Hoy voy a presentar el libro Subrayados (segunda edición) de Jorge Santander Arias en la Feria del Libro de Manizales. Lo conocí el año pasado, cuando lo presentaron Orlando Mejía Rivera y María Virginia Santander, una de las hijas. Hablaron de un hombre capaz de escribir las siete columnas de la semana cada domingo y que sabía que escribía para ser un genio olvidado. Santander producía sin esfuerzo obras maestras, al calor del cierre de los periódicos, como si fueran el trabajo de toda su vida.
Subrayados es una compilación de sus columnas desde la década de los cincuenta hasta antes de morir, en 1974, de cincuenta años. Murió con manuscritos de libros sin terminar, lanzados a la oscuridad de los cajones. En sus columnas era capaz de representar cómo los seres humanos cambiamos con el declive de las manos o cómo un sistema económico se destruye con una leche derramada (como en la lechera de La Fontaine).
En el fondo, el hecho de que muchos de mi generación —la mayoría— no sepamos de él habla de nuestra falta de identidad como ciudad, que no creo que se cambie con premios en Guadalajara ni con otras aguas tibias.
Me gustaría decir que el olvido de Santander tiene que ver con que cometió el delito de no ser bogotano. Pero García Márquez no lo era tampoco y su obra periodística y de ficción se edita todavía. Habría que matizar más la hipótesis: no que Santander no hubiera escrito en Bogotá sino que se la pasó toda la vida escribiendo en Manizales, encerrado en su casa. Eso me sonaría mejor. Digamos que no pertenecía a ese círculo bogotano para quienes Colombia llega hasta Chía y hasta la avenida Jiménez. Alguno que otro se les cuela, como el mismo García Márquez.

Sin embargo, no me gusta el argumento de esa élite que se encierra en su poder centralista, como si estuvieran en un búnker, y deciden qué se puede y qué no se puede leer. Creo que es algo más enquistado, más cultural. El olvido de Santander tiene que ver también con el olvido de las escritoras del Gran Caldas cuyos libros se han quedado sin leer. Adriana Villegas y su equipo han mostrado que había muchas más escritoras —y muchas más mejores escritoras— cuyas obras o se quedaban sin publicar, o eran publicadas solo en periódicos. Sé que Santander no era mujer, pero comparte con muchas de ellas otro delito: no escribía en bogotano ni en Bogotá.
Todavía hoy hay ejemplos de grandes editores o periodistas agrupados en este lugar común: “se hubiera podido ir para Bogotá, pero prefirió quedarse en Manizales”, como si ese fuera el mérito suficiente para decir que alguien es bueno en lo que hace. Ese “se hubiera podido ir para Bogotá” es tan centralista como el “Bogotá es la Atenas suramericana”.
Ser bueno no debería tener nada que ver con donde se escribe, o con a donde pudo haber ido si no hubiera sido perezoso. Ser bueno debería significar solo ser bueno.
Eso lo logró hacer Santander —supongo que muchos de su generación también—. Un hombre que, también como las escritoras del siglo pasado, merece un espacio en las bibliotecas y en las cátedras de periodismo; merece nuevas ediciones de sus libros y de sus manuscritos, y que buenos lectores tengan por lo menos la gentileza de criticarlo. La publicación de la segunda edición del libro Subrayados es un comienzo, no un fin.
Julián Bernal Ospina conversa con Pablo Santander Mejía sobre el libro Subrayados, de Jorge Santander Arias, hoy miércoles 3 de septiembre a las 5:00 p. m. en el auditorio del Centro Cultural Rogelio Salmona, en el marco de la 16° Feria del Libro de Manizales.