Un pacoreño fusilado en España

3 de agosto de 2025

Este 9 de agosto se cumplen 89 años del fusilamiento en Barcelona de siete religiosos colombianos, incluido un pacoreño. La Patria y La Voz de Caldas publicaron la primicia y metieron en un lío al gobierno de Alfonso López Pumarejo
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Al hermano Esteban lo fusilaron en Barcelona en la madrugada del 9 de agosto de 1936. Había llegado en tren desde Madrid un día antes, junto con otros seis religiosos colombianos. Todos pertenecían a la Orden Hospitalaria San Juan de Dios, la misma que actualmente administra la clínica psiquiátrica de Manizales.  

A su llegada a Barcelona, Esteban encontró un ambiente cargado, mezcla de tensión, miedo y efervescencia revolucionaria. Desde mediados del mes anterior, cuando la movilización popular había hecho fracasar en la ciudad el golpe de Estado del 17 de julio, Barcelona carecía de un gobierno central. En ella parecía que habían triunfado las utopías de socialistas y anarquistas. Grupos de milicianos de todas las tendencias políticas patrullaban las calles y numerosas barricadas y puestos de control se extendían a lo largo y ancho de la ciudad. En la zona que estaba bajo su control, cada grupo imponía sus propias leyes. Si alguien era detenido no podía tener certeza de los motivos. Mucho menos podía contar con garantías para un juicio justo. En Homenaje a Cataluña, George Orwell describió este estado de cosas: “Nadie decía «señor», o «don» y tampoco «usted»; todos se trataban de «camarada» y «tú», y decían «¡salud!» en lugar de «buenos días». (…) A lo largo de las Ramblas, la amplia arteria central de la ciudad constantemente transitada por una muchedumbre, los altavoces hacían sonar canciones revolucionarias durante todo el día y hasta muy avanzada la noche. El aspecto de la muchedumbre era lo que más extrañeza me causaba. Parecía una ciudad en la que las clases adineradas habían dejado de existir”.

              

Milicianos en Barcelona. / Crédito: Archivo Museo Reina Sofía.

Antes de salir de Madrid, Esteban y sus acompañantes habían recibido la instrucción de encontrar al cónsul Ignacio Ortíz Lozano en la plataforma de arribo. El cónsul, según les dijeron, sería la persona encargada de facilitar su huida hacia Francia. Con esta idea en mente Esteban viajó a Barcelona, sin imaginar que esta sería la última puntada a su trágica suerte.

Su destino, sin embargo, había comenzado a labrarse mucho antes de llamarse Esteban. En Pácora, cuando todavía se hacía llamar Gabriel José Maya Gutiérrez, había soñado en su juventud con estudiar medicina, pero la precariedad económica de su familia no le permitió costearse la carrera. Cuando llegó el momento de definir su futuro, sus padres, Baudillo Maya y Teresa Gutiérrez, lo convencieron de ingresar a una orden religiosa. Ambos eran fervorosos creyentes y católicos practicantes, por lo que fue una gran alegría que el hijo mayor aceptara educarse en la práctica de las virtudes cristianas y hacerse sacerdote. 

Miliciana. / Crédito: Antoni Campañà, 1936.

Solo que Gabriel José no renunció tan fácil a sus aspiraciones. El 15 de junio de 1932, con sus veinticinco años recién cumplidos, solicitó ser admitido en la Orden Hospitalaria San Juan de Dios. El principal motivo para elegir esta congregación —y quizás también el único— fue la formación técnica hospitalaria que los miembros de la orden debían recibir. Entonces era costumbre que los hospitalarios colombianos viajaran hasta España para entrenarse en medicina y enfermería básica, y que luego de dos o tres años de estudio regresaran al país a trabajar en las clínicas para pobres a cargo de la Orden. Así que, tras recibir su ordenación y profesar sus votos simples, en una ceremonia que tuvo lugar el 24 de septiembre de 1933 adoptó el nombre de Esteban y se dispuso a realizar el viaje que tanto había esperado y en el que cumpliría, por lo menos en parte, su sueño de hacerse médico. En medio de aquella alegría, poco podían preocuparlo las noticias sobre la violencia política y la creciente tensión en la península ibérica que aparecían publicadas en La Patria y La Voz de Caldas. A lo mejor ni siquiera supo de ellas, como tampoco se enteró de que su decisión de viajar a España era uno más de los pequeños pasos que lo acercaban a su muerte.

