Uno
Que las vírgenes sangraran ese jueves fue el augurio de un apocalipsis cercano. No fue una, ni dos, fueron tres. No estaban en la iglesia y sí en tres diferentes hogares de Aguadas. El viernes la arquidiócesis de Manizales solicitó que le entregaran las imágenes para constatar si era un milagro. El sábado el dueño de uno de los cuadros soñó que María le hablaba y le advertía que al día siguiente el pueblo se iba a acabar. El domingo la gente amaneció rara, silenciosa, tensa, se sentían los murmullos en el parque, la misa estuvo más concurrida que de costumbre y hasta algunos decidieron marcharse. En la vía que conduce a Pácora y en la que va a Arma se montaron retenes del ejército. Cuadrillas de soldados recorrían las calles. El rumor del fin de Aguadas creció tanto que hasta parecía que las autoridades se lo creyeron. Pero «no se trata de eso» sentenció el comandante de la policía. «El miércoles desmantelamos un campamento guerrillero y entre todo lo que decomisamos encontramos mapas del pueblo, fotos del comando, y una fecha, la de hoy, día cero de la toma».
Dos
Toche es un pajarito de vistoso plumaje amarillo y negro. También es el nombre del pueblito que está a los pies del volcán Machín, cerca de Ibagué. A él se llega con menos dificultad desde Cajamarca, luego de recorrer hora y media de carretera destapada. Silencioso, desolado, asediado por temblores y, otrora, por grupos al margen de la ley, está sobreviviendo al abandono atrayendo turistas. Es un santuario de palmas de cera a lo largo de un histórico camino que recorrieron, entre otros, Bolívar, Humboldt y el «Tigrero» —fundador de Armenia—. Tiene una iglesia, dos graneros y no más de cincuenta casas. Entre sus cuatrocientos habitantes se cuentan algunos rubios, altos, ojiclaros nacidos entre la década de los sesenta y los ochenta cuando desde el norte, los Cuerpos de Paz creados por el presidente Kennedy y su Alianza para el progreso llegaron como voluntarios hasta lejanos poblados de Colombia e inculcaron sus valores democráticos.
Tres
Un padrenuestro… una avemaría… por el alivio, por el eterno descanso de las benditas ánimas del purgatorio. ¡Ay de aquel que no los rece!, ¡ay de aquel…” Desafiando la tradición de los de su oficio, Geiniver Gómez se vestía con capa y sombrero blanco. En su mano izquierda una campana, en la derecha una linterna. El tilín tilín acompasaba su marcha de pregonero. Por treinta años fue el animero de Marquetalia, ese pueblo de Caldas que no da mucho de que hablar y que suelen confundir con la vereda del Tolima en la que nacieron las Farc. Se hizo animero para sacar del purgatorio a su hermano que luego de verlo morir de dos balazos se le siguió apareciendo en sueños. En cada mes de los muertos llegaba al morro en que queda el cementerio para sacar a pasear a las ánimas. A las tres, al regresar con ellas encontraba la reja entreabierta. Como si muchos lo acompañaran, estiraba los brazos para que abriera del todo. Su chivera alargada y sus ojos oscuros brillaban con la luz de las lámparas que en esa época siempre permanecen allí encendidas. Adentro, caminaba firme, se arrodillaba, con su mano derecha trazaba una cruz desde su frente a su pecho. Orando versos inaudibles da cuatro vueltas, recorría los pabellones con sus tumbas, entraba a la capilla, volvía a arrodillarse, susurraba una oración que “sólo Dios puede oír” y guarda la campana detrás del altar. Liberado de un gran peso, salía y le ponía candado a la puerta. A veces, se quedaba allí, buscaba una bóveda desocupada, la limpiaba, se arropaba con su capa y dormía hasta al amanecer pero en noviembre de 2020 no pudo completar su misión. El día 12 lo mataron de un balazo en el pecho mientras pedía padrenuestros. En sueños se le presentó a Orlando, su sucesor, para pedirle que no orara por él. Ánimas del Purgatorio quién las pudiera aliviar, que Dios las saque de penas y las lleve a descansar. Amen.