Aurora,
Hoy me desperté pensando en la fragilidad de la nieve sobre los páramos, en el agua fría que destila sobre el bosque alto andino. Pienso en esas gotas y los manantiales subterráneos que crean para alimentar la imprudente vida que allí que se guarnece, nutriéndose de los filos de un volcán que duerme, de un glaciar en extinción.
En la semana que estuve leyendo Violeta, tu primer libro, soñé varias veces con pedazos de tierra desprendidos, con abismos que se vuelcan sobre sí mismos. Soñé con el Kumanday, con sus temperaturas imposibles y el magma viscoso que se me antoja dulce. ¿Crees que sea un contrasentido imaginar que la lava de un volcán es dulce como el melado de panela? Se supone que deberíamos temerle, no querer lamerla… y sin embargo, en mi sueños estiro la lengua para lamer ese néctar. ¿Has soñado tú, alguna vez, con un volcán que se explota?
No es mi interés plantear aquí una interpretación onírica, mucho menos decir que hay una relación semiológica entre la imagen y el gesto soñado con mi vida en la vigilia. A lo que sí me quiero aventurar es expresarte que la lectura de “Violeta” continúo en mis sueños. Supe equilibrarme sobre los metales, balanceándome entre un vacío y otro. Todo por querer habitar lo que en el libro es nombrado.
Con esto, tengo claro por qué toda esa semana sońé con volcanes: tu poesía es un derrumbe, un colapso de placas tectónicas y sus consecuentes explosiones sobre regiones olvidadas. Un poema tuyo es, sin duda, un cataclismo: todas las palabras caen, una sobre otra. Se arruman muy apelmazadas con aroma a tierra húmeda, a raíz invertida.
“pero viviste/ abrasadora/ viviste/ efervescencia/ y me quemaste/ trepadora/ violenta/ yo imaginaba que establecía en mí/ viviente/ y entonces el tornasol enloquecido/ de tanto recubrirme / entumeciéndome / violeta / ((haciéndote)) mujer…” (p. 17)
En este punto hago una pausa. Quiero invitarte a un gesto de sumergimiento. Respira hondo, humecta todo el piso de tus huesos con esa respiración: y lee de nuevo tus versos que transcribí aquí para ti. Con el aire contenido el poema adquiere otro volumen, queda clara su voluntad: arremeter contra el lenguaje, saturarlo para dejarlo desnudo.
Hablo de un sobrecogimiento, de esa sensación pasmosa que te embarga cuando frente a ti hay algo que no debería estar. Es el avistamiento de una criatura mítica que antes de ti no tuvo otra manera de existir mas que en las alucinaciones de los piratas.
Entre los sueños y el calor vuelve en mí una certeza desnuda: hay en nosotrans una proporción desconocida sobre la que nos podemos traslapar para ahuyentar el miedo e invocar el paraíso. En esa región inexacta aguardamos como fieras para saltar sobre la pregunta y romper con el silenciamiento autoimpuesto.
Debo ser sincera: tu escritura cambió algo en mí. Cambió mi posicionalidad ante lo que leo, mis formas de acercarme a la poesía travesti y me llevó a entender que el poema no es solo una política identitaria, no ocupa la protesta como método de arribo al mundo. En estos versos me llegó esa revelación indómita:
“yo ya era una mujer/ mi esqueleto florecido/ imprime un trópico de niebla / ¡silencio!/ cayó la máscara/ y el orgullo/ de los grandes herederos/ se hizo polvo/ bajo una rueda de raíces/ vi por primera vez / mi rostro en la hendidura/ y la mentira de los pájaros/ cubrió las casas de madera / para amar a la mujer/ cultivé el alfabeto de mi nombre” (p. 48)
Con el alfabeto de nuestros nombres también hacemos un poema. Usamos fonemas inexistentes para plasmar ese lugar imaginado del cuerpo posible. Es inquietante esta acción de hacerse poesía por medio de la construcción de una carne-temblor que desestabiliza las fronteras establecidas. No me refiero aquí al transitar entre géneros, sino al mutar que es inherente a toda vida. La mutación alquímica de nuestras infancias de oro que habitan en los cabellos, en las arrugas de los párpados.
En esta ciencia de la invocación accionamos el misterio. Hacemos del lenguaje un espacio enrarecido para tramar treguas con la posibilidad de la muerte y el goce de habitar en nuestra piel deseada. Reconstruimos el pasado, ficcionando sobre la herida. Así recuperamos nuestra soberanía. Así nos sacamos las dagas de la garganta.
Al final de esta carta vuelvo a mis sueños y al frío glaciar, a las fracturas entre las rocas y al musgo. Tu poesía se extiende así sobre mí: como una capa de vegetación reverdecida donde se guardan los secretos de una sociedad futura. En esos rincones el viento del páramo se hace canción, silva un bambuco para arrullar tus noches insomnes…tu poesía duerme por ti.
En amor,
Alma.

Aurora H. Camero nació en Bogotá en 1994 pero desde los 18 años vive en España. Su primer libro, Violeta, recibió el primer accésit del I primer premio Ana Santos Payán para proyectos de libros de poesía. En 2025 publicó su segundo libro La vía sútil. Su obra es una maravillosa ventana a la vida-de-adentro, construyendo versos llenos de lo que ella nombra como «simbologías nómadas». Es sin duda una de las poetas colombianas más inquietantes de nuestra actualidad. La encuentran en Instagram como @borealis_camero.