Mamá vieja

27 de junio de 2025

De los 53 millones de colombianos, solo 19.400 tienen más de 100 años. Mariela Cardona de Pineda. alcanzó esa edad. Su hijo narra esa historia centenaria.
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Mariela Cardona de Pineda en la celebración de sus 100 años.

En medio de lo agitado que fue el siglo XX, 1921 fue un año más bien normalito. Para destacar, que Albert Einstein se gana el Premio Nobel de Física, que Charles Chaplin estrena su película El Chico, que muere el tenor Enrique Caruso, que en Colombia el presidente era Marco Fidel Suárez, y que nacen el escritor Augusto Monterroso, el bandoneonista Astor Piazzolla, el pedagogo Paulo Freire, la bailarina Alicia Alonso, el presidente Virgilio Barco y el periódico La Patria, de Manizales.

Sí, un año sin sobresaltos, pero muy importante para la familia Pineda Cardona. Ese año, el 30 de junio, nació nuestra mamá, Mariela. Fue un jueves y no sabemos qué horas eran cuando mi abuela Ana Delia la trajo al mundo en algún lugar de Amalfi, un pueblito del nordeste de Antioquia, que en ese entonces sí que estaba bien lejos de Medellín. Para salir de la extrema pobreza estudió. Hizo en Segovia —otro municipio de la región— hasta cuarto de normal. Para la época no había ni quinto ni sexto de bachillerato, y eso fue suficiente para acreditarla como maestra.

No sé qué pasaba por su cabeza, pero algún espíritu rebelde y aventurero tuvo, pues aceptó ser la profesora de una de las escuelas que, en medio del calor, los mosquitos y el monte educaban a los niños y adultos en el territorio de influencia de la empresa Pato Golden Mine. En la primera década del siglo, esta minera fundó un campamento a orillas del río Nechí, en territorio de Zaragoza, también en el nordeste del departamento. Para los años cuarenta ya tenía cientos de trabajadores, entre gringos —los de mayor rango— y colombianos de diversas regiones. Uno de ellos, era Marcos, mi papá.

De familia de arrieros y cultivadores de café, él nació en Tabacal, una aldea a la que hasta hace pocos años solo se podía llegar en mula y que queda en el norte, a unos 25 kilómetros de la vieja vía que conduce a Urabá. A los trece años se fue junto a un hermano a trabajar en la construcción de esa carretera al mar. Con los años llegó a Turbo y de ahí a Cartagena y Barranquilla. Añorando a su mamá se embarcó de regreso en un planchón que lo llevaría por el Magdalena hasta el Cauca y de ahí en planchón hasta Santa Fe de Antioquia —cerca a su pueblito— pero terminó desembarcando en Zaragoza, en pleno auge de la minería. Y ahí se quedó. Comenzó haciéndole el café a los gringos hasta convertirse en electricista de planta.

Mientras los extranjeros seguían dragándole todo el oro al lecho del río Nechí, una historia de amor nacía. Marcos trabajaba en el campamento llamado El Pato y Mariela en uno llamado Providencia. Los separaba una hora de viaje en lancha y en carro, pero entre ir y venir la maestra y el electricista se enamoraron. Rudo con las manos, acostumbradas al trabajo duro, de ella aprendió buena ortografía y una cuidada letra cursiva que practicaba escribiéndole cartas como ésta del 5 de octubre de 1946…

Querida Mariela:

El lunes te esperé mucho, no sé por qué no viniste. Te hubiera quedado muy bien hacerlo con la señora Teresita. Te esperé tanto… luego que vi que no viniste me dio una tristeza muy grande, que hoy me enfermé. Mariela, me escribió Doña Delia, me cuenta que está bien y que Don Eduardo se fue otra vez, que no demora mucho. También me dice que nos casemos en este mes dizque porque en noviembre no se puede casar uno porque las mujeres son muy celosas, y tú que lo eres, entonces cómo irás a ser. Ella me dice que lo resuelva y le avise. Ahora te pregunto ¿en qué tiempo es que vas a hacer los exámenes? Y así saber cuándo nos vamos a casar y también para avisarle a ella. Lo que sí te digo es que después de casados tenemos que demorarnos por lo menos un mes aquí, porque para yo tener otras vacaciones me falta todavía hasta diciembre. Y no sé si me las pueden dar antes de tiempo. Así es amorcito, que no sé qué hacer y tú con tanto deseo de ir a tu casa. Te digo que el Doctor se me puso a las órdenes para conseguir la casa y que él sí nos ayuda y también para que te paguen las cesantías, si tú quieres él te puede dar el vale de una manera que te puedan pagar, pero yo te digo que es mejor que no, que te retires voluntariamente, que las cesantías no valen la pena por el poquito tiempo que tienes de trabajo… pero ahí ves cómo puede quedar mejor. No sufras pues mi negrita, que ya nos falta poco para nuestra dicha, para que elaboremos nuestro destino junticos, que para eso nos queremos bastante. Ahí te mando las cartas de doña Delia y dile a Félix que tampoco hay zapatos de los que pide, que hay muchos pero de niño de uno a dos años, así pues que yo no sé qué hago, si bajar o no a Zaragoza. Tal vez allá hay, pero el inconveniente es bajar a eso nada más. Saludos a todos los que te pregunten por mí. No te mando la tela pues ya pronto vienes. Saludes a Alicia. Adiós negrita querida, te espero todos los días aunque te tengo aquí en mi corazón.

