nos recuerda que esa responsabilidad es mejor que no nos toque a nosotros. ¿Quiénes somos, bajo que autoridad, no nos convertimos en tiranos también pretendiendo saberlo todo? No me es difícil creer que sea la misma filósofa la que nos interpela, sin misericordia, a pesar de que nuestra opinión al respecto sea la de un sí efusivo o la de un no categórico.
No estoy seguro del momento oportuno para partir. Sé, mientras tanto, que esta trilogía me ha dado un pretexto maravilloso para querer aplazar un poco más ese día. Si está pues en mis manos. Si está en las del Dios en el que creo, no me queda más que agradecerle porque ha sido sereno y delgado para conmigo, porque ha murmurado en la lluvia.
Llegue mi final como llegue, Felipe, gracias. Me empeño en no desaparecer de tu biblioteca, porque sos vos el que te has hecho a un lugar, en la mía, desde el que se mira con esperanza lo que queda por leer.