El aire se había vuelto solo viento. De tanto que nos estiraba, nos rompía. Pero Umbra seguía en pie. De lejos era pájara, ingrávida en los remolinos de vuelo que hacían sus alas. De cerca era horquilla, firme, no por enraizarse en el suelo sino por irse hacia arriba partida en dos, y otra vez en dos, y otra vez en dos, y no dejar de reconocerse en tantas mitades. Umbra sí tenía espuela, hay que decirlo, pero no como arma que se impacientaba sino como filo que esperaba. Decían, de afuera, que era la columna que sostenía. Acá sabíamos que era solo el regazo que cuidaba. De tanto que se estiró, Umbra también se rompió. Ni alcanzó a contarnos si el viento terminaría.
Colección I: Primeros Planos.
I-01 Espina de guadua