El día que Lete se acordó de la ironía de vivir

5 de agosto de 2025

Leer 'La montaña mágica' es como estar frente a una buena comida. Su degustación no puede ser perturbada por la presión de terminar rápido para que la siguiente persona se siente en su silla.
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Hay lecturas que son comedias brillantes, como los cuentos de Chejov. Otras que nos recuerdan la tragedia de lo humano, como las novelas de Shakespeare; pero sin dudarlo, hay textos en cuya experiencia nos sumergimos y que nos obligan a construir un mundo paralelo a quien escribe. Así se siente la vida mientras se lee la Montaña Mágica, de Thomas Mann.

El nobel de literatura alemán no deja nada al azar. Muchas veces se rechaza lo sublime por falta de carácter, pero este libro de 1000 páginas, en cada pasaje, entre sus personajes, los escenarios suizos sacados de cuento y las conversaciones, nos muestra que los textos extensos no están pasados de moda.

No se asusten por su aspecto, porque puede aterrar a quien no esté preparado para quedar con más preguntas que respuestas. Así como una de sus reflexiones sobre el Lete, un río del inframundo con el poder de borrar la memoria de quienes beben en sus aguas. Es la personificación del olvido, la inconsciencia en la mitología griega y no en vano es conocida como una deidad femenina asociada al agua.

El agua purifica y el olvido también puede ser eternidad. Por eso hay que tener cuidado con aquello que decidimos condenar a la desmemoria, porque es exorcizar el encuentro con uno mismo y verse digno de pasar por las aguas del Lete para borrar la memoria. No por nada ya Dante en la Divina Comedia atraviesa estas aguas y bebe de ellas para ascender al Purgatorio y encontrarse con Beatriz en el Paraíso Terrenal.

Thomas Mann escribe sobre el tiempo y el olvido (Lete) en la Montaña Mágica, donde dice:

Igual que el tiempo, el espacio trae consigo el olvido; aunque lo hace desprendiendo a la persona humana de sus contingencias para transportarla a un estado de libertad inicial

Ahí está la clave: el despojo y el olvido son lo más cerca que se puede estar de lo divino, de esa deidad femenina, de la libertad, de exculpar pecados para los religiosos y de concluir que, aunque muchos no estén de acuerdo, el tiempo y el olvido son los más grandes regalos de los dioses; contradictoriamente, es el arma letal de nuestra finitud porque no hay olvido sin tiempo y este es el que más se nos agota. Esta es la ironía de vivir.

Sobre esto mismo continuaba versando Thomas Mann:

El tiempo, según se dice, es Lete, el olvido; pero también el aire de las lejanías es un brebaje semejante, y si su efecto es menos radical, es en cambio mucho más rápido

Y podemos estar seguros de que el escritor no hablaba de cosas ajenas a su vida. Él mismo jugó con el tiempo y la parsimonia al tardar 12 años en escribir la Montaña mágica. 12 años en los que se dio el permiso de olvidar y acompañarse para reflexionar sobre sus posturas fascistas y regalarnos, tras lo que seguramente fueron años afectados por la Primera Guerra Mundial, este libro, que encuentra el camino hacia creencias solidarias, democráticas y un humanismo puro.

Por eso, cuando pienso en el tiempo, pienso en esta modernidad que nos envuelve, la rapidez con que el hoy se siente mañana. Creo que la Montaña mágica no fue hecha para estas épocas, siempre afanosos en la siguiente lectura, la siguiente comida, experiencias convertidas en un intercambio de ansiedades. Y paradójicamente no hay mejor momento para leerlo que ahora. Como otra ironía de vivir, necesitamos más que nunca un encuentro profundo con lo humano.

Así fue como Mann cumplió su promesa: escribir un libro que tardó 12 años en terminar. Por lo que ahora, aunque no creo que lo leamos con la misma calma con la que fue escrito y sin pensar mucho en lo cínico que es el tiempo, concluyo que no hay que asustarnos mucho si no entendemos sus reflexiones hoy, sino con el paso del tiempo, como lo hizo su personaje principal Hans Castorp.

Leer este libro es como estar frente a una buena comida. Su degustación no puede ser perturbada por la presión de terminar rápido para que la siguiente persona se siente en su silla. Debe ser observado, saboreado, y lo mejor, la experiencia y el gusto no se pierden si se enfrían (que sería el miedo de muchos), porque entre más se tarden en leer cada palabra, más reflexiones inexploradas encontrarán.

El libro termina cuestionándonos sobre la ironía de vivir, el cinismo del tiempo, pero con la esperanza de poder olvidar y como Thomas Mann lo hizo, entender que reinventarnos todos los días, si es posible. Por lo que los y las invito a vivir un tiempo en la Montaña mágica y acompañar al tiempo entre sus páginas.

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  • Manizales, 1998. Abogada y Magister en Estudios Políticos Universidad de Caldas. Líder de acceso a la información y editora legal en el medio de comunicación digital Cuestión Pública. Creadora de Dato Literario y lectora aficionada.

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