Los preparativos del viaje fueron largos. En los meses que lo antecedieron, Esteban sirvió como ayudante en el Hospital Psiquiátrico Nuestra Señora de las Mercedes en Bogotá y solo regresó a Pácora hasta unos días antes de su partida para despedirse de sus padres y de sus hermanos. Sería, aunque él no podía saberlo, la última vez que visitaría su pueblo natal y a su familia. Luego, en febrero de 1935, partió hacia Honda y desde allí cubrió en barco la ruta Honda-Barranquilla-La Habana. En la capital cubana se embarcó de nuevo, esta vez con otros religiosos colombianos y latinoamericanos, en un trasatlántico que tras dos semanas de viaje los llevó hasta Cádiz. Desde el puerto andaluz emprendieron la parte final de su travesía.

Fotografía de Gabriel José Maya Gutiérrez o hermano Esteban. / Crédito: El Espectador, agosto de 1936.

En abril de 1935, Esteban arribó a Madrid a bordo de un tren. Fueron apenas un par de noches las que pasó en la capital de la Segunda República Española. La ciudad era un caldo de intrigas, conspiraciones, ataques e incertidumbre, pero Esteban apenas tuvo tiempo de empaparse de este ambiente. Él y los demás hospitalarios recién llegados fueron trasladados hasta un sanatorio en la localidad de Ciempozuelos.

El sanatorio no funcionaba en edificio único, sino que era un complejo formado por un sistema de pabellones dispersos que albergaban las diferentes áreas de atención y de servicios. Esteban pasó los siguientes meses entre estos pabellones, ocupado en atender a los pacientes —en su mayoría enfermos mentales y terminales— y en completar sus estudios en medicina y enfermería. Como el sanatorio estaba en una zona boscosa, y sus pabellones se encontraban rodeados de jardines con pinos y senderos, era un lugar ideal para el recogimiento, el estudio y la oración. Pero ese mismo entorno también lo aislaba de lo que ocurría afuera. Las noticias llegaban tarde y cuentagotas, y tras el golpe de Estado del 17 de julio de 1936 se volvieron confusas y contradictorias. Esteban, y los demás responsables del sanatorio, no tenían claridad sobre lo que ocurría a su alrededor.

Las certezas llegaron armadas y ondeando banderas rojas y negras. El 19 de julio de 1936, milicianos socialistas irrumpieron en el sanatorio y se apoderaron de él. Enseguida detuvieron a los religiosos para su identificación, prohibieron la celebración de misas y ordenaron que los objetos de culto fueran incinerados. En este ambiente de persecución y desconfianza, la presencia de Esteban y otros colombianos despertó sospechas entre los milicianos. Solo la intervención del embajador colombiano Carlos Uribe Echeverry, quien se había enterado de la situación, salvó sus vidas. Por lo menos de momento. Gracias a las gestiones del diplomático, los colombianos pudieron probar sus identidades y a los milicianos no les quedó más remedio que liberarlos. De inmediato, Esteban y los demás fueron trasladados a Madrid, a donde llegaron el 7 de agosto de 1936.

Portada del Expediente de reclamaciones consulares. / Crédito: Centro Documental de la Memoria Histórica.

Pero en la capital el clima tampoco era el mejor. Aunque en teoría la ciudad continuaba bajo el control del Gobierno Republicano, en la práctica en sus calles proliferaban el caos y la violencia. Según quedó registrado en el Expediente de reclamaciones y solicitudes consulares, esa noche Esteban durmió en la embajada colombiana para proteger su vida. A la mañana siguiente, el embajador le entregó a él y a los demás religiosos nuevos pasaportes y un salvoconducto para cruzar hacia Francia. Luego, en la tarde del 8 de agosto de 1936, el diplomático despojó a todos de sus vestimentas religiosas y los llevó hasta la estación de trenes para embarcarlos con destino a la estación de Sants de Barcelona. Por último, les encomendó que a su llegada buscaran al antes mencionado Ignacio Ortíz Lozano, cónsul colombiano en la ciudad.