Tuyo, Marcos

Fotografía de Jorge Carrillo

Y sí, se casaron, pero en diciembre. Él tenía 35 y ella 25.  Se fueron a vivir a El Bagre, ese pueblo caliente del Bajo Cauca que también fue un campamento de la minera y que ahora tiene 57 mil habitantes . Mariela Cardona de Pineda renunció por petición de su marido a su oficio de enseñar y se dedicó mes tras mes a criarnos a nosotros, sus trece hijos. Mi padre se pensionó en 1972 y un año después ya estábamos viviendo en la casona de Medellín, la de ocho habitaciones, un solar y una terraza. Ella, como si todavía viviera en la ruralidad, seguía levantándose a las 4 de la mañana para moler el maíz. La arepa con mantequilla y chocolate no podía faltar en la mesa de su esposo y de sus hijos. Despachando a los más pequeños para el colegio y viendo cómo los mayores iban cada uno tomando su rumbo en otras ciudades o creando nuevas familias. Así pasaron las décadas, entre matrimonios, paseos a la costa, cumpleaños, nacimientos, nietos y hasta bisnietos.

Nuestro padre murió el 26 de mayo de 1989 y pensamos que no iba a sobrevivir, pero ella tenía un apego férreo por la vida. Montó en la casona una muy pequeña tienda de variedades —con surtido de cierres, botones, encajes y hasta cartulinas —, se unió a grupos de la tercera edad, a talleres de pintura y allí encontró otra pasión: primero pintó flores, luego animales, luego casas campesinas. Sus obras al óleo están ahí enmarcadas, en la vieja sala de la casa y bueno, ese talento era otro motivo de orgullo en una mujer que tenía una caligrafía exquisita y una vocación de maestra que heredamos cuatro de sus hijos. El arte de dibujar, de pintar, fue legado a muchos de sus nietos.

Las pinturas de Mariela Cardona en la sala de su casa / Fotografía de: Byron Vélez

Así fueron pasando los años y cada 30 de junio celebramos su victoria contra la muerte. Ella envejeció y sus hijos fuimos envejeciendo con ella. De los 53 millones de habitantes que tiene Colombia, solo 19 mil 400 son centenarios. En el 2021 mi madre pasó a ser parte de ese privilegiado 0.036% que el país tiene más de un siglo de vida, y que proporcionalmente se encuentran con mayor frecuencia en Caldas, Quindío, Risaralda y Tolima. Y aunque ella ya estaba postrada en un cama, a las 12 en punto de la noche, cantó con nosotros, uno a uno sus cien años intensamente vividos. Ese día, mis hermanas la vistieron con un traje sastre calcado de uno de la Reina Isabel y se le hizo una torta decorada con un árbol de cien estrellas.

Luego llegaron los 101, los 102, los 103 que festejábamos como si fuera un regalo del universo. Mientras, día a día, lentamente, ella iba regresando a la primera infancia. Se fue encogiendo, desaprendió los pasos, había que llevarle la comida a la boca, cambiarle los pañales y si no fuera porque pesaba tanto, uno la podría arrullar en los brazos como a una recién nacida. A veces hablaba, a veces recordaba, a veces olvidaba, a veces sonreía y reía, a veces ponía cara de no me jodan tanto pero eso sí, siempre que saboreaba algo dulce —un confite, un jugo, un pedazo de pastel — hacía un gesto de éxtasis y balbuceaba «que rico».  Sí, ella se convirtió en la bebé más vieja de la familia Pineda Cardona. Y las manos amorosas de mis siete hermanas siempre estuvieron ahí para cuidarla, para quitarle los dolores, para que siguiera acompañándolos.

Como un roble mi madre le sobrevivió a nueve papas —por poco le toca le toca el décimo —, a treinta y ocho presidentes colombianos, a dos guerras mundiales, a la matanza entre conservadores y liberales, a una pandemia. En la casona que habitó por más de cincuenta años, en su habitación de siempre, rodeada de sus hijos, nietos y bisnietos, el 7 de abril de 2025, luego de ciento tres años, nueve meses y siete días, se cerró el ciclo de su vida. Este lunes 30 de junio ya no estará para soplar las velas de su cumpleaños 104 pero nosotros lo haremos por ella.     

Mariela Cardona de Pineda celebrando sus 80 años con sus 13 hijos y Libia, la hermana de crianza

Los 17 nietos en la celebración de los 90 años de la abuela

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Autor

  • Periodista, editor y magister en Estudios Socio espaciales. Trabajó en La Hoja de Medellín y La Patria, entre otros. Ha sido profesor de periodismo en la Universidad de Antioquia y la Pontificia Universidad Bolivariana. Callejero y relator de polvos urbanos.

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