Ocurre, no con poca frecuencia, que grandes hechos históricos o pequeños destinos individuales acaban por depender de una simple casualidad. Algo así ocurrió en el caso de Esteban. Quiso su mala suerte que, en los días anteriores a su llegada a Barcelona, milicianos anarquistas de la CNT-FAI interceptaran algunas cartas enviadas por el cónsul Ignacio Ortíz Lozano a su esposa. En ellas, el diplomático hablaba sobre su principal tarea por esos días: evacuar ciudadanos colombianos hacia Francia. Entre los “intrascendentes” detalles que le compartía a su esposa, mencionaba que utilizando su posición diplomática había logrado “camuflar” entre los evacuados a sacerdotes golpistas:

“[…] Con Isabel hablaré hoy o me comunicaré por teléfono para que si quiere salir enrolarla en una caravana que tengo para la semana entrante. Mañana salen 50 colombianos y entre ellos he logrado meter unos cuantos curas franquistas que han escapado de la matanza”.

El Espectador, agosto de 1936.

Si el cónsul Ignacio Ortíz estaba en la plataforma de arribo cuando el tren se detuvo, Esteban nunca lo supo. No tuvo tiempo de preguntar por él. Tan pronto bajó en la estación, fue detenido por milicianos armados que lo llevaron a él y a otros seis colombianos hasta la comisaría de la calle Balmes. Los milicianos los acusaron de portar un pasaporte falso y de ser quintacolumnistas. De nada sirvieron las explicaciones de Esteban ni el salvoconducto de la embajada colombiana que traía consigo. Tampoco ayudaron las súplicas del cónsul Ortíz, que luego de varias horas de no tener noticias de Esteban se enteró de su detención y fue hasta allí para interceder por su liberación. Al final, sus gestiones se redujeron a la promesa de presentar una constancia firmada por el embajador Uribe Echeverry como prueba de la nacionalidad de Esteban y los otros detenidos. “Vuelva mañana y ya lo veremos”, fue la respuesta que recibió.

La Patria, agosto de 1936.

Al hermano Esteban lo fusilaron en aquella madrugada, en un descampado ubicado entre el puerto de Barcelona y el cementerio de Montjuic. Quizás los milicianos pensaron que se trataba de un golpista encubierto de sacerdote que intentaba huir de la ciudad, o quizás simplemente su asesinato fue una venganza por las acciones del Cónsul Ortíz. Cuando unas horas después este último se presentó en la comisaría de la Calle Balmes, en el edificio no quedaba nadie. Esa misma tarde el cónsul Ortíz encontró el cuerpo de Esteban en el Hospital Clínico de Barcelona con “otros veinte cadáveres, unos sobre otros”.

Fragmentos de prensa. Agosto de 1936.

La primera vez que supe de la mala suerte de Esteban, o de su desdicha, fue a comienzos de 2022. Estaba en Barcelona y, por casualidad, encontré la fosa común en la que reposan sus restos en el cementerio de Montjuic. El lugar está abandonado y cubierto de maleza. La única señal es una placa borrosa, en la que aparece el nombre de Esteban y el de los otros seis hospitalarios colombianos fusilados en aquella madrugada del 9 de agosto de 1936. Todos están enterrados allí.

Tumba del hermano Esteban y otros seis religiosos colombianos en el Cementerio de Montjuic.

A pesar de las promesas que el gobierno colombiano hizo a las familias, movido por la creciente presión de la opinión pública, ninguno de los cuerpos fue repatriado. En Caldas, La Patria y La Voz de Caldas cubrieron el crimen de Esteban con un tono de indignación y reclamo. El lenguaje y las críticas en contra del Gobierno de Alfonso López Pumarejo se hicieron más fuertes. Se lo culpabilizó del crimen y se lo señaló por su incapacidad para repararlo. En otros medios, como El Espectador y El Tiempo, la situación no fue diferente.

El fusilamiento de Esteban fue un golpe para un gobierno con un margen de maniobra reducido y que se enfrentaba a una intensa polarización. Al final, para calmar los ánimos, el Gobierno colombiano aceptó pagar a las familias de las víctimas una indemnización. De acuerdo con el decreto del 28 de febrero de 1938, a la familia de Gabriel José Maya Gutiérrez, mejor conocido como el hermano Esteban, le correspondieron veintisiete mil pesos.

En la novela «Los beatos mueren a las cinco» el periodista Víctor Diusabá recrea la historia del fusilamiento de los siete religiosos colombianos en la Guerra Civil Española.
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  • Nació en Manizales (1994) pero es de Riosucio. Historiador y abogado. Magíster en Historia Contemporánea y Ciencias Jurídicas. Investiga la construcción de memorias en el espacio público y la historia de la región desde una perspectiva global. En 2023 co-dirigió su primer cortometraje. En 2024 hizo parte del Taller Distrital de Novela de Bogotá. Tiene un diario de fotos en 35mm.

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Directora Adriana Villegas Botero